¿Y toda está blancura? Ahora, de pronto, justo al borde de
la noche, te encuentro. Me encuentras. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Dos mil años
durmiendo en el interior de una cueva de hielo. La extraña blancura de nuestros
huesos se encuentra de nuevo, como entonces, justo al borde la navidad…
¿Por qué hoy he buscado aquel
entonces? Ni sabía cómo se titulaba aquel episodio de la mítica serie “El
hombre y la tierra”, hubo un tiempo que incluso dudé de que existiera, pero uno
que es como es, que va y viene y busca y rebusca un poco por intuición… hete
aquí.
Qué pretenderé yo encontrar, de verdad, entre los
farallones del río Nahanni. ¿Nostalgia, melancolía? ¿esa dulce tristeza de una
infancia dejada corriente abajo? ¿la blancura de algo que se intuye sin saber?
Blancura… si algo recuerdo de aquella noche, frente a la tele, es la blancura
de aquellos muflones de dall corriendo en fila por una ladera de pendiente imposible.
Aquella delgada línea blanca serpenteando por un paisaje prodigioso (“farallones
de dimensiones cósmicas” dice el amigo Félix con su florida retórica que nos embelesaba
a todos los niños de entonces) siguió deambulando por mi alma, haciéndose y
deshaciéndose como nieve de Urbión, durante años. El muflón de dall pasó a ser
para mí una criatura mítica que, en los tiempos en que a internet ni se le
imaginaba, incluso dudé que existiera. La gruta Valeria, el río Nahanni… desaparecieron
de mi recuerdo como la última nieve de primavera. En un recodo cualquiera del
camino miras atrás y ya no está.
Me ha costado un poco
ponerme a ver el capítulo, lo confieso. Tenía miedo. Ni quince baterías de
camión y no sé cuántos cuarzos (qué cosas las de entonces usaban los
exploradores aquellos) hubiesen podido reiluminarme si mi recuerdo se queda a
oscuras y helado de pronto. Uno a estas alturas ya sabe que incluso el más transparente
de los ríos se enturbia cuando pretendemos volver a él y que la blancura de la
nieve, como el verdor de las hojas, amarillea con el tiempo. O desaparece.
Jo. Qué cosas. Ahora
recuerdo que yo volvía de una función de teatro del cole. Un belén. Y yo hacía
de San José, con texto y todo. La mente tiene cosas que a uno le dejan en
blanco. Literalmente.
Quizá lo vi ya empezado y por eso no recordaba que dos tercios del capítulo es el making off del propio reportaje. O quizá mi mente de figurita de belén simplemente se quedó con lo que quiso. Esa delgada línea blanca serpenteando por los farallones cósmicos….
Quizá lo vi ya empezado y por eso no recordaba que dos tercios del capítulo es el making off del propio reportaje. O quizá mi mente de figurita de belén simplemente se quedó con lo que quiso. Esa delgada línea blanca serpenteando por los farallones cósmicos….
Sin saberlo, uno habita la
blancura de todo lo que nos ha traído hasta aquí. Con la pereza lenta y silenciosa
de un glaciar que se desliza valle abajo, imperceptiblemente, brillando, mientras
ya se derrite.
Nube de huesos… hecho de
todos estos “entonces”, me siento a veces tan extraño…
¿Cuánto tiempo ha pasado?
Cuánto tiempo mi querido Félix, cuántas laderas y cavernas mi misterioso muflón
de dall, cuántos rápidos y remansos mi amado y reencontrado río Nahanni. Si
alguna vez me pierdo, perdido de verdad, que busquen mis huesos blancos bajo el
antediluviano hielo fosilizado de la gruta Valeria o correteando ajeno a la
gravedad por las pendientes imposibles del Nahanni. Perdido, de verdad perdido,
en toda esta blancura.
Que bueno tu relato basado en recuerdos de la infancia, y sobre tu tocayo, Felix. Prometo ver hasta el final el documental, porque suelo ver estos programas con mucho interés.
ResponderEliminarSólo pensar en Canadá me da un frío terrible.
saludos
jeje, a mí también, soy muuuy friolero. Pero yo creo que aguantaría ese frío y más solo por estar allí y contemplar toda esa belleza con mis propios ojos. No sé la piel, peor el espíritu tiene que arder a la vista de todo aquello.
EliminarUn abrazo grande,y gracias
Oh, Félix, se estruja mi corazón cuando lo recuerdo...
ResponderEliminarCreo que desde niño uno se queda con lo preciso... con lo que le conmueve, le maravilla
_/\_
Sí, es curioso el corazón. De niño o adulto compartimos el mismo corazón aunque a veces no nos demos cuanta. Y allí se guardan verdaderas maravillas. El Canadá al completo, con toda su blancura, cabe en el corazón de un niño.
EliminarBesos
Gracias, Felix "albura".
ResponderEliminarJusto hoy he leído este haiku de Kaishi:
Templo en el monte
El albor de tres nabos
junto al estanque
Parece que va a nevar...
_/\_
Precioso por cierto. Me encantan esos haiku sencillos, auténticos. Con toda la belleza de lo cotidiano.
EliminarUn abrazo tomodachi