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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


27 noviembre 2014

De qué hablarán los rinocerontes




De qué hablarán los rinocerontes... Hace un rato estaba yo viendo en la 2 (sí, soy de esos) un docu sobre los cuatro años de rodaje que se pegó un equipo de tv para realizar una super peli documental de la fauna salvaje de África. De norte a sur y de este a oeste. Es-pec-ta-cu-lar. Esto era el making off y ya la cosa impresionaba. En un momento dado salía una charca en mitad del Kalahari donde se reunían por la noche los rinocerontes negros a charlar. Tal cual. Así lo relataba emocionado el realizador.

Uno está acostumbrado a ver a esos bicharracos imponentes, con sus andares medio prehistóricos medio cómicos, como si rebotaran ingrávidos por el suelo, siempre adustos y solitarios. Cortos de vista como son ellos, con esos ojillos que te miran (bueno a la cámara) como de soslayo, como con indiferencia.

Verlos ahora en un animado grupo bajo la luz blanquinegra de la luna arrimando sus hocicos puntiagudos como susurrándose secretos del desierto, un secreto en sí mismo, sin prisa, mirándose a los ojillos sin verse mucho, intuyéndose… “Qué tal, sigues merodeando por aquella acacia donde vivía el viejo leopardo?” “Cómo le va a tu chaval (aquí también hay familias monoparentales mira tú) se sigue despistando entre los arbustos persiguiendo lagartos espinosos?” “Has vuelto a ver al refunfuñón que no soportaba a los impalas y sus cabriolas?”  “Dicen que tuvo un mal encuentro con esos alienados alienígenas que pretenden nuestros cuernos por no se sabe qué propiedades mágicas” “Memos…” “Sí, memos…”

Rinocerontes charlando a la luz de la luna. Qué tranquilotes parecían, mansulines, con el brillo ese blanquecino que las cámaras infrarrojas extienden sobre las criaturas que no entienden de cámaras infrarrojas. Ha habido un momento en que uno de ellos, ya solo, siempre hay un rezagado que apura hasta el último sorbo de la noche, se ha tumbado sobre la arena todo lo grandón que era. Como queriendo echar un último vistazo a la luna muuuuuy tranquila y cómodamente. Tenía esa criatura un poderío natural que apabullaba. Como apabulla, no la estupidez arquitectónica de la vanidad humana, sino la blancura inmensa de las nubes de verano. El señorío natural de quien sin saberlo se sabe señor del desierto y de la noche del desierto. Joer, qué ganas me han dado de esta allí, lo juro. Aunque fuese transmutado en un diminuto jerbo sureño dedicado al merodeo y espionaje de lo formidable. Qué miedo, qué maravilla.

Cuando se ha terminado el docu he zapeado para toparme con un informativo en el que unas señorías hablaban muy serios y muy en serio de la corrupción política. Y muy alto. Tirando de argumentario sin el menor argumento, sin el más mínimo pudor. Qué lejos. Qué lejos los he visto ahí apoltronados en sus Kalaharis particulares. Agarrados a dios sabe qué cuerno mágico que desenmarañe lo obvio. Ochocientos mil años de evolución del lenguaje para no decir nada. Qué raros somos. Qué memos. He apagado la tele.


Salgo a la terraza. Busco y encuentro una luna creciente algo acomplejada entre las nubes. Brilla. Qué cerca la siento. Bajo su luz blanquinegra miro el mundo sin ver mucho, intuyéndolo. Sin prisa, poco a poco. Me tumbaría ahora mismo aquí, con los brazos bajo mi cabeza, para apurar hasta el último sorbo de este mundo formidable, incorruptible. Solo estar aquí, conversando entre susurros sobre lo que quiera que hablen los rinocerontes negros de una charca en el Kalahari. 



Fotografía: internet









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