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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


06 enero 2009

Más allá de las puertas

Por qué el amor cuando lo pierdes duele tanto. Ya no tengo respuestas.
Sólo tengo la vida que he vivido.
Dos veces en la vida he podido elegir, como niño y como hombre.
El niño eligió la seguridad, el hombre elige el sufrimiento.
El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces.
Ese es el trato.

Jack camina lentamente por la campiña por un camino de tierra, entre las verdes colinas, bajo el cielo azul, y reflexiona. Así termina la película de Richard Attenborough “Tierras de Penumbra” protagonizada por Anthony Hopkins y Debra Winger.

A veces las cosas parecen hiladas por manos misteriosas, caprichosas. La noche de Reyes estaba yo zapeando y me topé con “Crónicas de Narnia”. No sé qué decir de la peli pero el primer libro de la serie lo leí hace tiempo y me gustó. Quizá esta saga de Narnia sea lo más reconocido que escribió C.S. Lewis.
Yo, sin embargo, guardo en mi memoria, a fuego (si la expresión no estuviera tan destemplada) su libro “Una pena en observación”. En él Lewis narra desde un punto de vista cristiano no sólo su pena, sino su desconcierto por la pérdida de su amor, Joy. Y su esperanza.
La película “Tierras de Penumbra” está inspirada en ese libro y en la relación de su autor con la poetisa norteamericana Helen Joy Gresham. El cuadriculado solterón y sesudo profesor de Oxford reconoce en Joy no sólo el AMOR, así, con mayúsculas, sino el verdadero sentido de su vida.
Un día, un día cualquiera, como lo son todos, a Joy le diagnostican un cáncer de huesos irreversible.

Recuerdo leer ese libro cuando apenas había perdido a mi madre un día como hoy, Reyes, y recuerdo tragar saliva y cerrar las páginas una y otra vez, y leer y cerrar y leer.

Jack - Cuando mi madre murió yo tenía tu edad. Creía que si rezaba para que mejorase y si tenía verdadera fe, se pondría mejor, que no moriría, pero murió.
Douglas - No funciona.
Jack - No funciona.
Douglas - Da igual.
Jack - Yo quería mucho a tu madre. Quizás la quería demasiado. Ella lo sabía y me decía: Vale la pena. Porque sabía lo que iba a ocurrir. ¿No es justo verdad?
Douglas - No sé por qué ha tenido que pasar esto.
Jack - Ni yo tampoco… (Silencio) Pero no puedes aferrarte a las cosas, tienes que dejarlas ir.
Douglas - Jack, ¿crees que existe el cielo?
Jack - Sí, lo creo.
Douglas - Yo no creo en el cielo.
Jack - No importa.
Douglas - Pero me gustaría volver a verla.
Jack - (Llora amargamente) A mí también.

Douglas es el hijo de Joy, de un matrimonio anterior. Y precisamente es Douglas el protagonista de la escena por la cual siempre recordaré esa película.
Él, que ha leído los libros Narnia, descubre en el desván del caserón de Lewis un viejo armario. Sin duda esperando encontrar Narnia más allá de sus puertas, tal y como se describe en el libro, se acerca cauteloso, lleno de esperanza, a esas puertas mágicas.
Uffff... Recuerdo como si fuera hoy compartir la ingenua esperanza de ese niño abriendo aquellas puertas. Yo, como él, esperaba que allí detrás apareciera una luz, unas colinas, el mar y una playa, un cielo azul y puro, como en los cuentos, como en los sueños...
Tras las puertas Douglas rebusca entre la ropa vieja pero no haya nada salvo el fondo opaco de un viejo armario.
Y yo lo sabía, lo sabía.... Sabía lo que iba a ocurrir. Sabía que esa película era así. Que la vida es así. Que en el fondo de los armarios sólo hay madera vieja. Pero...

La esperanza. No encontré esperanza en el fondo de ningún armario. Y hoy, tal día como hoy, uno cualquiera, como lo son todos, sigo teniendo que tragar saliva y cerrar, y volver a abrir, porque así son las cosas.
No la vi... no la vi... esperanza.... mi madre, mi padre... Dios, cuántas puertas abrí. Cuántos viejos ropajes cayeron de mis ojos. Desnudo caminé por el filo del precipicio, exiliado del cielo, con las manos tan vacías, tan vacías... Cuando nada funcionaba, cuando ni siquiera había preguntas porque tenía todas las respuestas.
La esperanza. Una persona puede sostenerse, ligera, sobre la esperanza o volverse loca. Frágil, como una hoja de papel bajo la lluvia, un alma puede quebrarse esperando la esperanza.
Y sin embargo Lewis la vio. Vio esa esperanza, la vivió, por eso no le importa que Douglas no crea en el cielo. Él lo ha vivido, lo ha tocado en cada uno de los días que pasó junto a Joy.


Jack - Ya no quiero estar en ningún otro sitio. Ya no espero que ocurra nada nuevo. Y tampoco tengo que esperar hasta la siguiente colina. Estoy aquí, es suficiente.
Joy - Esto es la felicidad para ti, ¿verdad?
Jack - Sí, sí.
Joy - No va a durar mucho.
Jack - No nos amarguemos el tiempo que aún podemos estar juntos.
Joy - Eso no lo amarga. Hace que sea real (se oye un trueno en la tormenta) Déjame que te lo diga antes de qu pase la lluvia y volvamos a casa. (Llueve)

En una última excursión por la campiña Joy y Jack se refugian de la lluvia en un cobertizo. Esa campiña que Jack guardaba pintada en un cuadro, como un paraíso perdido de su niñez, en su estudio. Las verdes colinas, el cielo azul.
Joy, judía de nacimiento, convertida cristiana por influencia de Jack, devuelve esperanza. El eco de una fe que vuelve desde el fondo silencioso de las montañas.

A veces las cosas, caprichosas, parecen hilarse de una manera misteriosa. Y un trueno, tan inesperado siempre, antes de que pase la lluvia, me recuerda el trato.
Y un día como hoy, uno cualquiera, único, como lo son todos, yo por fin pude recordar el paraíso bajo la lluvia. Tocar el cielo. Y volví a ver las verdes colinas, el cielo azul, el mar...
En ningún otro sitio quiero estar, sin esperar nada. Estoy aquí, es suficiente.




3 comentarios:

  1. Jo, ¿qué puedo decir? Para mí esa película fue muy importante. Aún tengo el póster colgado en la habitación donde dormía en casa de mis padres. Lo traje de Barcelona hace muchos años. Recuerdo la escena que mencionas, la conversación entre el adulto y el niño, cómo Anthony Hopkins se echaba a llorar y cómo me tocó, como un dardo directo al centro del abismo, del sinsentido que sentía entonces. Recuerdo también buscar y encontrar ese libro en la biblioteca, tenerlo en mis manos, leerlo; posiblemente el mismo libro que leíste tú, te conozco... Siempre he buscado una respuesta ante la realidad de la muerte. Envidio la fe profunda que tienen algunas personas con las que he hablado, una fe auténtica y verdadera. Para sorpresa mía he descubierto que yo también tengo algo de esa fe, la he tenido siempre aun cuando no lo sabía. Qué miedo me da, exige demasiado para alguien como yo acostumbrado a pelear con la vida e intentar manipularla...
    Ante la muerte no sé qué decir, lo reconozco. Aceptar lo inaceptable es tarea de santos y titanes y yo sólo soy un niño asustado.

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  2. Sí, me conoces... :)

    Esa esperanza, esa fe... yo también la envidio. Ellos, mis padres, la tenían. Y quizá, sólo quizá, yo aún puedo escuchar el eco de esa fe.
    Y a veces, sólo a veces, tan sólo ese rumor que llega a mí desde lo más profundo de las montañas silenciosas me sostiene.
    Ese niño que sigue buscando la luz más allá de todas las puertas cree en lo que ellos creyeron. Mi fe es en su fe.

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  3. vaya... aún no entiendo el sufrimiento del que se habla... todas las personas, vidas, son distintas, quizá cuando niño tuve poca seguridad... tal vez...

    pero el sufrimiento siempre nos alcanza, en este caso en la forma de la muerte... y lo más seguro es que sabré de qué hablas.

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