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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


26 agosto 2020

la gente de las colinas

 






El cometa que no vimos. Las luciérnagas que sí. Tres. Mágicas.

Qué cansancio de repente. Un pájaro canta en alguna parte. Trinos que entran por la ventana abierta del norte y atraviesan toda la casa. Todo lo que hay en ella.

De repente se ha ido el sol. El viento parece venir del oeste, no sé a dónde va.

Anoche el viento era tan tibio, las estrellas tan brillantes. Pequeñas. Apareciendo poco a poco en el cielo sobre el mar. Como luciérnagas que se encienden de pronto entre lo más oscuro del bosque.

En el sendero de “la gente de las colinas”.

Cuando era niño pensaba que yo era uno de ellos. De ellas. Shide. Que como cuentan las leyendas “la buena gente” habían pegado el cambiazo en mi casa y a mí me habían dejado en el lugar del verdadero hijo de mis padres.

Creo que de niño leía demasiados cuentos de hadas….

Creo que ahora recuerdo demasiado.

A través de los viejos prismáticos de mi padre, el de verdad o el imaginario, vemos la vela de un velero solitario. La línea del horizonte separa el cielo del mar, justo ahora, la noche del día, la oscuridad de la claridad que se va. Qué solitario. Sí. Sus lucecitas en mitad de tanta poca luz. La silueta de su vela. Brilla. Es lo único que brilla, además de todo este silencio haciéndose noche.

Neowise. Seis mil años, más o menos, dicen que tarda en darse una vuelta por aquí.

Un cometa, una luciérnaga, la gente de las colinas… El brillo que se escapa tras las nubes o frente a las palabras. Esas cosas que están delante de mí y no puedo verlas. Ni nombrarlas.

Que nunca serán mías.

No sé qué estaba haciendo, o diciendo, cuando el petirrojo cantó una vez y volvió a la espesura.

El otro día.

Otro “otro día”.

En la marisma del oeste. Cuando caía la tarde. Tras el sirimiri. No sé de dónde venía el viento, no sé cuántas cosas atravesaron entonces los cantos de los pájaros.

No puedo decir nada sobre el cangrejo que atravesó el sendero cuando volvíamos a casa ya de noche. No se me ocurre nada acerca de la pareja de cisnes que se acercó a nosotros en la laguna, no sé por qué. Casi salía la luna, pero todavía no.

No sé cómo habla la gente las colinas. Quizá como yo.

Sin decir nada.

Desde el molino de marea miramos sin decir nada el karramarro gordo que no se mueve.

Ella, yo. Nadie hay aquí.

La luna llena, tan redonda, casi. Cómo brilla.




con un paraguas,
los niños casi alcanzan
la mora negra









02 agosto 2020

wanderlust

 







Creo que pocas cosas me parecen tan elegantes como alguien caminando con una mochila.

Esta mañana, a pesar del sirimiri, algún peregrino recorría la playa. “Para aquellos que pasan la vida a lomos de un caballo o en un barco, la vida es viaje”. O algo así decía Bashô.

Yo de niño construía barcos de madera a escala. Y leía novelas de piratas. Me encantaban los barcos. A lo mejor intuía lo que decía Bashô. No sé.

Ahora vivo tierra adentro y trabajo en algo tan rutinario como la arena. No lo había imaginado así la verdad.

Ahora, cuando vuelvo aquí, miro barcos con los prismáticos, a veces, y consulto el Vessel Finder. Puedo pasar horas mirando el mar o el infinito. Esperando que algún barco pase lejos, o sin más, esperando.

Siempre queda, siempre queda. 


“Después de todo, mi camino no es más que el camino de seguir mi estupidez hasta el final". Este es Santôka. Desde que leí su Sendas de Oku, hace ya muchos años, yo anhelaba ser Bashô, pero en realidad, sin saber, me parecía mucho más a Santôka. 

Algo intuía, supongo, cuando anduve por Mitori Kannon-do y por Yunohira aquel año hermoso de vagabundeo por Japón. 


“Mojado por el rocío
Voy en la dirección que quiero”



En esto no me parezco. En esto no... 


Me tomo una cervecilla en casa mientras espero. Chauvito, el playmobil de la serie prehistoria que un amigo me regaló, me mira. Como solo él sabe mirar. Al infinito. Elegantemente. 
Wanderlust. Seguro. Los hijos de la Edad de los renos nos parecemos todos. Esperamos. Siempre. A veces sin saber qué. 

Extraño, es extraño todo esto. Pensar incesantemente en lo que es y sobre todo en lo que no es. En lo que nunca ha dejado de ser. Sin encontrar mi lugar. Siguiendo mi estupidez. Calado hasta los huesos y con ganas de quitarme el chubasquero.



vuelve a llover 
la gata tricolor persigue algo 
al borde la playa