俄雨瀬戸物売りは常の足
niwaka ame
setomono uri wa tsune no ashi
chaparrón
el vendedor de porcelana
mantiene el paso
Yo creo que
esta tarde había más gente en las ventanas. Yo creo que aguardaron más tiempo después
del aplauso. Quizá la tormenta. No sé.
Justo antes de
las ocho parecía que las nubes iban hacia poniente. Luego no. Parecía que
venían de allí. Qué cosas. Las nubes.
Hay veces
que me dan ganas de abrazar. Sin más. A la gente. A las nubes. Qué cosas, que van
y vienen, de aquí para allá.
Kintsugi.
Una costumbre japonesa, un arte, la de reconstruir cerámicas rotas con oro. Así
pues las grietas no se disimulan sino que se embellecen.
Qué cosas. Japoneses.
Grietas.
Parecían grietas los restos del cielo entre las nubes esta tarde. Justo antes,
y justo después, del aplauso de las ocho. La gente en las ventanas, con sus aplausos,
y los truenos en no sé dónde, lejanos, de vez en cuando. Y la luz de la tarde que no lo es del todo
atravesada por las fulguraciones de los relámpagos. Y el olor de las cosas que
comienzan. Ese olor...
Había
belleza en todo en ello. Da cierto pudor confesarlo. Es verdad. Pero es verdad
que aguanté en la ventana más allá de los aplausos y de los truenos. Y del
silencio que vino después.
Esas
ventanas abiertas que también aguantan las primeras gotas y su silencio. Quién.
Quienes sois. Quisiera llegar hasta allí y decir. O callar. Quisiera ser un pájaro blanquinegro que anida a la vista de todos.
Luego una
gota fue otra y otra. Y otra.
Luego
granizó.
Y después miré
cómo se había quedado sobre la hierba, retenido como los restos de una nevada imposible.
Y luego llamó
mi hermano por teléfono.
Reconstruyo un
recipiente para albergar un vacío que me da sentido. Con los hilos de un
atardecer que no entiendo, con el regreso de los pájaros blanquinegros que no
sé desde dónde llegan.
Justo hoy
llegaron los aviones, qué pequeños, a su nido bajo el alero de mi casa. Como
todas las primaveras. Y volaban aquí y allá, qué ligeros, ajenos a la herrumbre
de la tierra firme, atravesando la luz de la tormenta.
Ayer no
estaban. Hoy sí.
No sé. Qué
cosas. Pero es así. Todo. Ahora sí, ahora no. Blanco, negro. Conmigo, sin mí.
Era hermosa.
Sí. De verdad que sí. Esta tarde con las ventanas abiertas atravesadas de manos
de todos los tamaños. Esta tarde atravesada de relámpagos y aviones.
Kintsugi. No
sé qué reconstruir. Como todos supongo. No sé si reconstruir o construir. Con
oro o con pájaros. No sé. ¿Quién nos devolverá a nuestro ser? ¿Qué manos? ¿Qué
palabra? ¿Su silencio? ¿Brillarán nuestras heridas?
Relámpagos suturando la tarde que se va. En silencio.
Esta tarde
miraba la tormenta que ya pasaba, si es que se puede mirar eso, y pensaba sin pensar en lo
que soy. En lo que no soy. En lo que debería ser.
En la luz fulgurante que recompone el cielo. Y la tierra.
En la luz fulgurante que recompone el cielo. Y la tierra.
Luego las
gotas de lluvia fueron una.
Luego nada.
Luego vino
la noche.
Y pensé en
los aviones, tan pequeños. ¿Estarán bien?
Mantener el
paso.
Mantener el
paso cuando todo alrededor parece derrumbarse. Mantener el paso cuando sabes que
algo frágil y valioso depende de ti.
Caminar sin
más, bajo la lluvia súbita de primavera,
cuando aguardas sin saber por qué a los pájaros, lo abrazos, que vendrán.
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