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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


31 diciembre 2008

Un rostro en el agua


fishing
Escrito en mi retrato


Tu corazón es ya como ceniza
y tu cuerpo como barca sin amarras.
Te pregunto qué hazaña has llevado a cabo en esta vida...

Su Dongpo


Tú… sobre la corriente que fluye, que pasa, siempre. ¿Quién eres tú? Eres agua, eres cielo, eres ceniza que flota un instante. Y se va, y es nada. Cielo, agua.

¿Me miras? ¿Me preguntas? En esta vida… en esta vida…



19 diciembre 2008

El pescador VI

¡Mira! ¿La ves? Es la mantis religiosa, estática y casi invisible entre la hierba, aguardando a su presa. Ahí la tienes, la encarnación de la fatalidad, pero tan bella... guardando eterna reverencia ante la creación. Es el único animal que siempre bendice los alimentos antes de empezar a comer. Su pasión y apetito por la vida es tan desenfrenado que devora incluso a sus amantes. Su beso en el cuello es tan ardoroso y arrebatado...

¿Cruel? No hijo. La crueldad es atributo exclusivamente humano. Sólo nosotros somos conscientes de ella y del dolor que provocamos en nuestros semejantes.

No juzgues a los demás con los ojos del fiscal. Juzga sí, porque quien tiene juicio y entendimiento debe asumir la responsabilidad de juzgar, y por tanto de ser juzgado. Te diría no obstante que jamás confundas juzgar con condenar. Y te diría además que no olvides que la justicia de los hombres camina vacilante con una venda en los ojos y una balanza en una mano. Y en la otra mano empuña una espada, como los jinetes del Apocalipsis, carentes de piedad.

Cuando juzgues, hijo, hazlo sin vendas en los ojos, mantenlos bien abierto, mientras miras a la cara a quien juzgas, buscando con tu mirada su mirada. Juzga siempre con la mirada con la que tú quisieras ser juzgado. Con la mirada del alma.

Fíjate en esa oruga que se acerca entre la hierba, puedes pensar que es un triste gusano que arrastra su vientre sobre el polvo o puedes ver a una mariposa todavía sin alas. Porque puede que no lo sepas, pero la inteligencia no nos fue dada para fabricar torpes artefactos sin gracia, nos fue dada para imaginar, para ver más allá del opaco cuerpo de las orugas. Olvídate del sentido común, el más desilusionante de los sentidos, y haz caso siempre de los ojos de tu alma que verán cosas que todos los siglos de conocimientos de los hombres no han podido ni soñar.

Descubre todas las mariposas que se ocultan en todas las orugas, porque has de saber hijo, que en el interior de todos nosotros, tristes gusanos a los ojos de la mayoría, laten las alas de las mariposas, plegadas ahora en algún rincón del alma, pugnando por desplegarse y comenzar a volar. Aguardan tan sólo la mirada precisa, la adecuada. La mirada del corazón. Quizá la tuya.

Volvamos al río ahora que atardece. Puedes notar como, tras el intermezzo del mediodía, la melodía de la vida se encamina nostálgica hacia los suaves acordes dorados del crepúsculo. Es el tiempo de la dulce melancolía, esa extraña languidez a la que te abandonas perezosamente mientras el alma vuela silenciosa hacia el interior de ti mismo.

Escucha el rumor del río con todos los seres que lo habitan, el murmullo de todas las generaciones que lo contemplaron, que pasaron pero no dejan de pasar, como él. Escucha, porque es ahora cuando el rumor del río se confunde con el susurro de tu alma y ya te es imposible distinguir si toda esa belleza serena que se desborda magnífica lo hace sobre el mundo o en el interior de ti mismo.
Ven, sentémonos aquí, echemos las cañas en este remanso. Parece que el tiempo se remansase junto con el agua, que la vida se acurrucara sobre sí misma buscando la paz y el sosiego.

12 diciembre 2008

Perro sin dueño. Un libro de haiku.

portada psdLlegó a mi casa el libro. Hace un año de aquella entrega de premios. Un año... una hora, este instante.
Miro los ejemplares. Sonrío. Me llama la atención el título.
Qué sorprendente este perro sin dueño. Quién lo iba a decir, aquel otro, el que compartió sus pasos ligeros junto a los míos, entre las viñas. Aquel camino, aquel cielo. Aquellos pasos...
¿Qué habrá sido de él?


En una entrada del foro de no-michi leo:
Puesto que se ha agotado el libro “Perro sin Dueño” (en formato de papel) que recogía una amplia selección de los haiku premiados y participantes en el II CONCURSO INTERNACIONAL DE HAIKU DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE CASTILLA LA MANCHA (ALBACETE 2007), se ha procedido a presentarlo en su idéntico contenido en una web, para que todo el mundo pueda echarle un vistazo a esa magnífica colección de haiku. Lo tenéis en:

http://02concursointernacionaldehaiku.blogspot.com/
Aprovechamos la ocasión para recomendaros un enlace en el que el poeta Arturo Tendero escribe un artículo recomendando felicitar las Navidades con Haiku y cita el libro Perro sin Dueño. Está en:

http://www.laverdad.es/albacete/20081228/opinion/digaselo-haikus-20081228.html

Perro sin dueño. Sorprendente sí. Un puñado de palabras y una nube de recuerdos. Un año.
Y aquel perro ajeno a todo salvo a su propio misterio. Nuestro misterio. Y aquel instante.










28 noviembre 2008

un sorbo de té

“La vida de mi padre fue sólo una pequeña parte de la vida de un tazón de té.”

En el último capítulo de la novela de Yasunari Kawabata “Mil grullas”, Kikuji contempla un tazón de té de siglos de antigüedad (un karatsu) que perteneció a su padre, que ha pasado de generación en generación y allí está, ahora, digno y bello frente a él y Fumiko.

“Muerte, a los pies de una. Me atemoriza. He intentado tantas cosas. He intentado pensar que con la muerte cerca no puedo estar por siempre absorbida por la muerte de mi madre”

Fumiko... con sus manos temblorosas prepara el té que ambos tomarán. Con pálida voz insiste una y otra vez en destruir el tazón shino, bello, digno, a sus pies, que perteneció a su madre.


“Al ver a su padre y a la madre de Fumiko en los tazones, Kikuji sintió que habían reunido dos bellos fantasmas y los habían colocado uno al lado del otro.”

Unos tazones que se podían utilizar en la ceremonia del té y también a diario. Tazones marido-mujer que pertenecieron a sus respectivos padres y que son usados ahora, esa primera y última vez, por Kikuji y Fumiko, ¿sombras, fantasmas, a su vez de un pasado que los envuelve como el aroma del té?

El recuerdo, la culpa, la tristeza, lo irremediable... y la belleza delicada de los ritos antiguos... y la muerte, que ronda sutil, tibia... todo está en ese último encuentro entre Kikuji, siempre tan desorientado, y Fumiko, tan vulnerable siempre.



Esta tarde tomaba té en mi cocina, sin ceremonia antigua, sin tazones de siglos. Yo solo. Mi tazón no es un shino ni un karatsu, pero es de Japón, el té también. Quizá por eso recordaba esa escena de la novela de Kawabata. Siempre me ha gustado su estilo, mostrar sin mostrar, esa sutil forma de mirar y mostrase tan japonesa. Primer premio Nóbel de literatura japonés, se suicidó tres años después. Huérfano temprano y para siempre...

No sé por qué, pensaba en Fumiko, que arroja el shino con tanta vehemencia que está ella misma a punto de caer contra las piedras. ¿Ella misma pretende romperse, deshacerse, por algo que sólo llegamos a intuir?

Quizá Kikuji también entrevé algo en la belleza rota que es la propia alma de Fumiko. En un primer momento, ya solo, pretende recomponer los pedazos del shino. Kikuji contempla el lucero del alba, una luz que hacía tiempo que no veía. Pero acto seguido:


“No había lucero. En el breve momento que sus ojos estaban sobre los fragmentos deshechos, el lucero del alba había desaparecido entre las nubes. Observó el cielo al oriente durante un rato, como para recuperar algo robado. Las nubes no eran densas, pero no podía decir dónde estaba el lucero.”

Y entonces Kikuji desiste en su intento de recomponer nada y entierra los pedazos del shino. Desde que leí esas líneas yo mismo creo que un alma quizá se pueda sepultar. O el recuerdo de un alma. O su fantasma. Quizá.

Fumiko desaparecerá para siempre, como esa estrella que fulgura un instante en el filo del alba. Fumiko se suicidará, lejos de nuestra mirada y de la de Kikuji. Fumiko llevaba casi su vida entera suicidándose, huérfana de sí misma, con la muerte siempre a sus pies.



Miro mi té y pienso en esa belleza sin concesiones que se muestra un instante, apenas nada, y desaparece para siempre mientras nosotros estamos distraídos reconstruyendo quién sabe qué. ¿Quizá a nosotros mismos una y otra vez? Miro la tarde grisácea, las nubes, y pienso en los fantasmas que yacen a mis pies. Y los pedazos de algo que sólo puedo intuir aún siguen aquí, en alguna parte, al otro lado de mis ojos.

Miro mi té y dejo que repose. Y hasta el fondo de mi tazón sin siglos se hunde mi mirada. En la tibieza verde del té brilla algo tan bello que no puedo sino romper. No hay nada que recomponer, no hay nada que buscar...


Se dice que en el sur de Yunnan, ya cerca de la frontera con Vietnam, en la región de las montañas de té, fue donde se preparó el primer té. Y cuentan que allí los aldeanos todavía recogen té silvestre, de los árboles de té. Sí, verdaderos árboles, algunos inmensos, que crecen salvajes en las montañas cubiertas de bosque subtropical.

Y esas gentes, como en los ritos antiguos, aún creen que las cosas son de una determinada manera y deben hacerse por tanto también de una determinada manera. Buscan sin buscar porque están convencidos de que los árboles de té se muestran y no se hayan. Es el árbol el que se hace visible sólo ante ciertas miradas y accesible sólo a algunos corazones. Sin avaricia, sin egoísmo. Sólo recoger lo que el árbol te ofrece. Y después marcharse sin mirar atrás. Para no recordar nunca, para olvidar siempre.

Será aquel árbol del té, bello y digno, quien nos recordará a nosotros, pequeña parte de su vida de siglos. Y quizá otro día, otro atardecer u otro amanecer, reclame nuestra presencia efímera, bella y trágica, junto a él. Nuestra mirada, siempre huérfana de algo robado.




31 octubre 2008

Mañana, la Antártida


        “Se buscan hombres para un viaje peligroso.
          Sueldo bajo. Frío extremo.
          Largos meses de completa oscuridad.
          Peligro constante. No se asegura retorno con vida.
          Honor y reconocimiento en caso de éxito”

Siempre he sentido un estremecimiento especial al leer el anuncio publicado en los periódicos ingleses el 1 de enero de 1914. Más aún al saber que a semejante locura respondieron 2000 voluntarios. Por fin fueron seleccionados 26 entre marineros, científicos, cirujanos, un artista, un fotógrafo... Más el propio capitán Ernest H. Shackleton, y hasta un polizón. Bueno, y 69 perros de trineo.
Shackleton pretendía atravesar por primera vez la Antártida, desde el Mar de Weddell hasta el mar de Ross, pasando por el Polo Sur, una extensión cercana a los 1.000 kilómetros.
Partieron de Plymouth a bordo del Endurance el 8 de agosto de 1914. Dejaban atrás una Europa que estrenaba una guerra, la Gran Guerra, que llevaría al continente y a la mitad del mundo a la locura, a la verdadera locura.

No sé por qué hace unos días, mientras volvía a casa en un autobús lleno de gente, pensaba yo en Shackleton y su expedición. Era esa hora de colores, entre el día y la noche, en que atardece por un lado y asoman las primeras estrellas por el otro. Me puse mi mp3 y trajiné con el cable porque sólo se oía de un lado, tengo que cambiarlo de una vez. Alguien en el asiento justo detrás del mío comenzó a hablar por el móvil. No suelo cotillear las conversaciones ajenas, lo juro, pero su tono de voz era tan alto y el cable de mi mp3 tan irreductible…
Era una voz de chica, hablaba con excitación, casi emocionada. “¡Ya estoy en el autobús!” dijo. Por sus frases y silencios deduje que se dirigía a mi ciudad, a conocer a alguien que estaba en prisión. Era la primera vez que se presentaría allí y creí entender que también era la primera vez que conocería cara a cara a su interlocutor. “Mañana nos veremos”.

La Imperial Trans-Antarctic, la expedición de Shackleton, no regresó a Inglaterra hasta más de dos años después. Paradojas de la vida, no llegó si quiera a pisar tierra antártica. Cuando faltaban sólo ciento sesenta kilómetros para llegar a su destino, su barco, el Endurance, quedó atrapado por los hielos. Y a pesar de los titánicos esfuerzos de los tripulantes, finalmente, meses más tarde, quedó hecho astillas por la presión del hielo. Se encontraban atrapados en el peor lugar del mundo, a 15.000 kilómetros de casa, sin medios para comunicarse y sabiendo que nadie acudiría a rescatarles.

La voz de aquella chica iba y venía, al ritmo de la cobertura de su móvil. A veces silencio, a veces, de pronto, volvía su voz emocionada hablando del plano de la ciudad, del taxi (si había). Dormiría en un hotel aquella noche, bueno, apenas dormiría puesto que los nervios no la dejarían. Además pretendía levantarse a las 6 de la mañana para prepararse y estar lista. Risas. Imaginé alguien al otro lado del teléfono diciendo “estás loca, no madrugues tanto, con este frío…” Ella volvió a reír. Al final se levantaría a las 6:30. La cita, aquella cita con el destino, sería a las 9 de la mañana. “Mañana”.

Cuando los hombres de Shackleton tuvieron que sacrificar a los perros (aquellos 69 voluntarios más o menos forzosos) dicen que alguien lloró. Lo he visto en alguna parte. Y cuando se comieron a los últimos, comprendieron que no tenían otra salida que empezar a andar. Se pusieron un objetivo: Isla Elefante. Su última esperanza. Llegaron después de 497 días. Estaban al límite de sus fuerzas, atormentados por el hambre, la sed, la congelación, el agotamiento…
Pero allí sólo podían esperar nada. Shackleton se propuso entonces recorrer 1500 kilómetros con otros 5 hombres hasta llegar a Grytviken, en las Georgias del Sur, el lugar habitado más cercano a la Antártida, donde se encontraba la estación ballenera Stromness, desafiando al océano encrespado y lleno de témpanos en un pequeño bote sin más ayuda que un sextante ya que ni las estrellas les servirían allí. Un mínimo error de un grado y todo estaría perdido definitivamente.
Cuenta Shackleton en sus diarios “South” el momento sobrecogedor en que los unos y los otros, los que se aventuran en el botecito y los que se quedan en la playa se despiden deseándose suerte, saludando con las manos y una sonrisa en la cara. Sabiendo, los unos y los otros, desfallecidos todos, que sólo el ánimo de no desanimar a los otros los mantenían así, hasta que el botecito y la playa se pierden de vista.

Creo que es Venus la que brilla en el cielo azul, púrpura, que ya se hace negro. Al otro lado de la ventanilla la oscuridad se hace cada vez más profunda. La ciudad se aproxima y la voz de la chica nombra un pueblo por el que acabamos de pasar. Su tono de voz se ha atenuado, parece que la emoción se ha atemperado también. Quizá la inminencia de lo que sea que le espera, ¿quizá temor?
En un momento dado escucho: “Sólo espero que mañana todo vaya bien”. Al otro lado del teléfono imagino a alguien contestando: “yo también”. Y una risa tan tenue como las estrellas que veo por la ventanilla.

Milagrosamente, aquel endeble botecillo llegó a Grytviken. Pero en la costa opuesta a la que se encontraba Stromness. A veces parece que Dios juega a los dardos y no a los dados. Shackleton contaría en su South como en aquella última odisea a través de montañas y glaciares sintió la presencia de alguien, una presencia invisible, que les acompañaba. Quizá el desfallecimiento, quizá… quién sabe. Cuarenta horas después llegaron a la estación ballenera. Por fin.
A bordo del remolcador Yelcho, y tras varios intentos, volvieron a Isla Elefante al rescate de sus compañeros. Dicen que Shackleton, cuando divisó la isla, empezó a contar con ansiedad los puntitos oscuros que iban apareciendo en la playa. Increíblemente ningún expedicionario había muerto.
A veces he imaginado el desconcierto que debió asaltar a aquel capitán, que literalmente arrancó de la fría muerte a sus 27 hombres, al volver a Europa y ver como en las trincheras de Flandes morían otros hombres, otros como aquellos mismos, por millones. Y aquella Gran Guerra seguiría extraviando al mundo todavía dos años más.
Y no sé si son sus palabras pero en su South escribió unas hermosas palabras:
“Éramos ricos en recuerdos”, “Habíamos deshecho las apariencias de las cosas. Sufrimos, pasamos hambre, triunfamos. Nos hallábamos casi de rodillas y, sin embargo, intentábamos alcanzar una gloria que se había hecho incluso más grande en aquel entorno formidable. Habíamos visto a Dios en todo su esplendor. Habíamos escuchado el lenguaje que dicta la naturaleza. Habíamos llegado a tocar el alma desnuda del ser humano”.

Cuando el autobús llegó a la estación y se detuvo yo esperé a que bajaran todos los pasajeros. Siempre lo hago. Pero esta vez miraba como sin mirar atento a los movimientos del asiento justo detrás del mío. Por fin alguien salió al pasillo y rebasó mi asiento. Aquella chica. Miré de soslayo.

¿Dónde está nuestra Antártida? ¿Dónde, en quién, encontraremos cada día el fin del mundo?
Esta blanca realidad que nos pone de rodillas cada noche, esta vida tan blanca que nos hace pasar hambre, y sufrir, y triunfar sobre nosotros mismos. Con frío extremo, con largos meses de completa oscuridad y en peligro constante. Esta vida de la que no retornaremos con vida.
¿Quién caminará a nuestro lado, quizá invisible, sobre el glaciar de lo cotidiano? ¿En la orilla de qué mirada veremos el esplendor de Dios? ¿Al filo de qué abrazo las cosas serán sin apariencias y nosotros, al fin, verdaderamente nosotros? ¿Qué voz susurrará a nuestro oído el lenguaje de la naturaleza? El alma desnuda del ser humano… el alma desnuda de todos nosotros… ¿llegaremos a rozarla con nuestros dedos?
Éxito, fracaso… ¿a quién, qué, reconoceremos en nosotros mismos?

Yo también. Sí, yo también espero que mañana todo vaya bien.

27 octubre 2008

El pescador V

Escucha. Escucha ahora la prodigiosa sinfonía de la vida. Cómo tras los enérgicos compases del allegro de la mañana, se queda suspendida como en un agotado intermezzo. La naturaleza se sume en un lánguido calderón en el que el tiempo se queda remansado. Ahora sólo se escucha el metal y la cuerda de los insectos innumerables.

Porque el mediodía, hijo, es patrimonio de los insectos. Cuando todos los demás seres se retiran al silencio de las frondas umbrías, quedan ellos sólamente, los más cercanos a la tierra, ellos, la vida casi mineral.

Escucha el insistente canto de la cigarra poniendo sonido al calor. Es el más tolerante de los seres, porque has de saber que sólo el indolente absoluto es capaz de practicar la tolerancia sin límite. Habrás oído alguna vez el cuento de la cigarra y la hormiga; no debes hacer mucho caso. Es inimaginable a la indolente cigarra queriendo ser admitida en un hormiguero. En un mundo de hormigas sordas para la música la sensible cigarra, envuelta siempre en su canción, no tardaría en marchitarse como una flor en un sótano.

No. La cigarra murió de pena. Enamorada del verano y de la vida, la tristeza se abatió sobre ella al contemplar los primeros copos de nieve que tiñeron su amada pradera. Prefirió morir a vivir sin ella y sin su verano, pues creyó que la nieve no se derretiría jamás.

Ten cuidado con lo que haces y dices cuando el frío del desaliento entumezca tu corazón. Cuando tengas que tomar decisiones importantes espera siempre a que se derrita la nieve de la desdicha. Porque ten en cuenta que siempre acaba derritiéndose.

¡No! No molestes a las avispas aunque te incordien. Quizás no sepas que en el lenguaje de la naturaleza, los colores negro y amarillo juntos son señal de peligro, no tocar. Hay criaturas que caminan por la vida infundiendo temor en sus semejantes, quizá por miedo a su propia mediocridad, quizá por falta de confianza en sí mismos, o quizás por pura supervivencia como la avispa. No debes temer a los espantapájaros pues tienen el alma de paja.

Apartémonos de la orilla del río, que en el diminuto cuerpo de los mosquitos no cabe la compasión. Sí hijo, tienes razón, por mucho amor a la naturaleza que uno tenga es imposible reprimir un manotazo al mosquito que te pica. Creo que no deja de ser natural, por así decirlo. Él sabe que se juega la vida cada vez que posa su boca sobre un animal, incluidos nosotros. En este juego en el que todos participamos, a menudo sólo tenemos la oportunidad de apostar una única vez.

Ahora bien, no debes despreciar al mosquito ni a ningún otro ser por hacer lo que está en su naturaleza que debe hacer. Piensa que en esta melodía maravillosa que es la vida todas las notas tienen su lugar y su porqué, y que es imposible quitar una de ellas, aun la más insignificante, sin desvirtuar el sentido de la sinfonía completa.

Además, date cuenta y ríete si quieres, pero piensa que para cuando le das el manotazo al mosquito que te pica es ya sangre de tu sangre. Es casi como si asesinaras a un pariente cercano.

30 septiembre 2008

con la mirada de un niño perdido


“Es la soledad la que me hace pensar en la muerte”. Con ochenta y seis años que no aparenta habla con tranquilidad, como un viejo profesor que recuerda, que siempre está recordando. Va a Cáritas a comer y a echar la partida porque la pensión no da para más. Toma su manzanilla de la tarde y toca el piano con dos dedos. Viaja gratis en el autobús con el bono de la tercera edad para relajarse y pasar el rato. Llega al final de la línea, y vuelta. ¿Qué final puede tener ninguna línea para quien no va a ninguna parte?
No recuerda haber tenido cuarenta años pero se acuerda de toda su infancia. “Lo recuerdo como si fuera ayer porque sucedió hace más de cuarenta años”.

Como si fuera ayer… Lo vi en televisión, no recuerdo su nombre pero me llamó la atención. ¿Por qué recuerdo yo ahora esto? Sí, bueno. Lo sé. Casi ayer vi una esquela en un portal cercano a mi casa. Antes de mirar ya sabía cual sería el nombre bajo la cruz, con caracteres negros sobre fondo blanco. Él, otro anciano, que iba y venía, sin más...
Tenía el pelo blanco y un pequeño terrier que correteaba en el extremo de una correa que siempre sostenía lánguidamente. A veces lo veía pasar bajo mi ventana, a veces me cruzaba con él por la calle. Nunca le dije nada.
Tenía la mirada desarmada y los pasos temblorosos. Pasos como de niño pequeño que estrena el mundo. Pasos que no saben a dónde van.
Yo conocía a su esposa, era amiga de mi madre. También se la llevó el cáncer una mañana en que nadie, nadie, lo esperaba. El pequeño terrier era de ella.

“Es la soledad la que me hace pensar en la muerte” No sé. Quizá sea la muerte la que hace pensar, la que hace pensar en todo lo demás. Quizá sea la ausencia y no la soledad la que nos mata algo que llevamos dentro y se resiste a ir. Dicen que una soledad mas una soledad suman compañía. Quizá. Pero la ausencia no suma nada. Ese terrier, tan pequeño, ¿llenaría el hueco que transparentaba su mirada?
Nunca dije nada. A pesar de que su soledad temblaba como un pez en el agua, y yo la sentía temblar en mi alma. Sí, mi alma podía tocar su soledad, blanquecina soledad, y se ahogaba un poco cada vez que miraba.

Ayer casi, una conocida de mi padre me trajo verdura de su pueblo por un favor de nada que le hice. A la buena mujer siempre se le entrecortan las palabras cuando recuerda a mi padre. Yo callo. Callo hasta que hablamos por hablar, sin hablar siquiera. Vive sola, ya mayor. Sin perro, sin gato. El otro día insistí en que apuntara mi número de teléfono “por si necesita algo”. Necesitar…
No sé, quizá yo necesite creer que la soledad, que la ausencia, se puede conjurar como la lluvia de primavera. Que mi alma está a salvo, flotando como un sargazo que no sabe a dónde va, del temblor del mundo. Y dentro de cuarenta o cincuenta años recordaré mi infancia nada más, como si fuera ayer. Porque así es mejor. Porque así sobreviviremos, sin ir, sin venir.

Él, con sus ojos de niño perdido, parecía tan frágil… Miro a mi gata que me mira. Tan pequeña. Pienso en su terrier. ¿Qué será de él? ¿Dónde estará? tan solo…

19 septiembre 2008

El pescador IV


- ¡Mira! ¡Mira allá arriba! Observa al águila majestuosa cómo sobrevuela por encima de los oscuros pensamientos de los hombres. Viéndola así, no cabe duda que pertenece más al cielo que a la tierra. ¿Crees que a ella le importan algo las leyes de la aeronáutica? Vuela porque jamás dudó que pudiera volar. Jamás vaciló en confiarse al viento y conquistar los cielos.

Sólo el hombre necesita probar y comprobar lo que siente como cierto. Para deleitarse con el arroyo no le bastará con tenderse junto a él, escuchar su canción y contemplar su pureza cristalina. Meterá los pies, querrá tocar su fondo, lo atravesará cien veces hasta que ya no pueda ver sino la turbiedad levantada por sus pasos.

La creación no nos pertenece a nosotros solamente. Contempla. No toques jamás las alas de la mariposa.

Sí hijo, matemáticas y no poesía es lo que prima aquí abajo. ¿No darías todo lo aprendido entre los hombres por remontarte en el aire como ella, bella y elegante, aun sólo por un instante? Todo ese cúmulo de conocimientos que alimenta la vanidad del hombre pero no le sirven para elevar su alma ni en palmo sobre la tierra.

La vanidad es lo único que nos diferencia de los animales y no otra cosa. Porque ellos también tienen alma, ánima, y habitan sus propios sueños. Sólo así, eclipsados por nuestra propia sombra de vanidad somos incapaces de reconocer lo maravilloso, lo prodigioso que late a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos.

En fin... ¡Mira allí! Mira cómo se escabulle la culebra sigilosa entre la hierba, la más dubitativa de las criaturas. Mira cómo traza incansable sobre el suelo las interrogaciones de su indecisión. Ignora incluso si pertenece al reino del agua o al de la tierra. Ella sin embargo carece de vanidad, pues al no producir sombra alguna sobre el mundo, tampoco esta segura del todo de su propia presencia. Vive en el ámbito de lo humilde y lo sencillo, entre las flores, entre la hierba y las setas. Para acceder a ese mundo, hijo, es necesario bajar de los pedestales y colocarse a su altura, tumbado junto a las flores, con el corazón sobre la tierra.

Contempla las mil formas y colores de las setas, date cuenta que todo ese despliegue de vitalidad esplendorosa está destinada a marchitarse en pocos días. Nos traen el mensaje de la fugacidad, con sus vivos y breves colores llaman la atención sobre lo liviano, lo que parece que no tiene importancia.

Breves, bellas y fieles. Fidelidad de por vida para con su compañero que les da cobijo. Del nízcalo al pino, del champiñón al prado o del muserón al espino blanco. De la seta de cardo que renunció a su nombre propio por el de su compañero.

Cosas pequeñas y sin importancia que pueden valer una vida. A veces no bastan los sentidos para desentrañar la verdadera faz de la realidad. Ten en cuenta, por ejemplo, que son parientes cercanas la amanita cesárea y la oronja verde, la gloria de los paladares, y el aroma de la muerte.

Observa la infantil belleza de la amanita muscaria. No sé si sabrás que para los antiguos celtas resultaba fascinante y prodigioso su color rojo y blanco. Creían que eran la sobrenatural espuma solidificada que caballos diabólicos echaban por la boca en sus errantes galopadas por los bosques durante algunas noches señaladas del año. Por eso, nunca las comían, y en general, tampoco todos aquellos frutos y bayas que fuesen de color rojo.

Hijo, recuerda que no es buena la desconfianza y mucho menos el rencor. No renuncies al dulce sabor de las fresas porque una vez probaste el amargor de una mora roja.


31 agosto 2008

Aquí, sin más

  
      Aquí estoy, sin más
descalzo sobre la hierba
        con mi corazón en la mano, esperando
                suave susurro en la brisa…

      ¿quién eres?
¿estás aquí, junto a mí?

      Enmudezco
de asombro ante el abismo que me contempla.
      Escucho
en silencio el silencio de las hormigas
sus pasos, miles, sin ruido.

     Esta belleza que ni siquiera es bella
que me llama, que me constituye.
    Sin buscar, sin pensar… como un niño que juega
como una hoja que cae en el agua…

¿Seré capaz de embellecer este mundo con mi vida?



31 julio 2008

Bstrm V 蛍 hotaru


“¿Por qué las luciérnagas mueren tan pronto?”
La pequeña Setsuko le pregunta a su hermano Seita la razón de lo incomprensible. Los bombardeos norteamericanos de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial les han arrebatado todo. El fuego ha devorado todo su mundo y la indiferencia de sus semejantes amenaza con arrebatarles incluso su dignidad.
Los dos hermanos se refugian en una cueva y para mitigar la negrura de la noche allí dentro se les ocurre cazar unas cuántas luciérnagas junto al río y soltarlas dentro, al otro lado de la mosquitera con que protegen la entrada.
A la luz mágica de esos animales imaginan un mañana mejor. Sus pensamientos, como el vuelo errante de las luciérnagas, va y viene, sube, baja, traza figuras en la oscuridad…
A la mañana siguiente, todas las luciérnagas han muerto.
Setsuko excava una diminuta tumba y las entierra. Ella parece entender entonces la desaparición de su madre, de tantos, quizá su propio futuro…
Por qué, nos preguntamos todos, por qué la belleza y la felicidad duran tan poco.

El anime de los estudios Ghibli suaviza, aún sin renunciar a toda su crudeza, la tremenda historia semi-autobiográfica de Akiyuki Nosaka en su novela “La tumba de las luciérnagas”. La novela carece del lirismo del anime y no da concesión alguna al lector.
Recuerdo haber leído ese libro, uno de los más duros que he leído nunca, con el corazón en un puño.
Desde entonces, cuando veo una luciérnaga junto a la orilla del río siempre recuerdo a la pequeña Setsuko, que “tenía una belleza elegante y digna de compasión”.
.

Hace unos días yo encontré de nuevo una luciérnaga junto al río. No he visto muchas en mi vida. Cada vez menos.
Cuando yo era un niño recuerdo haber visto luciérnagas junto a mi propia casa. Cuando mi barrio aún no estaba totalmente sepultado por asfalto y hormigón. Recuerdo aquella noche como si fuera ayer. Dios, pareciera que aquella luciérnaga que sostuve en mi pequeña mano, con su luz verde y fría, aún esperara ahí. Ahí mismo. Pero en la mañana de mi vida actual mi cándida niñez desapareció como una luciérnaga agotada sobre mi mano.

Una vez, Ella dijo que cuando una persona ve una flor y piensa “qué hermosa” ya sabe que Dios es amor, aunque no se dé cuenta.
Ella. Hace unos días yo encontré de nuevo un titilante resplandor junto a mi casa. Tan lejano y tan frío como una estrella que se apaga. A lo largo de la noche las estrellas en el cielo van y vienen, suben, bajan, trazan figuras en la oscuridad… qué hermosas.
¿Nos dimos cuenta entonces?
A veces, sólo a veces, miro por la ventana en las noches cálidas de verano, noches como esta noche, y espero ver aquella luciérnaga. Aquella luciérnaga con su belleza elegante y digna de compasión. Entonces miro mi mano y no veo nada salvo la propia noche.
Y entonces te pregunto, sí, porque antes incluso de que amanezca lo sé…
¿Por qué mueren tan pronto las luciérnagas?  
 

20 julio 2008

El pescador III

No, eso no son libélulas. Son caballitos del diablo, los parientes gráciles de las libélulas. Todos esos de color azul revoloteando sobre el agua son machos buscando pareja. Mira cómo mueven las alas haciendo señales con los grandes lunares azules que brillan en sus extremos. Fíjate cómo las pliegan cuando se posan en los juncos, juntándolas verticalmente, no como las libélulas, que las dejan reposar horizontalmente y nunca las juntan.

Sí hijo, los helicópteros funcionan más o menos igual. Pero a los helicópteros les falta, como a todos los artefactos humanos, esa... no sé cómo decirlo, esa gracia, esa sencillez nada simple... Observa a los caballitos del diablo. Mira su gracia ilimitada y dime cómo podría el hombre recoger el reflejo sobre el agua de un rayo de sol filtrado entre los juncos, darle vida, y lanzarlo a volar sobre la corriente. No hijo, ni con toda su tecnología podría el hombre construir esas transparentes alas de brisa delicada que sostienen en su aparente sencillez el vuelo entero de millones de años de evolución.

Sin embargo hijo, el hombre le puso nombre. Fíjate: libélula. Desde luego, la belleza del nombre no desmerece a la de la criatura que nombra. Observa cómo sugiere su levedad, su belleza, incluso las alas de la libertad... Quien fuese el que le dio nombre no cabe duda que quedó fascinado por el encanto de la libélula. Quizá eso sea el arte, dejarse maravillar por lo que nos rodea y ponerle nombre, el nuestro. Es, de alguna manera, completar la creación.

Las palabras... Hijo, es con las palabras con lo que el hombre construye el mundo, con las palabras descubre e inventa a los otros hombres, y es con las palabras como hace suyo al universo. Mira todas las plantas que nos rodean, todas tienen un nombre que las individualiza y nos las hace visibles a nuestro entendimiento.

Porque quien ignora el nombre de la madreselva es que no la ha mirado jamás, aunque la haya tenido delante de los ojos. Mira las margaritas, con sus dedos blancos y su corazón de oro; las campánulas, que anuncian la desdicha si se las oye sonar; el digital, dedal de los elfos; las prímulas, que abren las puertas del mundo de las hadas; los pensamientos, las flores preferidas de su rey, Oberón.

No digas eso hijo. Cuando un niño niega la existencia de las hadas, una de ellas cae al instante, muerta de pena. Todo lo que tiene nombre existe.

Las palabras bellas se están perdiendo, y con ellas la comunicación y la comunión con los fresnos y los alisos, con los chopos y los saúcos, con los abedules y los álamos. Ya nadie escucha al sauce, que se retuerce quejumbroso junto a la orilla río y cruje su corazón en soledad aunque no sople el viento.

Todas las bellas palabras que en la ciudad son tan sólo humo...

Estos años de hierro que nos ha tocado vivir... Acumulamos innumerables conocimientos y no comprendemos nada. Pretendemos saber de todo pero nos quedamos deslizándonos en la superficie helada del agua, pues el río en movimiento se nos escapa. El misterio de la vida y de nuestro propio corazón nos resulta incomprensible.







16 junio 2008

El príncipe de las nubes


El Albatros siempre me ha parecido uno de los poemas más tristes que haya leído nunca. Dicen que Baudelaire lo escribió durante un viaje en barco. No sé.
A veces la pena se me ramifica en el alma, como un arbusto que florece. Flores del mal efectivamente. Y no sé que me da más pena, si esto o lo otro, o lo de más allá…
Recuerdo que cuando leí ese poema no supe quién me daba más pena, si el pobre pájaro atrapado y torturado sobre la cubierta del barco o la ignorancia brutal de los marineros. Recuerdo un fragmento en especial:


El poeta es como el príncipe de las nubes
Que habita la tormenta y se ríe del arquero;
Exiliado sobre el suelo, en medio del griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.



“Príncipe de las nubes”. Bonito título para un ave que apenas toca el suelo en su vagabundeo de meses sobre los océanos. A pocos metros sobre las olas la leve brisa salina le mantiene en el aire sin batir apenas las alas.
Supongo que en mi extraña imaginación el albatros siempre ha sido la libertad con forma de ave marina.

Existe un cormorán en Las Galápagos que no puede volar. Sus alas atrofiadas son el resultado de miles de años de evolución. Un pájaro que se alimenta en el mar, en una isla donde no hay (había) depredadores, ¿para qué necesita volar? Volar se convierte en un despilfarro energético.

En una rama de mi alma habita este pájaro. No sé por qué. A veces me da pena verlo andar torpemente por las rocas volcánicas. Es como si en el camino de la evolución se hubiera quedado a medio camino. Ni en el aire ni en la tierra, ni siquiera en el agua. No es un albatros, tampoco es un pingüino.

A veces, sólo a veces, yo me siento un poco así. A mitad de un camino que ignoro. Trastabillando descalzo sobre la piedra desnuda. Contemplando las nubes mientras el salitre marino reseca mi boca. Sin saber muy bien de dónde vengo ni a dónde voy, como una ola de un continuo atardecer, que va y viene, y va…
Quizá el albatros es demasiado hermoso, quizá la libertad es demasiado poética. Quizá vuelan demasiado alto, demasiado lejos, para los ojos que miran y no ven, que duermen sin comprender.

Lejos de las olas que murmuran, exiliado de la luz que habita la tormenta, muy pocos albatros, príncipes de las nubes, he conocido en mi vida. Y sin embargo cuántos cormoranes patosos, extraviados, caminando junto a mí a lo largo de la orilla…

31 mayo 2008

El pescador II

Antes de lanzar el sedal escucha una vez más cómo se despereza el mundo ante el nuevo día, escucha cómo todos los intérpretes de la gran sinfonía de la vida comienzan a afinar sus instrumentos. Al principio en ininteligibles compases, para luego irse sumando uno a uno: el rítmico croar de las ranas, las dulces cadencias de los pájaros, los innumerables insectos con su obsesivo ritornelo, y de fondo, el río, con su bajo continuo marcando el compás y señalando el sentido de toda la melodía.


Ya puedes lanzar el sedal y ten en cuenta, hijo, que hemos venido aquí a una cita, con el río y con la propia trucha. Porque para jugar a este juego de la vida hacen falta dos jugadores. Así pues trata a tu rival con todo el respeto que merece, véncela, si puedes, pero jamás la humilles. Piensa hijo, que el poder sin dignidad deviene pronto en mezquindad y que es propio de almas mezquinas permanecer impávido ante el sufrimiento y la muerte.


Sí, es fácil dejarse hipnotizar por el sonido y el movimiento de la corriente, tan monótono y sin embargo irrepetible.

Quizás tú aún no lo sepas hijo, pero así es la vida toda. Movimiento constante, creación y destrucción. Pues ten en cuenta que para poder perdurar es necesario cambiar, corriente que siempre corre y que nunca pasa, que se mueve pero no avanza, como si lo hiciera tan sólo sobre sí misma. Como los hombres y las innumerables generaciones de ellos que se han asomado a sus orillas, viendo siempre el mismo río aunque en diferentes aguas, viendo siempre al mismo hombre pero en diferentes rostros. Sí hijo, seguimos siendo el mismo hombre, una vez liberados del falso brillo que llamamos progreso.

Como la primavera que estos días nace, bellísima dama renacentista, siempre joven y delicada, con la mirada infinitamente melancólica. Cercana e inaccesible, perecedera y eterna, siempre el mismo esplendor pero nunca en las mismas flores.

Representa lo eterno e inmutable con algo tan delicado como la vida. Con cosas vivas, mortales, frágiles y perecederas.

¡Escucha! ¿Has oído? Es el pájaro carpintero, escucha los tan-tanes del bosque convocando a ritos antiguos y misteriosos. Mira ahí, son sapos recién despertados de su sueño inquieto, buscando a su amada. El sapo, el más perseverante de los amantes. Aguarda incluso años bajo la tierra a la espera de la señal de la lluvia revitalizante. Abrirá entonces los ojos, incendiados con mil fuegos de pasión.

Sí, ya sé que quizá no sea la criatura más bella ni la más tierna, pero es que hijo, nosotros no sabemos mirar con la mirada del sapo, o con su pasión. Piensa que tan sólo el anhelo de su bella durmiente mantiene viva la llama de su esperanza durante meses de cautiverio subterráneo.


¡Mira! ¡Mira hacia arriba! Los patos salvajes trazando en el cielo la flecha de la vida que se renueva. Quizás no sepas que los antiguos pueblos celtas creían que eran estas aves precisamente las encargadas de transportar las almas de los difuntos hasta el país de los hiperbóreos, allí, en el norte remoto, donde en el estío jamás se pone el sol. Creían que las aves, como las almas, perseguían incansables la luz del sol a través del cielo y las estaciones.

esta playa




Sí, ésta es la playa...
Las huellas de un gaviota
caminan ahora junto a las mías.
Estas olas...
El mar y su rumor
¿cuándo borró las tuyas?




30 abril 2008

El pescador I

- “Quizás tú no lo sepas, hijo, pero a pescar hay que venir en silencio, con la devoción y el entusiasmo de quien va a escuchar un gran secreto. Sí, me dirás que por qué entonces no paro de hablar un momento. Yo, hijo, llevo muchos años ya escuchando la voz del río, y aunque mil años más no bastarían para que me contara todos sus secretos, yo sólo pretendo traducirte al lenguaje de los hombres, si eso es posible, el rumor inagotable del río.

Mientras preparas los aparejos escucha su murmullo, pero escucha de verdad, olvídate de ver y oír, y aprende a mirar y escuchar. Escucha también al ruiseñor entre las frondas de la ribera, el más tímido de los pájaros, piensa que su canto es como la felicidad esquiva, ese incesante palpitar que nos impulsa a buscar la fuente de tan dulce deleite a través de las espesuras de la vida. No hijo, no lo busques con la mirada, no lo encontrarás. Como la felicidad, el ruiseñor no fue creado para ser tocado, y su canto, como la felicidad, sólo se recuerda.

Mira en cambio al cándido petirrojo, fíjate cómo se le transparenta el corazón en el pecho y cómo se acerca curioso y confiado. Quizás el más inocente de los pájaros, el que más cerca permite que se acerque al siempre imprevisible hombre. Quizás también el más bondadoso. Incluso, tal vez, uno de los pocos seres que pueden definirse como felices. Pues debes saber hijo, que la felicidad, como la verdadera libertad, sólo anida en los espíritus libres del miedo y la desconfianza.

31 marzo 2008

algo que se deshace sin susurrar siquiera


Ya sólo quedan las palabras
      por eso callo
pero escribo.

Versos por todo, para nada.

      Palabras muertas
      Huesos inertes tan sólo
      Nada en la mirada.

Versos silenciosos,
y una mano en mi mano.

                 Y el frío, el frío… este frío…