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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


20 diciembre 2016

Revista RANLE

Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Gracias especialmente  D. Carlos E. Paldo por su generosidad natural y cálida amabilidad.







senda costera,
con hojas de adelfa
se limpia las botas




una sola vez
en el cielo de mediodía
un buitre bate las alas





gaviotas
hacia el mar que no vemos
clarea el cielo





viento del sur;
tras la lluvia de anoche,
hormigas aladas



breve llovizna,
cenando las patatas
que sacamos del huerto



tarde estival,
las caricias de un niño
al perro muerto



al cruzar la vertiente
se extingue
el sonido de los cencerros



también el perro
siguiendo su camino
volvió la vista



rumor del oleaje,
las montañas azulean
hacia poniente



Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (RANLE) Vol. V No. 9 Año 2016 Nueva York

Pedir RANLE número 9












02 diciembre 2016

de vuelta al mar

Cuando salí de ti, a mí mismo
me prometí que volvería.
Era en otoño, y en otoño
llego, otra vez, a tus orillas.
( De entre tus ondas el otoño
nace más bello cada día. )

Y ahora que yo pensaba en ti
constantemente, que creía...

( Las montañas que te rodean
tienen hogueras encendidas.)

Y ahora que yo quería hablarte,
saturarme de tu alegría...

( Eres un pájaro de niebla
que picotea mis mejillas. )

Y ahora que yo quería darte
toda mi sangre, que quería...

(Qué bello, mar, morir en ti
cuando no pueda con mi vida.)



José Hierro, un fragmento de su poema “Llegada al mar”. Qué cosas, cuando leí ese fragmento, así tal cual, pensé que era él mismo un poema de amor. De amor a una persona. Yo era entonces un chavalito y desconocía el título y todo lo demás, bueno, ya se sabe… era en primavera, y en primavera…

El mar. Pienso ahora que no iba yo tan mal entonces. Hay personas así, como el mar. Personas con orillas, con playas a las que volver.

Junto a las olas, sentado en una roca, dejo nacer esta mañana de otoño tan quieta, tan luminosa. A veces el viento, pequeño como estas olas, se hace oír entre la sequedad de un cardo semienterrado en la arena de la playa.

Tierra adentro, sobre la marisma se arremolinan en el aire lo que parecen gaviotas. Sí, son gaviotas. Ahora llegan a mí camino del mar. Poco a poco, flotando en silencio. Algunas son jóvenes. Flotan, de verdad que flotan sin batir las alas ni una sola vez. Qué silencio. Azul. Qué azul el cielo.

Las gaviotas... recuerdo que me despertaba su risa mañanera… Del mar de mi mente al mar de tejados de aquella ciudad.

Recuerdo que aquella mañana Yuki temblaba. No había salido de debajo de la cama desde que llegamos la tarde anterior. Tenía miedo. Yo también. Un poco.

Yuki…

Volver a este mar. Saber que volvería. No lo sé...



Cruje entre los dedos, aún huele la hoja de laurel que la última marea semienterró en la arena.



Satie. Su Gymnopédie, la uno. No sé por qué me acuerdo ahora. Quizá porque tenía una versión en la que sonaba el rumor de las olas mientras comenzaban las primeras notas del piano. No sé dónde leí, creo, que fue Debussy, su amigo, quien reconoció en él su talento y le ayudó cuando nadie más abogaba por él.



Reconocer el mar. En los demás y en uno mismo. Hay personas que lo hacen fácil, que todo lo hacen fácil. Incluso lo más difícil. Sí, hay personas que son mar. Y a veces necesitamos que sean otros quienes descubran nuestro mar.



Y ahora que yo pensaba en ti
constantemente, que creía...



Te esperaba. Ahora lo sé. Creía que era yo. Pero no. Necesitaba que me descubrieras. Ahora que es el agua quien cuenta lo que pienso. Ahora que solo el viento puede decir mi verdadero nombre. Es ahora cuando me reconozco y te veo. Te veo tal y como siempre has sido. Y yo no me daba cuenta.



Y ahora que yo quería hablarte,
saturarme de tu alegría...



Todas las playas son esta playa. Todos nuestros momentos este. Y quería hablarte, quería decirte… pero no sé. No sé decir salvo que el cielo es claro y lleno de luz, que la mar vira desde el azul intenso del horizonte al turquesa claro cuando llega justo hasta aquí. Hasta el borde mismo de mis pies quietos.

Cuando salí de ti, cuando salí de ti… Era otoño y en otoño estoy aquí… de nuevo.



Hay días que parecen el primero de algo.

La quietud de un corazón que ha perdido peso. Que como una taza de té vacía se llena poco a poco con este momento. No hay palabras, no hay fotos. Nada. No tengo Nada. Todo se acabará y desaparecerá salvo lo que nunca he tenido. Este momento que no tengo, que me tiene y me sostiene.



Camino por la playa. Gritos de gansos salvajes. Cielo azul. Una flecha oscura se acerca desde mar adentro. Pasan sobre mí, sobre esta inmensa, vacía, playa vacía.



Sol de mediodía. Se adentra en el mar la mariposa que pasó junto a mí.












 El magnífico poema completo de José Hierro lo podéis leer en  "Tierra sin nosotros", publicado en 1947