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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


26 agosto 2014

En la nada, hacia la nada.



Habla tranquilo y con acento. Saharaui. Refugiado primero, cooperante él mimo después. "Descubrí el champú cuando tenía ocho años". Reímos.
Nacido en un campo de refugiados cerca de Tinduf. Hay quien lleva allí toda la vida. Literalmente toda la vida.

Se me hace difícil imaginar nacer y vivir en el desierto. En tiendas de campaña. Tooda tu vida.
"En la nada, y hacia la nada". Rodeado de la nada. Es difícil imaginar la nada, sí...

Nos muestra imágenes del campamento. "Esta es mi tía", "estos son unos niños jugando, felices". Alguien pregunta "¿de niño fuiste feliz?" No puedo evitar sonreír, pensar en los niños, en los niños felices, como siempre imaginamos a los niños. Niño y felicidad son dos palabras que se aman, que se atraen, como océano y libertad, como perro y fidelidad. ¿Como desierto y nada?

Siento a Mosquita, la perra del coordinador de ACNUR sentarse sobre mis sandalias. Me mira con ojos tranquilos y jóvenes. Con los ojos de un niño feliz que juega con la arena.

"Tenéis que saber que un euro aquí es mil allí". Allí, en la nada, un puñado de arroz da de comer a una persona durante días. Allí, sobre la arena, las toallas son espaldas de camisas viejas, se come una vez al día, a las cuatro para que sirva de desayuno, comida y cena, los libros escolares duran generaciones y los lapiceros deben escribir y hacer cuentas todo el curso. Porque no hay más. Un lápiz para cada niño. Así de simple. Aquí y allí.

Las cosas son muy simples en el desierto. "Nosotros estamos vivos por el sol del desierto. Si no las enfermedades habrían acabado con todos". "Cuando un pozo séptico se colma se echa arena y se cava otro". Así de fácil. El sol y la arena es lo único que no se raciona, que no está contado. Contado con los contados lápices de los niños.

Sobre la mesa un vaso de agua con hielo me parece más transparente que nunca.

"Mi madre, cuando éramos niños, ponía a hervir agua para hacer el arroz. Esperábamos expectantes, a veces horas, hasta que llegaba el camión de la ayuda humanitaria que traía los víveres. Entonces nos dábamos cuenta de que allí en la olla con agua no había nada. Que nuestras madres solo hacían aquello para calmar nuestra ansiedad, nuestro hambre". Pienso en las madres calmando el hambre con la nada y aparto la vista de su mirada porque me parece notar que se emociona. Es como un relámpago en la noche del desierto. Fugaz y lejano.

Ahora él es universitario y está a punto de licenciarse como abogado en España y trabaja de camarero. Por puro azar un día el coordinador de ACNUR de aquí entró en ese bar y él reconoció la camiseta, la pulsera... Y así surgió esta reunión y esta charla.

"Se lo debo todo a ACNUR" dice sin dejar de sonreír. Mosquita se mueve sobre mis pies y me acuerdo de ella. No sé por qué pienso en lo que yo debo. Cuántas cosas debo, uff cuántas...

"Nosotros los refugiados saharauis somos unos privilegiados, aunque parezca increíble. Estamos bien organizados y podemos sobrevivir con lo poco que tenemos"
Todos nos quedamos sorprendidos. Asentimos con la cabeza sin decir nada. Entonces comienza a hablar de su etapa de cooperante.
"Ahora os voy a hablar de verdad del infierno". "Ahora vamos a hablar de Mali, de Sudán del Sur, de Somalia..."

Al salir de la cafetería lloviznaba. Ya era de noche y en la calle un compañero parecía explicar y tomar los datos a una, espero, futura socia de ACNUR. Pensé en el euro multiplicado una y otra vez hasta convertirse en arroz, en tiendas de campaña, en lápices, en agua hirviendo en una olla vacía...

Caminando hacia mi casa me acordé no sé por qué de que se me están acabando las lentejas. Entré en un supermercado y compré un paquete. Un par de euros. Así de fácil, así de simple.





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