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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


03 abril 2020

nieve y sakura


Un día de esta semana, uno cualquiera, mientras aquí nevaba a la mañana, cómo caía,  pude ver los cerezo en flor. Qué lejos. Me llamó una amiga japonesa por facebook. Una videollamada, por sorpresa.

Quería que viera la sakura. Ella paseaba por un parque junto a su madre. Estaba preocupa por las noticias que allí hablan sobre España. Es curioso, nunca sabemos quién se asomará un día a la ventana pensando en nosotros. Tan lejos. Bajo los cerezos en flor.

Yo le enseñé la nieve. La de aquí, la de Soria. Qué hermosa. Extraño hanami. Cuando allí caen las frágiles flores de los cerezos parece que nieva. Las calles se cubren de pétalos rosados, casi blancos, y cuesta que no te cubran la cabeza, como a un recién casado.

Es casi imposible no pisar los pétalos de cerezo. No importa el cuidado que pongas.

La belleza efímera de las cosas. La belleza que aparece de pronto, nos llena el alma, y desaparece sin más, sin hacer ruido. Una belleza real, sincera. Mucho más hermosa que la inventada y confinada por nosotros.

A la tarde me sentía raro. Mi pensamiento vagabundo, inconfinable,  iba y venía una y otra vez más allá de mi casa. Rondaba errante por las riberas marinas y los senderos que sinuosos atraviesan los bosques. .

Tengo un sombrero de junco, de esos que llevan los peregrinos budistas en Japón con kanjis escritos, poemas, sentencias…  y sin saber muy bien por qué me lo puse. Luego me lo quité, me sentía ridículo.  Pensaba en Santôka, en Bashô… Luego en mí… Luego me lo puse otra vez. Me lo ponía y me lo quitaba sin más. Y miraba el cielo de la tarde, sin aviones.

 Era justo antes de los aplausos de las ocho.

Los que cuidan y lo que son cuidados. La pesada quietud de una habitación que no es la suya. La esperanza de nuestros corazones asomados a las ventanas.

Qué frío. Se me quedaron las manos heladas. Aún quedaba bastante nieve, aunque ya hecha corros, numerosos, como los pétalos caídos al suelo de unos cerezos invisibles.

Me he metido en casa, y con mi sombrero de peregrino otra vez puesto he buscado la tienda de campaña que no uso desde hace años y la he extendido sobre el suelo del salón. Jope, no sé si era real pero a mí aún me olía a campo.

Por un  momento he visto de nuevo aquel chotacabras sobrevolar nuestro campamento improvisado junto al río, como un relámpago fugaz al borde del anochecer.

Aquel que esbozó nuestra adolescencia, que nos quitó todas las palabras.


Los pájaros me recuerdan que puedo volar.


Pienso en los vencejos que vendrán. En las hierba creciendo en los senderos. Necesito  el aire libre, la lluvia, y las hojas de los árboles, los grillos y el silencio que viene después. La suavidad de la brisa, su tibieza, mi piel, de una noche de verano.

Que vendrá. Que ya está viniendo.

Quizá estos días cada uno acampamos donde podemos. Quizá hay un campo primordial que nos vio correr cuando éramos niños y aguarda nuestras risas. Las estrellas limpias de las noches de verano nos esperan. Con todo el tiempo del mundo.

Alguien nos llama en silencio.

Desde lo más profundo y salvaje de esta noche.

Una noche para acampar en la quietud de uno mismo. Una noche en la que la nieve son pétalos de otros horizontes.











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