Será la luz.
A veces pienso que es la luz, una determinada manera de caer sobre la tierra,
la que me recuerda algo. El recuerdo de un recuerdo, no sé. Quizá en aquel día, o en aquel otro, había una luz parecida. Quizá esta misma luz. Luz antigua, casi eterna.
Hay una luz
entre la lluvia, una tenue luz que penetra la tierra.
Entre la
lluvia una luz que intuye otra luz. El sonido de mis pasos volviendo a casa son el
eco de otro que es y no es. Que viene y va, como la lluvia.
Cuando era
un chavalillo pensaba que la gente no me conocía realmente. Que no sabían quién
era yo de verdad. Bueno, la gente no sé, la gente que me quería. Mi familia,
mis amigos… la chica que me gustaba… Que moriría un buen día y todos ellos
llorarían, tal vez, a otro que en realidad no era yo.
Aquello me angustiaba.
Aquello me angustiaba.
Tontunas…
Ayer volvía
a casa y pensé no sé por qué en la piel tan opaca que me recubre. En la piel
sobre la piel que se toca y se acaricia. Pensé que me gustaría quitarme la
piel, peso tonto, y darle la vuelta, y extenderla bien extendida sobre la
hierba, sobre la suave hierba. Dejarla allí, al sol. Al sol de una tarde
azulada de verano hasta que el tiempo y las vueltas de la tierra la hicieran
tan transparente que la luz pudiera atravesarla.
Volver a casa
un día y ver la hierba a través de la transparencia de mi piel.
Y mis
amigos, mi familia, la chica que me gusta, esta esta, verían por fin lo que soy
de verdad. Hierba que crece, agua, las pequeñas flores. Una nube que asciende
la ladera. El pájaro que canta entre la tenue lluvia.
Una luz que
atraviesa lo que soy, lo que siempre fui cuando aún no me daba cuenta.
Esta tarde, ya en casa, he visto un cernícalo pasar volando hacia
el sur, entre los edificios, ha girado en el aire y ha vuelto hacia mí. Por un momento
parecía que venía a posarse a nuestro tejado. He dejado lo que estaba haciendo y me he
asomado a la ventana.
No. Solo el aire húmedo de la tarde.
Ha debido sobrevolar la casa y ya no estaba. Es hermoso pensar que un cernícalo habita por aquí. Trazas de lo salvaje apuntando directamente al corazón. Los pájaros parecen habitar otro mundo. Tan profunda su mirada, tan ligeros sus huesos. Parecen sostenerse sobre la nada, más allá de la vanidad y la pena.
A veces no
nos damos cuenta, quizá, a veces se nos olvida, pero no somos nada salvo transparencia
extendida sobre el mundo. A veces es necesario que alguien te lo recuerde.
Aquel que camina a tu lado, en silencio o hablando de salamandras, bajo la
lluvia, al sol, con viento o sin él. Cruzando las montañas y los bosques entre
la bruma de la mañana.
La luz atraviesa lo que somos, día y noche.
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