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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


31 mayo 2008

El pescador II

Antes de lanzar el sedal escucha una vez más cómo se despereza el mundo ante el nuevo día, escucha cómo todos los intérpretes de la gran sinfonía de la vida comienzan a afinar sus instrumentos. Al principio en ininteligibles compases, para luego irse sumando uno a uno: el rítmico croar de las ranas, las dulces cadencias de los pájaros, los innumerables insectos con su obsesivo ritornelo, y de fondo, el río, con su bajo continuo marcando el compás y señalando el sentido de toda la melodía.


Ya puedes lanzar el sedal y ten en cuenta, hijo, que hemos venido aquí a una cita, con el río y con la propia trucha. Porque para jugar a este juego de la vida hacen falta dos jugadores. Así pues trata a tu rival con todo el respeto que merece, véncela, si puedes, pero jamás la humilles. Piensa hijo, que el poder sin dignidad deviene pronto en mezquindad y que es propio de almas mezquinas permanecer impávido ante el sufrimiento y la muerte.


Sí, es fácil dejarse hipnotizar por el sonido y el movimiento de la corriente, tan monótono y sin embargo irrepetible.

Quizás tú aún no lo sepas hijo, pero así es la vida toda. Movimiento constante, creación y destrucción. Pues ten en cuenta que para poder perdurar es necesario cambiar, corriente que siempre corre y que nunca pasa, que se mueve pero no avanza, como si lo hiciera tan sólo sobre sí misma. Como los hombres y las innumerables generaciones de ellos que se han asomado a sus orillas, viendo siempre el mismo río aunque en diferentes aguas, viendo siempre al mismo hombre pero en diferentes rostros. Sí hijo, seguimos siendo el mismo hombre, una vez liberados del falso brillo que llamamos progreso.

Como la primavera que estos días nace, bellísima dama renacentista, siempre joven y delicada, con la mirada infinitamente melancólica. Cercana e inaccesible, perecedera y eterna, siempre el mismo esplendor pero nunca en las mismas flores.

Representa lo eterno e inmutable con algo tan delicado como la vida. Con cosas vivas, mortales, frágiles y perecederas.

¡Escucha! ¿Has oído? Es el pájaro carpintero, escucha los tan-tanes del bosque convocando a ritos antiguos y misteriosos. Mira ahí, son sapos recién despertados de su sueño inquieto, buscando a su amada. El sapo, el más perseverante de los amantes. Aguarda incluso años bajo la tierra a la espera de la señal de la lluvia revitalizante. Abrirá entonces los ojos, incendiados con mil fuegos de pasión.

Sí, ya sé que quizá no sea la criatura más bella ni la más tierna, pero es que hijo, nosotros no sabemos mirar con la mirada del sapo, o con su pasión. Piensa que tan sólo el anhelo de su bella durmiente mantiene viva la llama de su esperanza durante meses de cautiverio subterráneo.


¡Mira! ¡Mira hacia arriba! Los patos salvajes trazando en el cielo la flecha de la vida que se renueva. Quizás no sepas que los antiguos pueblos celtas creían que eran estas aves precisamente las encargadas de transportar las almas de los difuntos hasta el país de los hiperbóreos, allí, en el norte remoto, donde en el estío jamás se pone el sol. Creían que las aves, como las almas, perseguían incansables la luz del sol a través del cielo y las estaciones.

esta playa




Sí, ésta es la playa...
Las huellas de un gaviota
caminan ahora junto a las mías.
Estas olas...
El mar y su rumor
¿cuándo borró las tuyas?