surimidala
さて、どちらへ行かう風がふく
bien... ¿a dónde ir...?
...el viento sopla...
Páginas
01 febrero 2022
la voz del cárabo
27 diciembre 2021
semi no koe
Un puñado de palabras, unas fotos hechas sin más arte que el
testimonio de mi presencia en aquel lugar y oh… magia. Otras voces, otros acentos, el arte de personas
que crean algo nuevo, más hermoso, mejor.
Personas generosas a las que agradezco de corazón este
regalo. Este abrazo.
21 diciembre 2021
Kusamakura International Haiku Competition. Premio
Hoy ha sido día regalos. Cruzando el Pacífico, así me lo
magino J ,
ha llegado un hermoso abrazo en forma de diploma.
Si un abrazo, así o de cualquiera de sus mil formas, siempre
es un regalo, compartirlo con amigos es un premio de los buenos premios.
Tengo la inmensa suerte de conocer a la ganadora del primer
premio, mi querida casi hermana Mercedes
Pérez “Kotori”:
por el canalón
los pasitos de un pájaro…
sol de estío
Y también a dos de los ganadores del tercer premio. Mi amigo
e infatigable inventor de proyectos editoriales José Luis Andrés Cebrián:
Cumbres nevadas
en el retrovisor.
Vuelvo a casa
Y al compañero de camino en el haiku y espero amigo por descubrir J Jorge Ortiz:
Filas de hojas
rutas serpenteantes
van las hormigas
Pienso en el Pacífico y no puedo evitar recordar otro azul
inmenso. El haiku con el que mi amigo y maestro en el haiku auténtico, directo
como una flecha, ganó el tercer premio el año pasado. Manuel Díez Orzas, para
mí siempre Ryoma J
un cielo azul...
las golondrinas rehúyen
de la cometa
Y antes que él otros amigos que también transitaron los mismos
abrazos en el mismo camino. Lázaro Orihuela, amigo generoso, cálido como su
tierra cubana, con un primer premio hace dos años:
Liba el colibrí.
El olor de la lluvia
acrecentándose
Y de nuevo José Luis Andrés Cerbrián. Que aparte de amigo
fiel y creador incansable de proyectos editoriales veo que también es
incansable en lo de ganar premios. De nuevo
un tercer premio, esta vez hace dos años. Qué grande.
Almendro en flor
entre las viejas tumbas.
Olor a miel.
Qué suerte tengo. La verdad. Pienso un abrazo de tamaño
Pacífico. Tan azul, tan cristalino, como el cielo que refleja.
Gracias
14 octubre 2021
las palabras que ahora formaban parte de mí
Recuerdo asistir a la conmovedora interpretación de Patty Smith en la entrega de los Nobel del dos mil dieciséis. Y conmoverme.
Y después oír su explicación sobre aquella interpretación.
Y volver a conmoverme.
"No había olvidado las palabras que ahora formaban parte de mí. Sencillamente no era capaz de sacarlas fuera.
No tuve más remedio que detenerme y pedir perdón, a volver a intentarlo estando aún en ese estado y cantar con todo mi ser, pero aún trabándome.
No se me escapó que la historia de la canción empieza con las palabras –Tropecé junto a doce montañas nubladas- y termina con las líneas –Y conoceré bien mi canción antes de empezar a cantar-
Al tomar asiento sentí el humillante aguijonazo del fracaso, pero también la extraña certeza de que, de alguna manera, había entrado y verdaderamente vivido el mundo de la canción."
La humildad de aquella señora de pelo gris disculpándose delante de toda aquella gente tan elegante, en Estocolmo, mientras su espíritu, de alguna manera, caminaba sobre las laderas de montañas nubladas y tristes bosques.
Me hizo extraviar todas las palabras. De alguna manera entrar y vivir de verdad en algo... no sé...
Parte de mí. Con todo mi ser.
Una mujer joven, pelo gris, voz temblorosa, cuyo cuerpo ardía.
Un niño de ojos de ojos azules mojado por la fuerte lluvia…
¿Dónde estuviste? ¿Qué es lo que viste? ¿Con quién?
Emocionarse con la emoción de los otros.
Entrar en su mundo.
- Y lo contaré, lo hablaré, lo pensaré, lo respiraré
y lo reflejaré desde la montaña para que todas las almas puedan verlo.
Y me pararé sobre el océano hasta que empiece a hundirme,
pero me sabré mi canción antes de empezar a cantar.-
02 septiembre 2021
Letras Divinas. Revista literaria
Editorial
Ya ve la luz el primer número de este proyecto como una sencilla contribución y, a su vez, invitación, para que los hispanohablantes interesados expongan sus composiciones líricas en los estilos que deseen. Cierto que existen otras revistas: si esta aporta algo complementario ya se verá en el futuro. La continuidad de este medio dependerá de si hay suficientes interesados en publicar su obra. Por eso, vayamos con ilusión, pero con la pretensión bien recogida.
En esta primera entrega se presentan textos de formas diversas, bellos edificios construidos por Rafael Humberto Lizarazo, Félix Arce, Karin Rosenkranz, Jesús Cotta y Juan del Encina (s. XV-XVI). Se trata de textos y autores muy distintos en su estilo de escritura, que, sin embargo, tienen claramente en común el canto a la vida y un sentido de la trascendencia, de asombro y de agradecimiento.
Los autores interesados en ver su obra publicada en la revista pueden contactarse con Elías D. Dana en el siguiente formulario: edicionesdehesa.wordpress.com/contacto

Mi más sincero agradecimiento a Elías D. Dana por todo el trabajo invertido en este proyecto, por su entusiasmo y su buen hacer.
Y por su generosidad al acordarse de mí a la hora de emprender este camino.
24 junio 2021
los hijos de Zanahoria
Enrique entrevista a Frutos y su emoción hablando de cernícalos, de haiku, traspasa mi corazón.
Es lo mismo, pienso. Cernícalos, haiku, el cielo. La vida.
El corazón de las cosas.
Hoy, esta mañana, la foto de la maceta-nido vacía me ha compungido. Lo reconozco. No llevo bien la ausencia. Lo reconozco.
A veces el vacío es tan enorme como el cielo por explorar. No soy un cernícalo. Así que no lo comprendo. Lanzarse al aire sin mirar atrás. Qué envidia. Explorar el cielo y sustentarte solo en lo que eres, sin más.
Enrique y Frutos hablan de lo pequeño, de lo importante.
“Concha marina, poca cosa, pero una vez fue la casa de un ser”
Los seres y sus casas… ¿cuál es la casa de mi ser? Nunca lo he tenido muy claro, lo reconozco. Creo que nunca he sabido muy bien cuál era mi maceta y mi cielo. Qué cernícalo extraño hubiese sido…
Los amigos.
Quizá habite solo en ellos. Quizá es el corazón de los demás nuestra maceta primera y más importante. Y luego el cielo.
Y el haiku.
Una manera de decirlo. Qué extraño. El haiku si no habla de algo es de la gente, y sin embargo… el rocío… el infierno…
Qué somos si no…
Quizá es una conversación, el haiku, del mundo con el mundo, de nosotros mismos con nosotros otros. De un cernícalo con el cielo, de un alguien que mira y dice, o calla. Y luego contempla la maceta vacía.
La ausencia.
La ausencia. Pero qué mal lo llevo jope. Con el vacío puedo, a la nada no la miro a los ojos, pero la ausencia… Dios.
Es hermosa esta luz. A finales de junio y sin embargo el aire parece de invierno. De otro tiempo diría el tomodachi Ryoma.
Es transparente.
Todo es tan transparente que a veces me da vértigo.
Los juguetes de mi niñez recuperados del trastero y que no me atrevo a mirar. La jaula vacía de Goazen que aún no puedo mirar. El cielo hilvanado por los vencejos al que no puedo dejar de mirar.
Una y otra vez.
Los vencejos y sus espirales en el aire. Mis amigos en Radio Hela.
Elías. La voz que abraza. Y qué abrazo.
El haiku y los abrazos. Creo que es lo más satisfactorio del haiku. El cielo.
Es hermoso. El cielo. Y las macetas. Son como promesas. Bueno, y el haiku. Y los amigos claro.
La vida se crea y se cuenta a sí misma. Se celebra.
Incluso para aspirantes a cernícalo como yo, el cielo, y todo lo que vendrá, es una promesa, la vida.
La generación de la promesa. Los hijos de zanahoria.
Los que sin nada más que nuestra intuición saltamos al cielo. Y nos sustentó el aire, sin saber cómo.
Desde una pequeña maceta se estaba creando algo hermoso. Y ni siquiera nos dábamos cuenta.
Ay esa foto…. la maceta-nido vacía…
¿Andaremos ya en el aire?
¿Será algo hermoso, por venir, algo que no entiendo aún este vacío que siento dentro de mí?
Este vértigo…
Si de verdad puedo volar… ¿por qué lo siento?
A veces miras la tormenta, sabes que vendrá el trueno, lo sabes perfectamente, y aun así te asusta.
No lo entiendo.
No entiendo la ausencia y todos los huecos que llena.
El tiempo que devora cada momento esparcido bajo la luz del sol.
Atontado…
Mira el cielo, mira los vencejos y la claridad inmensa de junio.
No mires atrás.
Salta.
Uno, dos, tres. Los hijos de Zanahoria llegaron al mundo sin palabra alguna. Con todo su ser. Con su casa en una maceta.
Tres, dos, uno. La dejaron.
Y ya.
La naturaleza es hermosa. Brutal. Sin paliativos.
Sincera.
No lo soy. Sincero. Como los vencejos en el aire, como las palabras de mis amigos. Yo no. Soy un ahaiku.
El cernícalo que vuela mirando atrás. Ese sería yo. Un acernícalo.
Creo que aún no sé lo que es un haiku. Menos aún un cernícalo.
Hablo a tientas de amigos, del corazón de las cosas. ¿De verdad las cosas tienen corazón?
El mundo.
¿El mundo tiene corazón y nosotros podemos darle palabra? Quizá sea un poco pretencioso.
Ninjin no musuko. Pensé decir. Los hijos de zanahoria. Por aquello de lo japonés…. Pretencioso. Pensé…
Pienso poco, es verdad. Pero me gustaba cómo sonaba.
Reconozco que me da envidia. Zanahoria y su marido. Y los hijos de Zanahoria. Por su belleza sin pretensiones. Por su sinceridad. Por su unívoca manera de estar en el mundo.
A lo mejor el haiku es una oportunidad. Pienso ahora que me doy cuenta de todo lo que no soy.
Una pluma insertada en el aire.
El haiku.
Jo qué poca cosa.
Y lo que da de sí.
El hogar de algunos. La estación de otros.
Maceta y nido. Cielo.
Una promesa.
Los amigos.
Yo y ninguno.
Refresca tras la lluvia, hoy no está la araña en la tela de la portilla
Chame
Ella es sincera, ella es. No puede ser otra cosa.
Toc toc toc. Estoy aquí. Soy el pájaro carpintero y soy el bosque. Soy yo, Soy tú.
Soy el hijo de Zanahoria.
Entrevista a Frutos Soriano en Radio HELA aquí
10 junio 2021
el soplo de la vida
"Desde los seis años tuve la manía de dibujar la forma de las cosas. A los cincuenta había producido gran número de dibujos, pero antes de los setenta no hice nada que mereciera la pena. A los setenta y tres creo haber adquirido algún conocimiento de la estructura verdadera de los seres naturales, animales, plantas, árboles, pájaros, peces e insectos. Creo que cuando cumpla los ochenta habré progresado notablemente. A los noventa alcanzaré el misterio de las cosas: a los cien haré una obra asombrosa, y a los ciento diez, cuando dibuje, aunque solo sea una línea, poseerá el soplo de la vida."
En el año 1834 Katsushika Hokusai, “el viejo loco de la pintura” como gustaba llamarse a sí mismo, dejó por escrito estas palabras en el colofón del primer volumen de Cien vistas del monte Fuji. Tenía setenta y cuatro años de edad.
Y acababa de nacer.
El soplo de la vida. Dibujarlo en el aire. Cada día de la vida.
Un trazo, una palabra. Mi silencio cuando el misterio de las cosas me arrebate cada gota de tinta.
Estar aquí. Estar ahora. Formando parte de la increíble estructura de todos los seres.
En el día que media entre los seis años y los ciento diez.
Dibujando.
En el soplo de la vida. En el maravilloso y brevísimo soplo de la vida.