·

さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


31 julio 2008

Bstrm V 蛍 hotaru


“¿Por qué las luciérnagas mueren tan pronto?”
La pequeña Setsuko le pregunta a su hermano Seita la razón de lo incomprensible. Los bombardeos norteamericanos de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial les han arrebatado todo. El fuego ha devorado todo su mundo y la indiferencia de sus semejantes amenaza con arrebatarles incluso su dignidad.
Los dos hermanos se refugian en una cueva y para mitigar la negrura de la noche allí dentro se les ocurre cazar unas cuántas luciérnagas junto al río y soltarlas dentro, al otro lado de la mosquitera con que protegen la entrada.
A la luz mágica de esos animales imaginan un mañana mejor. Sus pensamientos, como el vuelo errante de las luciérnagas, va y viene, sube, baja, traza figuras en la oscuridad…
A la mañana siguiente, todas las luciérnagas han muerto.
Setsuko excava una diminuta tumba y las entierra. Ella parece entender entonces la desaparición de su madre, de tantos, quizá su propio futuro…
Por qué, nos preguntamos todos, por qué la belleza y la felicidad duran tan poco.

El anime de los estudios Ghibli suaviza, aún sin renunciar a toda su crudeza, la tremenda historia semi-autobiográfica de Akiyuki Nosaka en su novela “La tumba de las luciérnagas”. La novela carece del lirismo del anime y no da concesión alguna al lector.
Recuerdo haber leído ese libro, uno de los más duros que he leído nunca, con el corazón en un puño.
Desde entonces, cuando veo una luciérnaga junto a la orilla del río siempre recuerdo a la pequeña Setsuko, que “tenía una belleza elegante y digna de compasión”.
.

Hace unos días yo encontré de nuevo una luciérnaga junto al río. No he visto muchas en mi vida. Cada vez menos.
Cuando yo era un niño recuerdo haber visto luciérnagas junto a mi propia casa. Cuando mi barrio aún no estaba totalmente sepultado por asfalto y hormigón. Recuerdo aquella noche como si fuera ayer. Dios, pareciera que aquella luciérnaga que sostuve en mi pequeña mano, con su luz verde y fría, aún esperara ahí. Ahí mismo. Pero en la mañana de mi vida actual mi cándida niñez desapareció como una luciérnaga agotada sobre mi mano.

Una vez, Ella dijo que cuando una persona ve una flor y piensa “qué hermosa” ya sabe que Dios es amor, aunque no se dé cuenta.
Ella. Hace unos días yo encontré de nuevo un titilante resplandor junto a mi casa. Tan lejano y tan frío como una estrella que se apaga. A lo largo de la noche las estrellas en el cielo van y vienen, suben, bajan, trazan figuras en la oscuridad… qué hermosas.
¿Nos dimos cuenta entonces?
A veces, sólo a veces, miro por la ventana en las noches cálidas de verano, noches como esta noche, y espero ver aquella luciérnaga. Aquella luciérnaga con su belleza elegante y digna de compasión. Entonces miro mi mano y no veo nada salvo la propia noche.
Y entonces te pregunto, sí, porque antes incluso de que amanezca lo sé…
¿Por qué mueren tan pronto las luciérnagas?  
 

20 julio 2008

El pescador III

No, eso no son libélulas. Son caballitos del diablo, los parientes gráciles de las libélulas. Todos esos de color azul revoloteando sobre el agua son machos buscando pareja. Mira cómo mueven las alas haciendo señales con los grandes lunares azules que brillan en sus extremos. Fíjate cómo las pliegan cuando se posan en los juncos, juntándolas verticalmente, no como las libélulas, que las dejan reposar horizontalmente y nunca las juntan.

Sí hijo, los helicópteros funcionan más o menos igual. Pero a los helicópteros les falta, como a todos los artefactos humanos, esa... no sé cómo decirlo, esa gracia, esa sencillez nada simple... Observa a los caballitos del diablo. Mira su gracia ilimitada y dime cómo podría el hombre recoger el reflejo sobre el agua de un rayo de sol filtrado entre los juncos, darle vida, y lanzarlo a volar sobre la corriente. No hijo, ni con toda su tecnología podría el hombre construir esas transparentes alas de brisa delicada que sostienen en su aparente sencillez el vuelo entero de millones de años de evolución.

Sin embargo hijo, el hombre le puso nombre. Fíjate: libélula. Desde luego, la belleza del nombre no desmerece a la de la criatura que nombra. Observa cómo sugiere su levedad, su belleza, incluso las alas de la libertad... Quien fuese el que le dio nombre no cabe duda que quedó fascinado por el encanto de la libélula. Quizá eso sea el arte, dejarse maravillar por lo que nos rodea y ponerle nombre, el nuestro. Es, de alguna manera, completar la creación.

Las palabras... Hijo, es con las palabras con lo que el hombre construye el mundo, con las palabras descubre e inventa a los otros hombres, y es con las palabras como hace suyo al universo. Mira todas las plantas que nos rodean, todas tienen un nombre que las individualiza y nos las hace visibles a nuestro entendimiento.

Porque quien ignora el nombre de la madreselva es que no la ha mirado jamás, aunque la haya tenido delante de los ojos. Mira las margaritas, con sus dedos blancos y su corazón de oro; las campánulas, que anuncian la desdicha si se las oye sonar; el digital, dedal de los elfos; las prímulas, que abren las puertas del mundo de las hadas; los pensamientos, las flores preferidas de su rey, Oberón.

No digas eso hijo. Cuando un niño niega la existencia de las hadas, una de ellas cae al instante, muerta de pena. Todo lo que tiene nombre existe.

Las palabras bellas se están perdiendo, y con ellas la comunicación y la comunión con los fresnos y los alisos, con los chopos y los saúcos, con los abedules y los álamos. Ya nadie escucha al sauce, que se retuerce quejumbroso junto a la orilla río y cruje su corazón en soledad aunque no sople el viento.

Todas las bellas palabras que en la ciudad son tan sólo humo...

Estos años de hierro que nos ha tocado vivir... Acumulamos innumerables conocimientos y no comprendemos nada. Pretendemos saber de todo pero nos quedamos deslizándonos en la superficie helada del agua, pues el río en movimiento se nos escapa. El misterio de la vida y de nuestro propio corazón nos resulta incomprensible.