·

さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


24 junio 2021

los hijos de Zanahoria



 “Se está creando la vida en una pequeña maceta, aunque luego tengan todo el cielo para ellos.”


Enrique entrevista a Frutos y su emoción hablando de cernícalos, de haiku, traspasa mi corazón.

Es lo mismo, pienso. Cernícalos, haiku, el cielo. La vida.

El corazón de las cosas.

Hoy, esta mañana, la foto de la maceta-nido vacía me ha compungido. Lo reconozco. No llevo bien la ausencia. Lo reconozco.

A veces el vacío es tan enorme como el cielo por explorar. No soy un cernícalo. Así que no lo comprendo. Lanzarse al aire sin mirar atrás. Qué envidia. Explorar el cielo y sustentarte solo en lo que eres, sin más.

Enrique y Frutos hablan de lo pequeño, de lo importante.

“Concha marina, poca cosa, pero una vez fue la casa de un ser”

Los seres y sus casas… ¿cuál es la casa de mi ser? Nunca lo he tenido muy claro, lo reconozco. Creo que nunca he sabido muy bien cuál era mi maceta y mi cielo. Qué cernícalo extraño hubiese sido…


Los amigos.

Quizá habite solo en ellos. Quizá es el corazón de los demás nuestra maceta primera y más importante. Y luego el cielo.

Y el haiku.

Una manera de decirlo. Qué extraño. El haiku si no habla de algo es de la gente, y sin embargo… el rocío… el infierno…

Qué somos si no…

Quizá es una conversación, el haiku, del mundo con el mundo, de nosotros mismos con nosotros otros. De un cernícalo con el cielo, de un alguien que mira y dice, o calla. Y luego contempla la maceta vacía.


La ausencia.

La ausencia. Pero qué mal lo llevo jope. Con el vacío puedo, a la nada no la miro a los ojos, pero la ausencia… Dios.

Es hermosa esta luz. A finales de junio y sin embargo el aire parece de invierno. De otro tiempo diría el tomodachi Ryoma.

Es transparente.

Todo es tan transparente que a veces me da vértigo.

Los juguetes de mi niñez recuperados del trastero y que no me atrevo a mirar. La jaula vacía de Goazen que aún no puedo mirar. El cielo hilvanado por los vencejos al que no puedo dejar de mirar.

Una y otra vez.

Los vencejos y sus espirales en el aire. Mis amigos en Radio Hela.

Elías. La voz que abraza. Y qué abrazo.

El haiku y los abrazos. Creo que es lo más satisfactorio del haiku. El cielo.

Es hermoso. El cielo. Y las macetas. Son como promesas. Bueno, y el haiku. Y los amigos claro.

La vida se crea y se cuenta a sí misma. Se celebra.

Incluso para aspirantes a cernícalo como yo, el cielo, y todo lo que vendrá, es una promesa, la vida.

La generación de la promesa. Los hijos de zanahoria.

Una manera de llegar al haiku.  

Los que sin nada más que nuestra intuición saltamos al cielo. Y nos sustentó el aire, sin saber cómo.

Desde una pequeña maceta se estaba creando algo hermoso. Y ni siquiera nos dábamos cuenta.


Ay esa foto…. la maceta-nido vacía…

¿Andaremos ya en el aire?

¿Será algo hermoso, por venir, algo que no entiendo aún este vacío que siento dentro de mí?

Este vértigo…

Si de verdad puedo volar… ¿por qué lo siento?

A veces miras la tormenta, sabes que vendrá el trueno, lo sabes perfectamente, y aun así te asusta.

No lo entiendo.

No entiendo la ausencia y todos los huecos que llena.

El tiempo que devora cada momento esparcido bajo la luz del sol.


Atontado…

Mira el cielo, mira los vencejos y la claridad inmensa de junio.

No mires atrás.

Salta.

Uno, dos, tres. Los hijos de Zanahoria llegaron al mundo sin palabra alguna. Con todo su ser. Con su casa en una maceta.

Tres, dos, uno. La dejaron.

Y ya.

La naturaleza es hermosa. Brutal. Sin paliativos.

Sincera.
 

No lo soy. Sincero. Como los vencejos en el aire, como las palabras de mis amigos. Yo no. Soy un ahaiku.

El cernícalo que vuela mirando atrás. Ese sería yo. Un acernícalo.

Creo que aún no sé lo que es un haiku. Menos aún un cernícalo.

Hablo a tientas de amigos, del corazón de las cosas. ¿De verdad las cosas tienen corazón?

El mundo.

¿El mundo tiene corazón y nosotros podemos darle palabra? Quizá sea un poco pretencioso.

Ninjin no musuko. Pensé decir. Los hijos de zanahoria. Por aquello de lo japonés…. Pretencioso. Pensé…

Pienso poco, es verdad. Pero me gustaba cómo sonaba.
 

Reconozco que me da envidia. Zanahoria y su marido. Y los hijos de Zanahoria. Por su belleza sin pretensiones. Por su sinceridad. Por su unívoca manera de estar en el mundo.

A lo mejor el haiku es una oportunidad. Pienso ahora que me doy cuenta de todo lo que no soy.

Una pluma insertada en el aire.

El haiku.

Jo qué poca cosa.

Y lo que da de sí.

El hogar de algunos. La estación de otros.

Maceta y nido. Cielo.

Una promesa.

Los amigos.

Yo y ninguno.




Refresca tras la lluvia, hoy no está la araña en la tela de la portilla

Chame



Ella es sincera, ella es. No puede ser otra cosa.

Toc toc toc. Estoy aquí. Soy el pájaro carpintero y soy el bosque. Soy yo, Soy tú.



Soy el hijo de Zanahoria.












Entrevista a Frutos Soriano en Radio HELA aquí


Entrevista a Elías Rovira Gil en Radio HELA aquí












10 junio 2021

el soplo de la vida

 





"Desde los seis años tuve la manía de dibujar la forma de las cosas. A los cincuenta había producido gran número de dibujos, pero antes de los setenta no hice nada que mereciera la pena. A los setenta y tres creo haber adquirido algún conocimiento de la estructura verdadera de los seres naturales, animales, plantas, árboles, pájaros, peces e insectos. Creo que cuando cumpla los ochenta habré progresado notablemente. A los noventa alcanzaré el misterio de las cosas: a los cien haré una obra asombrosa, y a los ciento diez, cuando dibuje, aunque solo sea una línea, poseerá el soplo de la vida."


En el año 1834 Katsushika Hokusai, “el viejo loco de la pintura” como gustaba llamarse a sí mismo, dejó por escrito estas palabras en el colofón del primer volumen de Cien vistas del monte Fuji. Tenía setenta y cuatro años de edad.

Y acababa de nacer.

El soplo de la vida. Dibujarlo en el aire. Cada día de la vida.

Un trazo, una palabra. Mi silencio cuando el misterio de las cosas me arrebate cada gota de tinta.

Estar aquí. Estar ahora. Formando parte de la increíble estructura de todos los seres.

En el día que media entre los seis años y los ciento diez.

Dibujando.


En el soplo de la vida. En el maravilloso y brevísimo soplo de la vida.