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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


10 abril 2015

Al hilo, trinos




 Al hilo de unas fotos de narcisos silvestres, de un puente y de unos sauces, al hilo de un río, Paula me pide en Facebook que pinte un haibun. 

No sé por qué me empeño en fotografiar lo que no se puede fotografiar. No es un arcano. Hablo de trinos. Hablar de trinos… qué cosa, como hablar de la mar. En cada foto que eché con el móvil esa tarde había un pájaro cantando, en alguna parte. Ni el pájaro ni el trino. Nada. Qué mal fotógrafo soy. 

Narcisos, sauces, un puente, y un río.

Oyendo las palabras deberías entender la fuente. No sé por qué me viene a la mente ahora este verso del Sandôkai. Debe ser por el río.

Fotografiar trinos, o ríos, hablar, es como pintar haibun. Un presente que no pasa, pasando, como un río. Desde hace días me siento un fugitivo al presente, a la guarida donde nada me perturba. El miedo nunca es ahora.

En el ahora del río, de esa tarde, yo estoy sentado sobre la hierba, con las piernas cruzadas junto a la orilla, mirando al pescador en la corriente. De sauce en sauce un petirrojo se acerca, se acerca a mí y se aleja. De vez en cuando trina. En las hierbas altas se oye un merodeo que va y viene, inquieto. De pronto tres o cuatro topillos cruzan un sendero. Después otro, y luego otros dos. No sé por qué uno mira hacia donde yo estoy y se para en seco. Parece compartir mi sorpresa, un respingo en esos ojillos brillantes. Se da la vuelta en un santiamén y vuelve por donde apareció. 



En el ahora de ahora, de mi buhardilla, oigo en la radio un poema de Tomas Tranströmer. Lo ponen porque el nobel sueco falleció recientemente.

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no lenguaje,
parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
Lenguaje, pero no palabras.



Junto al río, todas las criaturas que ahora mismo no tenemos palabras sentimos sin comprender el lento transcurrir del sol en la piel, en el cielo. La rana se zambulle en la poza dejada en la orilla tras la última crecida, dos brazadas y desaparece bajo las hojas de sauce que yacen desintegrándose en el fondo, el reyezuelo, apenas pesará la mitad que todos mis pensamientos, ensancha su trino más allá de los brotes de fresno, un escaramujo medio pocho aguanta todavía la rojez tibia de su madurez  junto a una hoja marchita de chopo prendida de una espina, la silueta del pescador cruza tras la oquedad de un sauce rebrotado, desgajado por los años, lo veo aparecer y desaparecer más allá del hueco, sobre el río, un milano asciende y desciende haciendo espirales sin batir las alas ni una sola vez, qué verá con sus ojos de aire.



Las fotos, las palabras, desenfocadas que pretenden el pájaro o su trino llegan ahora, este de ahora, ya cansadas a un corazón domesticado. Miro por la ventana. El sol recién aparecido brilla sobre los tejados cubiertos aún con la lluvia de las primeras horas. Lo salvaje no tiene palabras. Cómo quisiera ahora ir en busca del verdadero lenguaje. El de las plantas y las huellas en la nieve. Ceder a esa llamada de lo salvaje que reclama una y otra vez lo que es suyo, mi verdadero corazón.



El amarillo de los narcisos es tan profundo que a la cámara le cuesta enfocar. Refleja la luz de la tarde con el brillo de lo nuevo. El rumor del río es inasequible al zoom mientras cruzo el puente. El agua y el hijo del agua. Las sombras de los sauces se entrecruzan sobre la hierba de la ribera. Un mito, lo reconozco por sus colores blanquinegros y su cola larga, trina al otro lado del río. Siento la tentación casi inconsciente de contestar. El río lo hace por mí. Él siempre contesta. Cuántas veces habré yo preguntado en este lugar, junto a estas orillas. Él siempre me ha contestado, con su silencio de agua, a lo importante, solo a lo importante.



Dos moscas entran por el balcón haciendo espirales y chocan sobre un haz de luz. Imagino todas las páginas escritas con mis tonterías ensanchándose en todas direcciones… Preguntas y respuestas y respuestas y preguntas…



La mayoría de los fresnos y los sauces de la dehesa junto al río están mochados. De lo alto de sus troncos surgen renuevos que alcanzan ya buen tamaño. Empieza a refrescar y al del río se une el rumor de las hojas secas caídas el año pasado. La arboleda se espesa al acercarse al río y las zarzamoras y los espinos rasgan todas las sendas. Blandamente las violetas silvestres colorean el musgo aquí y allá. Una pareja de trepadores azules golpetean algo sobre un fresno mochado. Me acerco todo lo despacio y sigiloso que permite mi torpeza y veo que picotean lo que parecen bellotas usando una de las grietas del tronco como yunque. Qué tíos. Sonrío como un niño o un idiota, no sé. Al final vuelan. La foto nada.


Oyendo las palabras deberías entender la fuente... Oyendo la fuente… ¿me daría cuenta de que es la fuente?



Bajo un enorme sauce desgajado los niños han construido su cabaña. Las huellas del pescador oscurecen por un instante el camino de vuelta. En alguna parte un pájaro que no conozco trina al caer la tarde.



Es hermoso seguir el hilo. Dejarse llevar y contestar silbando, sin darte cuenta, al trino, al río.