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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


20 julio 2008

El pescador III

No, eso no son libélulas. Son caballitos del diablo, los parientes gráciles de las libélulas. Todos esos de color azul revoloteando sobre el agua son machos buscando pareja. Mira cómo mueven las alas haciendo señales con los grandes lunares azules que brillan en sus extremos. Fíjate cómo las pliegan cuando se posan en los juncos, juntándolas verticalmente, no como las libélulas, que las dejan reposar horizontalmente y nunca las juntan.

Sí hijo, los helicópteros funcionan más o menos igual. Pero a los helicópteros les falta, como a todos los artefactos humanos, esa... no sé cómo decirlo, esa gracia, esa sencillez nada simple... Observa a los caballitos del diablo. Mira su gracia ilimitada y dime cómo podría el hombre recoger el reflejo sobre el agua de un rayo de sol filtrado entre los juncos, darle vida, y lanzarlo a volar sobre la corriente. No hijo, ni con toda su tecnología podría el hombre construir esas transparentes alas de brisa delicada que sostienen en su aparente sencillez el vuelo entero de millones de años de evolución.

Sin embargo hijo, el hombre le puso nombre. Fíjate: libélula. Desde luego, la belleza del nombre no desmerece a la de la criatura que nombra. Observa cómo sugiere su levedad, su belleza, incluso las alas de la libertad... Quien fuese el que le dio nombre no cabe duda que quedó fascinado por el encanto de la libélula. Quizá eso sea el arte, dejarse maravillar por lo que nos rodea y ponerle nombre, el nuestro. Es, de alguna manera, completar la creación.

Las palabras... Hijo, es con las palabras con lo que el hombre construye el mundo, con las palabras descubre e inventa a los otros hombres, y es con las palabras como hace suyo al universo. Mira todas las plantas que nos rodean, todas tienen un nombre que las individualiza y nos las hace visibles a nuestro entendimiento.

Porque quien ignora el nombre de la madreselva es que no la ha mirado jamás, aunque la haya tenido delante de los ojos. Mira las margaritas, con sus dedos blancos y su corazón de oro; las campánulas, que anuncian la desdicha si se las oye sonar; el digital, dedal de los elfos; las prímulas, que abren las puertas del mundo de las hadas; los pensamientos, las flores preferidas de su rey, Oberón.

No digas eso hijo. Cuando un niño niega la existencia de las hadas, una de ellas cae al instante, muerta de pena. Todo lo que tiene nombre existe.

Las palabras bellas se están perdiendo, y con ellas la comunicación y la comunión con los fresnos y los alisos, con los chopos y los saúcos, con los abedules y los álamos. Ya nadie escucha al sauce, que se retuerce quejumbroso junto a la orilla río y cruje su corazón en soledad aunque no sople el viento.

Todas las bellas palabras que en la ciudad son tan sólo humo...

Estos años de hierro que nos ha tocado vivir... Acumulamos innumerables conocimientos y no comprendemos nada. Pretendemos saber de todo pero nos quedamos deslizándonos en la superficie helada del agua, pues el río en movimiento se nos escapa. El misterio de la vida y de nuestro propio corazón nos resulta incomprensible.







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