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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


07 diciembre 2006

Poetas de corazón japonés. Antología de autores de "El Rincón del Haiku"






"Poetas de corazón japonés" es la primera antología de autores de El Rincón del Haiku. Se trata de una antología internacional de haiku publicada por la editorial CELYA en diciembre de 2005, que recopila los mejores poemas y los mejores autores en los primeros cuatro años de anudadura de esta revista electrónica. Vicente haya y Luis Corrales han sido los encargados de seleccionar treinta autores y treinta haikus, estos últimos comentados brevemente por el profesor Haya.








23 septiembre 2006

El panda y el mandanga

Beijing Morning Post:

Un oso panda recibe a mordiscos a un hombre ebrio que quería abrazarlo

Un chino que se había tomado unas cervezas de más comprobó que el panda gigante no es tan cariñoso como parece tras saltar las verjas del zoo de Pekín para abrazar a un ejemplar que lo recibió a mordiscos, dijo ayer el Beijing Morning Post . El suceso ocurrió el martes cuando Zhang Xinyan, de 35 años y padre de dos hijos, llegó a la capital china exclusivamente para ver de cerca a los pandas gigantes del zoológico. Antes de la visita, pasó por una cantina donde comió y se bebió cuatro cervezas. Cabe indicar que la medida normal de una rubia china es de 650 mililitros. Tras la comida, se dirigió al zoo y allí, preso de unas intensas ganas de abrazar a un ejemplar varón llamado Kuku , se quitó la chaqueta y saltó la verja. La repentina visita interrumpió la siesta del oso, que mostró su malestar mordiendo en una pierna a Zhang, quien intentó desembarazarse del animal devolviéndole los mordiscos, aunque con poco éxito. "En la televisión siempre dicen que el
oso panda es muy simpático y nunca advierten de que puede morder", se justificó Zhang, que no sufre daños graves.

04 septiembre 2006

A veces creo


"A veces me siento con una mujer en el café y guardamos silencio. Ya no ocurre nada que valga la pena recordar. Entre los dos reuniríamos la sangre justa para barnizar un fósil. Nos asoma en el rostro una mezcla de hastío, vejez y etimología.
Yo creo que cada vez que me siento con una mujer en la mesita del café, nos quedamos mirando hacia la puerta como si nos estuviéramos esperando…"



Dónde leí yo esto.... ya ni me acuerdo... 


28 junio 2006

De noche en barca

Su Tung-Po
 Una brisa susurra, ligera, entre los juncos y espadañas, ¿llueve?
Salgo a mirar la lluvia, mas es la luna la que inunda el lago.
Barqueros y pájaros acuáticos sueñan el mismo sueño.
Grandes peces escapan, como zorros huidizos.
En esta noche profunda los hombres y las bestias se ignoran,
sólo mi cuerpo y mi sombra juegan juntos.
La marea oscura se desliza como la lombriz sobre la arena.
La luna que cae cuelga de los sauces como una araña en su tela.
En esta vida que precipitada transcurre entre pesares
veo este fugaz instante que se desvanece.
El canto repentino del gallo, el sonido lejano de una campana:
los pájaros se dispersan.
De las barcas retumban los tambores, llamando al retorno.

09 mayo 2006

Bstrm II 熊 kuma



Dicen que a los osos no les gustan las sorpresas. Yo, de hecho, cuando voy por las tundras del Yukon pescando salmones siempre silbo melancólicas tonadas. Hablan siempre de amores perdidos, de exilios .... Bueno. Eso a los osos se la trae floja claro, lo que cuenta es que me oigan desde lejos y se aparten, o se dejen ver para apartarme yo.
No sé que rayos quería explicar a cuenta de los osos y se me ha olvidado. Bueno, creo que era algo así como que... ¡Ah no! Ya me acuerdo.
La previsibilidad. Eso era. Me pregunto por qué no cejamos nunca de buscar la originalidad en los demás y sobre todo en nosotros mismos cuando en realidad lo que nos conviene es la previsibilidad.
¿Acaso olvidamos que tras nuestra dulce faz y modales exquisitos se esconde una mala bestia indomable?
Es mejor poner las cosas claras desde el principio: "Mira, aparte de todo lo estupendo que te imaginas, también soy un capullo sublime, un narcisista irredento, un tacaño rayano en lo maniático, un abyecto egoísta y un gilipollas a tiempo completo, ah y me huelen los pies peor que un depósito de cadáveres." Bueno, esto es un ejemplo claro. Yo no soy así para nada. Y Walter tampoco. Y ninguno de mis compadres.
Bueno, a lo que íbamos, si tú dices eso así de sopetón lo más probable es que te manden a tomar por el saco. Si tu interlocutor-a es medianamente inteligente se quedará un poco anonadado-a pero luego comprenderá. Y además las discusiones y encontronazos serán cosa del pasado. Qué mejor que ver venir al oso (siguiendo con el tema del oso) para evitar problemas.
Si lo ves y además te dice lo que va a hacer y sus neuras, si es previsible en suma, pues no tienes por qué liarte a discutir y jamás te atizará una puñalada por la espalda.
Si te dejas pillar por el oso (sí que da juego el plantígrado este) es que eres más ingenuo que Favila.
.
Yo no supe hacerme previsible ante Ella. Nunca supe ganarme su confianza, su respeto. No fui capaz de ver su verdad. Y al final le clavé por la espalda un estilete de hielo. Y lo que es peor, nunca me di cuenta que lo hacía.
Esta tarde estuve borrando algunos de sus mail. Aparecieron en una carpeta olvidada, como mensajeros fantasmales de un más allá que está muy aquí.
Después miré la lluvia, cómo se perdía para siempre convertida en agua. Después pensé en lo previsible y lo imprevisible, en el azar y en el destino. Después pensé en osos.

07 mayo 2006

La luz del alba


-Todo lo que tiene nombre existe. Todo lo que tiene nombre, y lugares, maravillas y seres que no tienen un nombre, entes animados e inanimados, a los que nunca llegó la curiosidad de los hombres y que también existen, allí, al otro lado de las montañas, aguardando en cualquier vuelta del camino, habitando los sueños y la imaginación de los mortales y los inmortales. Recuérdalo Negwel, están ahí, esperando una mirada limpia y un corazón entusiasta.

Negwel levantó la mirada del papel, sonrió, se tocó los labios con el extremo de la plumilla y recordó a su viejo tío. Secó la punta en un poco de musgo, envolvió el pequeño bloque de tinta en un lienzo seco y colocó ambas cosas junto al tosco cuaderno que él mismo se había fabricado cosiendo con paciencia infinita página a página, cada una de un pedazo de papel diferente, unas veces grueso, otras más delgado nunca dos páginas iguales. Envolvió las tres cosas en una pequeña pieza de fino cuero y lo ató con una cinta del mismo material.

Llevaba ya varias semanas de camino y hasta aquella mañana radiante no había sido capaz de escribir nada en su improvisado “diario de viaje”, como pomposamente lo había titulado.
Los primeros días fue la compañía de los buhoneros que le habían conducido hasta los pasos de las montañas la excusa que se dio a sí mismo para no estrenar el rústico diario. Quizá su timidez natural, el hecho de exhibir a los ojos de aquellos para los que los libros eran objetos exóticos y mudos, de casi tan nulo valor venable como práctico, era lo que le había impedido escribir.

Cuando atravesó el paso de la montaña más elevada y quedó sólo con la inmensidad y el silencio, las hojas continuaron en blanco, al menos lo que más se aproximaba a ese color dentro de toda la gama de amarillos posibles.
Si primero fue la compañía, ahora era la soledad, el vacío, lo que Negwel pensaba que había plasmado de alguna manera involuntaria en su diario y le impedía escribir. Era la vacía blancura de la nieve y el frío silencio de las rocas lo que reflejaba su diario, la nada helada.
Eran días duros aquellos, el frío, el cielo casi siempre oscuro y amenazador, la ausencia total de vida. Negwel caminaba encorvado, siguiendo sendas a veces semiescondidas, otras invisibles bajo la nieve. Su espíritu desaparecía junto a su cuerpo enfundado en un enorme abrigo de piel de oso que su tío le había regalado. La cabeza refugiada bajo la capucha y las manos retraídas dentro de las propias mangas, caminaba a veces como un sonámbulo sumido en su propia pesadilla.

En muchas ocasiones una idea daba vueltas y vueltas dentro de su mente, se estiraba y se enroscaba sobre sí misma, como una serpiente enloquecida, como el camino bajo sus pies. Pensaba sin pensar y caminaba y caminaba.
Pero lo peor eran las noches, cuando estando ya agazapado dentro de su abrigo, en alguna cavidad de las rocas y tras su paupérrima cena de tortitas y carne en salazón aguardaba tembloroso la visita de sus fantasmas. El frío omnipresente, la alarmante disminución de sus provisiones, los barrancos desolados. Aparecían ante él los gestos desesperados de los esqueletos de arbustos raquíticos, únicos vestigios de lo que una vez estuvo vivo al borde del camino. Escuchaba la voz del viento de las cumbres, unas veces murmurando entre dientes de piedra, otras, bramando por cárcavas desnudas.

En la hora más oscura de la noche, aquella que precede a la aurora, agotado ya de revolverse sobre sí mismo y patear el suelo para que sus pies no se convirtieran en nieve, las ganas de rendirse, de renunciar a su aventura en pos de conocimientos, y volver a Bisla, a los dulces prados del altiplano, a la biblioteca de su tío, el viejo Elgen, le inundaba poco a poco como agua tibia, reconfortando sus miembros macilentos y helados. Se decía a sí mismo que sí, que volvería, que seguiría conociendo el mundo a través de los libros de su tío, los únicos de toda la comarca, y pasaría las noches junto a la chimenea de piedra, la única de la aldea, soñando e imaginando el mundo aquel, crudo y frío, al otro lado de las montañas.

Era el alba, la luz del nuevo día, la que disipaba las sombras, todas ellas, las que envolvían el mundo, fuera del improvisado refugio nocturno, y las que amedrentaban la voluntad y el entusiasmo, dentro del corazón de Negwel.
Aquella mañana surgió radiante la luz del sol, olvidada tantos días atrás, se desbordaba sobre la tierra limpiándola de los últimos vestigios de la noche. Cuando asomó su cabeza encapuchada y aún aterida del recoveco rocoso que le había servido de refugio, Negwel pudo contemplar un cielo límpido y luminoso como hacía días que no veía. Había dejado atrás la cota de las nieves y sólo en las alturas refulgía un blanco resplandeciente y perpetuo. Sintió cómo todo el entusiasmo y la esperanza, escondidos durante la noche en algún rincón de su alma, volvían a llenarla, y cómo esta se extendía cálidamente por su cuerpo como el día magnífico se desparramaba sobre el mundo.

Y aquella mañana, por fin, estrenó su diario. Desembaló su virgen “Diario de Viaje”, el bloque de tinta y la plumilla, mojó la punta de esta en un pequeño hueco de un árbol que aún conservaba agua de lluvias pasadas, lo posó con cuidado sobre el bloque de tinta escribió las últimas palabras que su tío le había dicho antes de dejar Bisla.

Reviviendo aquellas palabras sintió un anhelo irresistible de conocer todos los nombres, todas las maravillosas historias que leyó en viejos libros y escuchó de viejos y sabios labios. Historias que colmaron sus sueños y su imaginación junto a una chimenea de piedra.

Escribió las palabras de su viejo tío y supo al fin que jamás se rendiría, jamás volvería sus pasos hacia Bisla y daría la espala al mundo fascinante que se extendía, aguardándole, al pie de las montañas.



Bestiarium I




Murieron los hombres, y murieron las bestias,
y a los dos se les ofreció lo mismo:
es la misma muerte la que se los lleva,
y no se encarnan más que una vez.
Y es siempre igual:
la única diferencia es que el hombre es más ingenioso.
¿Quién puede decir que su alma vuela al cielo,
y la de las bestias se disuelve?
¿Qué sabe nadie de los pensamientos de las bestias,
o cómo rezan invocando a quién las creó,
sino Dios sólo, que conoce su lengua?


No sé dónde leí que los hombres hacemos racionalmente las mismas cosas que los animales hacen por instinto. Supongo que es así.
Ella hacía por instinto las cosas que los demás hacemos racionalmente. Era de esas personas afortunadas.
Cuando la oía contar su historia no podía creer que todo aquello fuese cierto. He oído contar muchas historias en mi vida, pero ninguna como aquella.
Hoy en sueños ha venido de nuevo. Aún no hace año y ya no sé quien fue Ella. Y ya no sé quien soy yo.
 
Walter y yo hacemos como podemos las cosas que otros hacen racionalmente. Además Walter tiene la habilidad de convertir en surrealista cualquier actividad cotidiana. Si le hubiese dado por pintar en vez de por no hacer nada Dalí a su lado parecería Ibáñez.
Y sin embargo había algo que nos llevaba a embarcarnos en proyectos inverosímiles o condenados irremediablemente al fracaso. Cuántas veces fuimos por ahí con el Halcón Milenario, aquel viejo Chrysler que él heredó de un abuelo indiano. Qué bien cuidado estaba hasta que llegó a nuestras manos...
Cuántas ciudades, cuántas gentes, cuántos pinchazos, cuántos cuelgues en las carreteras media Europa. Aprendimos a decir "grúa" en media docena de idiomas diferentes. Ay... qué días aquellos, de esplendor en los arcenes y gloria en los talleres.....
Cuando las gotas de lluvia cesaban de repiquetear en la capota cuando pasábamos bajo los puentes, cuando el horizonte era más que una línea y siempre una promesa.
Aquellos días que están ya tan perdidos como la Atlántida.