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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


31 marzo 2017

Jai


Mirando aves marinas con los prismáticos de mi padre. Qué brillante este sol, qué tranquila la mar.

Jai. De pronto he recordado ahora y quizá “he recordado” es atribuirme una voluntad o mérito que en realidad no existe, he sido recordado más bien, si esto puede decirse, que ese era el nombre de la pointer blanca y negra que sale en una foto junto a mi hermano y a mí. Dos niños y un perro. Gorros, botas, uno lleva una cantimplora verde, otro unos prismáticos con funda rígida de cuero. Miran a la cámara con un sonrisa. Jai no. Mira hacia un lado, a lo alto. Como intuyendo ya en sus ojos claros la montaña y el olor lejano aún del espliego y el tomillo.

Miro los prismáticos que miran aves marinas. Mi memoria es terrible. Recuerda todo y cuando menos me lo espero. Soy recordado en aquella mañana con mi padre haciendo la foto antes de salir al monte y mi hermano y Jai. Un nombre guardado durante mucho tiempo en algún lugar más allá del alcance de estos prismático.


El mar se agita por momentos, a pesar del sol. En el horizonte, la bruma.


Están gastados. Se nota el uso en la correa de cuero, en los bordes de las lentes. Cuidadoso. Así era mi padre. Sabía apreciar el valor que tienen las cosas en sí mismas, más allá de precios o prejuicios. Y el valor que adquieren con el uso y el cuidado. Es el aprecio lo que da valor a las cosas y no al revés. Sería quizá aquello del wabi-sabi y él ni lo sabía. Toco y miro y retoco y remiro y por un momento solo puedo intuir el verdadero valor que tienen ahora mismo para mí.


Ni diez metros me separan de las gaviotas que planean en la brisa. La espuma del mar cada vez más abundante. Blanquísima.


Cojo los prismáticos al revés y miro mi pie. Lejanísimo y pequeño. Río. Ay Jai... Quién, qué, nos recuerda ahora, aquí, mi fiel y libre compañera, envueltos en esta luz tan clara, ojos abandonados a la lejanía, llena el alma con la intuición a espliego y tomillo de la montaña.

Los oscuros prismáticos se han llenado con todo el sol de la mañana. Qué calorcito.
















28 marzo 2017

zarcillos



Con las sandalias en la mano. Caminando sobre el campo de margaritas que llega hasta el mar.

Aquí arriba, sobre el acantilado, pega el sol pero bien. Tiene algo de dulce languidez contemplar cómo vuelan las gaviotas, dejándose llevar por la brisa marina, arriba y abajo, como niños deslizándose sobre monopatines, sobre las olas. Parecen aupadas tan solo por la luz del sol. Una y otra vez.

La hierba es suave. El viento tibio. Si dejara deslizar mi pequeña mente sobre toda su blancura podría ahora mismo ver cómo crecen las flores.



Un milano traza círculos, enhebrando el aire justo sobre el borde del acantilado. Dos abubillas levantan de pronto el vuelo al borde del bosque que apunta detrás de las pequeñas dunas. Los zarcillos de la zarzaparrilla se enroscan sobre mismos abrazando el aire junto al viejo eucalipto seco. Qué grande es. Apenas ya un esqueleto que se deshace poco a poco en esponjosas virutas blancas junto a la senda costera. Siempre lo toco cuando paso junto a él. Es una atracción extraña y triste. Suave.

Las flores crecen. Ya está. Siempre. En algún lugar las flores están creciendo, siempre. Dejar crecer las flores. No hacer nada más.


Un cormorán cruza volando frente a mí, casi roza las pequeñas olas azules.


A veces, cuando la luz es la correcta, no puedo evitar pensar-recordar en mí mismo ascendiendo despacio una cuesta no muy pronunciada que lleva a un templo en lo alto de la montaña. Atravieso con delectación las luces y sombras que los esbeltos y altísimos cedros japoneses que cubren la ladera producen sobre el camino.

Nunca he sabido si lo soñé o lo leí en alguna parte. Hace tiempo.

Quizá siempre haya tenido vocación de extranjero. En el fondo, de mí mismo. A veces me pregunto qué hubiese sido de mi vida en otra vida. ¿Estaría ahora mismo aquietando palabras para no ser pronunciadas, sobre un papel iluminado por el sol?.

Escribir. Sentir que comienzo algo, que devano vanamente un zarcillo que se enrosca sobre sí mismo abrazando el aire, la luz, la nada.




Una pareja de azulones levanta el vuelo sobre el mar. Uno de ellos gira levemente y toca el agua con la punta de un ala.


Si pudiese estar sin más... Sin un solo pensamiento atornillando mi mente a la madera muerta, a la estupidez. Sin el mínimo rastro de un recuerdo enroscando cada momento presente a la arena que arrastró el viento. Sin voluntad. No la quiero. Ni una pizca. La escuálida voluntad que poseo solo me llevó lejos de mí mismo y de lo que debiera haber sido.

Solo ser una esponja marina. Algo primitivo. Algo sencillo y quieto, más agua que sí mismo.

Palabras junto al mar. Para no ser dichas. Solo escribir y lanzarlas al mar. Sacarme de mí mismo y volver al agua.

Contemplar cómo las gaviotas flotan en el aire, dejar que el sol brille, que las flores crezcan.







27 marzo 2017

adrenas


Parecen llenas de posibilidades. Las mañanas así, con sol, viento tibio del sur, mar azul. Como esta.

A media ladera frente al mar. Miro con los prismáticos de mi padre. El Emma Bardan, el buque oceanográfico se ha perdido ya hacia el este. Por allí pesqueros, quizá la flota de Santoña, al verdel tal vez. No sé.
Con su mirada miro. En esta luz es como si estuviese. No un recuero. No. Estar. En la luz. Esta misma que contornea la sombra de mi mano sobre el cuaderno hasta casi ofender.


Una garceta se reúne con el resto de la colonia sobre el islote de la ermita abandonada. A sus pies las olas rompen sordamente.



Llena de posibilidades. Y sin embargo... La miríada de posibilidades que vuelan ahora sobre mi mente, inaccesibles a los prismáticos de mi padre, como gaviotas al sol.
De estas cosas de aquí y esta suave hierba a otras montañas y otras playas. De todas estas posibilidades a otras aquellas que ya no serán.
Todo lo que podría yo haber sido, haber dado. Lluvia en la arena.
Algo se quiebra dentro de mí en este preciso momento, aquí, sobre esta hierba que brilla al sol sobre el mar azul y los gritos de las gaviotas. En esta mañana llena de posibilidades.


En silencio. Sin batir las alas ni una sola vez, las gaviotas se adentran en el mar.


Qué poco duraron las abejas mineras, apenas un par de semanas en las que llenaban de agujeritos los taludes de de arena, y los lirios marítimos de sus zumbidos a ras de suelo. Adrenas. Ni sabía que existían hace tan solo mes.


Me tumbaría aquí, ahora, entre las flores de las que ignoro todo, hasta perder incluso yo mismo mi nombre. Nada. Hacerme nada, mera posibilitad una vez más.