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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


29 abril 2007

Sputnik

El coche lleno de trastos y el alma vacía. No es la primera vez que hago este trayecto, que sigo esta estela. Las hojas caídas forman remolinos a mi paso. Siempre miro por el retrovisor, nunca lo suficiente para volver a verlas caer.

Las primeras rampas del puerto. En la carretera cada vez menos tráfico, en mi mente el mar cada vez más lejos. Subo el volumen de la música.
Y de pronto, a la salida de un pueblecito, un autostopista. Paro de inmediato, como un acto reflejo que a mí mismo me sorprende. Bajo la música, la ventana. Le pregunto a dónde va. No logro entender gran cosa. Algo sobre Burgos, me parece oír.
-Sube -no reacciona- Sube sube- repito.
El pelo alborotado, la barba de varios días, una mochila diminuta y una bolsa. Una edad indeterminada más allá de la treintena y una mirada vieja, cansada.

Varias curvas y más cerca del puerto y mi pasajero no ha abierto la boca. Mis insinuaciones para emprender una conversación no tienen éxito alguno. Contesta con monosílabos y entre dientes. Apenas le entiendo.
Le miro de soslayo. Ni siquiera se ha quitado la chaqueta. Tiene que estar pasando calor. Subo el aire frío. Parece que se queda dormido por momentos. Bajo el volumen de la música hasta que apenas es un susurro.
De pronto siento inquietud. ¿Quién es este que he subido a mi coche tan alegremente? Pienso en los más de 150 kilómetros que tenemos por delante y aún me angustio más. Ni siquiera sé exactamente dónde se apea… Un pueblo de Burgos, pero ¿qué pueblo?, ¿en qué dirección?...

-¿Cómo se llama ese lago?-sus palabras me pillan desprevenido. Tanto que he de pedirle que me repita la pregunta porque en un primer momento no le he entendido.
-Es el Pantano del Ebro-le repito, también yo por duplicado, puesto que no me entiende a la primera.
Parece recuperarse por un momento de su sopor y se queda contemplando la gran masa de agua que brilla abajo, al pie de la montaña que descendemos.
El coche desciende suavemente hasta el mismo nivel del agua. Él sigue mirando la extensa masa de agua que ahora parece perderse hasta el horizonte a nuestra derecha.

¿Qué piensas? ¿De dónde vienes? ¿Sabes a dónde vas? ¿Quién eres tú?
“¿Dónde estuvimos juntos? ¿Quién eres tú que estuviste a mi lado? ¿Quién caminó conmigo? Mi hermano, el amigo.”
No pregunto nada. Su silencio se hace mi silencio.

Muchos kilómetros después de nuevo habla. Esta vez me dice algo sobre el número de pueblos que hemos pasado. ¡Cielos! ¡No sé cuántos pueblos hemos pasado, no sabía que hubiese que contarlos!
Por fortuna parecen salir las cuentas y decidimos parar en un pueblo junto a un cruce. Le paso su mochila, su bolsa.
-Gracias –dice casi en un susurro.
-De nada hombre. Y cuídate eh.
Cuando digo eso me mira un instante y sonríe. Se da la vuelta y comienza a andar.
Arranco y vuelvo a la carretera, aún me queda la mitad de mi camino. Miro por el retrovisor, quizá no el tiempo suficiente, y ya no está.
Pienso en que no le pregunté su nombre.

Sputnik significa en ruso compañero de viaje. ¿Por qué los rusos le pondrían ese nombre a un satélite? Siempre imagino a los satélites como pobres trozos de metal solitarios dando vueltas y vueltas a la tierra sin saber muy bien por qué.
“Compañero de viaje”. Por eso a veces, cuando conduzco sólo, llamo Sputnik a mi coche.

Cuando llegué a casa paré el motor y guardé silencio un rato, quieto.
En la alfombrilla del coche, arena de playa.