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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


24 febrero 2023

Los colores de las vacas

 

Sigue lloviendo. Dos niños hablan de los colores de las vacas.



­—Las limusinas son rojas. Casi. Las tudancas grises. Casi negras.

—Y los cuernos pequeños. De las limusinas. Las tudancas tienen cuernos grandes. Blancos y negros.



El desigual ritmo de la lluvia cayendo sobre las plantas. La luz de día.



En el principio debió ser así. Pensé de repente. Lo pensé sin pensar. Alguien hablando del color de las cosas. De los bisontes. Mirando la lluvia. Alguien hablando del tamaño de sus cuernos y sus huellas. Y luego callando.



Con cada movimiento cambia el brillo del agua sobre la lombriz. Lluvia de la mañana.



“El hombre natural, el hombre primitivo, que mira a la naturaleza, y ve la caída de las hojas, y se llena de asombro.”

En la web escucho hablar de haiku a un amigo. Una hermosa visita. Como un gorrión en la ventana.



Cuando era niño las vacas me daban miedo. Ahora también. Tan grandes. Me daban miedo pero me gustaba mucho verlas. Tranquilas, de colores, moviéndose despacio o echadas sobre la hierba, con sus ojos grandes y apacibles. Con cuernos grandes o pequeños. Moviendo la mandíbula sin abrir la boca. Pensando, pensaba yo.



Rozando la hierba escarchada, los cuernos enroscados de la oveja.



Cuando era niño me gustaba mirar la lluvia. Y ahora también. Y el olor de la tierra mojada de entonces. Y de la de ahora.

Con quién hablaría entonces de los colores de la lluvia. Del tamaño de sus gotas.

Con quién lo hago ahora.



En el principio debió ser así. Y en algún momento debí estar allí. Entonces o ahora. Lo pensé de repente. Sin pensar.



Mirando la lluvia mientras hablábamos del color de las cosas. Y su olor, enroscándose como las volutas del humo de una hoguera al borde del mundo. Hablando del tamaño de las estrellas y de su brillo, y del vacío que queda a su alrededor. Hablando y callando al ritmo desigual de las gotas de agua que caen sobre las plantas. Sobre los días y las noches. Sobre la tierra preñada de semillas. Sobre nosotros y nuestras palabras. Sobre nuestro silencio. 

Sobre todo sobre nuestro silencio.



—Las limusinas son rojas. Casi. Las tudancas grises. Casi negras.



Como lluvia reciente, el olor de las patatas recién lavadas.











16 febrero 2023

Aware . Palabras a la luz de la lumbre


Qué extraño escuchar la propia voz y no reconocer en ella sino solo un eco, uno más de los sonidos del mundo, como el crepitar del fuego o la llamada de los grillos. Es hermoso.
 
Grabé esto hace casi un año y no lo había vuelto a escuchar. El aware.
 
Gracias al trabajo exquisito, tan bello, de Enrique Linares, tan generoso, ese eco resuena de nuevo mucho más cálido, más cercano. Mucho más hermoso.

Gracias, de corazón.









08 febrero 2023

Esperando la llegada del colirrojo

 

Zazen de la mañana, sin darme cuenta espero la llegada del colirrojo.



Subir una montaña. Después bajarla.

Caminar sin más. A lo largo del valle las sombras de las nubes, apenas parecen moverse.



Hacer nada. Sin intención alguna. Eso decía mi maestra zen. Solo estar. Estar en disposición. Sentarse en zazen. Aguardar. Solo eso podemos hacer. Sin hacer.



A la ida y a la vuelta. Echado en la misma postura el viejo mastín. El sol de la mañana.

A lo largo del camino un viento que está y no está. Solo en las hojas secas de roble, esas pocas que quedaron en las ramas tras el otoño, se intuye su voz. Un ligero crepitar. A veces lo oigo. Otras no.



Se abre el día, sentado en zazen. El lento movimiento de una pequeña babosa hacia el jardín.



En lo alto de la montaña. Mi voz diciendo “una pareja de buitres.”

Un viento que parece amainar. Que calla. Que parece aguardar algo.

En el fondo del valle el brillo de las escorrentías entre la hierba.



Como un niño que juega. Con toda su determinación. Con toda su despreocupación. Esa es la actitud.

Sí. Creo que era así. Eso decía mi maestra zen.



Una naranja al pie de la ladera. Apoyadas en un roble, los tutores de las tomateras.

Es realmente hermoso, también extraño, darte cuenta de que caminas sin más. Que no vas a ninguna parte. Escuchar. Que te sorprenda tu voz. O la del viento.


Detenido en el camino hasta el último giro del vuelo del milano. Continúa un repique de campana que no sé qué significa.



Aguardo, dentro de mí aguardo algo sin esperar nada. Algo que no depende de mí. Solo estar en disposición. Recogido en la quietud y el silencio. Sentado en zazen, haciendo nada. Sin nada que poder hacer.



Bordeando el camino, al otro lado de los árboles la llamada de los gansos salvajes.

Recortado contra el cielo un nido de velutinas.

Siempre es un “de pronto”. Siempre una voz que no esperas. Una presencia. Un camino que no acaba.

Huerto de frutales. Sin esquilar del todo una de las ovejas.

La marca de un alambre en el tronco del eucalipto.



¿Quién aguarda a quién? ¿De quién la voz que a veces dice, que a veces calla?



De nuevo el viento, un poco más allá, entre las hojas del eucalipto.
 


Aún de noche, la inesperada llegada del colirrojo.













05 febrero 2023

Una mañana de sol y escarcha.

 



Caminando sobre la hierba escarchada, llegar al agua. El sol de la mañana.


“Castañas asadas. En casa mi abuela las hacía todos los inviernos y eran deliciosas.” Desde otro continente, otra estación, el mensaje de una amiga.

“Rompiendo escarcha en cada pisada. Dos sonidos muy tenues el de la escarcha y el crepitar. Me gusta mucho.”


A mí también me gusta esa palabra. Crepitar. Me gustan las palabras con algo de onomatopéyicas. A veces me imagino las primeras palabras así, como imitaciones sonoras de otros sonidos.

Como las primeras palabras de un niño. Guau guau. Pío pío.


Gansos salvajes. Más allá del vallado diferente el color de la hierba.


¿Cuál sería el nombre de una mañana como esta? Su primer nombre.

La quietud de una mañana de sol y escarcha. La soledad de cada gota reluciendo sobre las hojas de las plantas. Su silencio.


Mi amiga lejana, tan cercana, es poeta y quizá tenga una palabra. Un primer nombre. Con su mirada de niña podría decir, quizá, cada cosa por primera vez. Un haiku.

Su silencio.


No sé.
 

Caminar sin intención alguna. Sobre el brillo de la escarcha que ya se deshace sin más. Caminar hasta el agua quieta que lo refleja todo. Que nada tiene, salvo su transparencia.


En el interior de la granja, la cara de una de las vacas iluminada por el sol de la mañana.


Parecen crepitar, los cardos secos, con la tenue brisa que llega desde el otro lado de la montaña. Qué altos. Diría un niño. Diría yo con las primeras palabras. O no diría nada. Crepitaría. Seguro que algo, sin nombre, crepitaría dentro de mí entonces.

Ahora. En una mañana de sol y escarcha. Sin palabra.


En lo alto un caballo blanco. Hasta el mar se extiende el verdor de la hierba.