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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


20 mayo 2021

La primera trucha

 

古池やさかさに浮かぶ蝉のから

furuike ya sakasa ni ukabu semi no kara


viejo estanque…
flotando boca abajo
un caparazón de cigarra


-Shiki-




Agitan en el aire sus grandes manos hechas en el campo. Hablan de fútbol con un acento extraño para mí. Amenaza lluvia.

Una breve parada para tomar café, comprar pan… Nuestra primera cita con las truchas aguarda aún unos kilómetros más allá. En el río.


El río. Ucero.


Ucero. Siempre me ha sonado a ocelo. Los ojos simples de las abejas, los escarabajos… las cigarras...


Suena “Wild Theme” de Mark Knopfler. En el parabrisas del coche las primeras gotas de lluvia. Ay madre… Sobre un enebro no muy alto, un buitre posado.



Es difícil traducir “semi no kara”. ¿Caparazón de la cigarra? ¿cáscara? ¿concha? Exuvia. Ese su término científico. Demasiado científico para un haiku.


A nuestro paso un corzo brinca tres veces y desaparece entre la espesura de la ribera.


Es difícil traducir un río. Traducir el agua que se mueve y la vida asomada a su reflejo. Quizá hay palabras. Quizá hay lenguaje. ¿Transparencia? ¿Los días como hoy? ¿Nosotros? Los petirrojos y el viento, la tímida lluvia que cae sobre el agua que fluye… lo nombran y lo dicen una y otra vez. Su término científico yo lo desconozco.


La primera trucha. Mi hermano ríe ahí, corriente abajo. Debería haber un término japonés de esos misteriosos para nombrar este momento. Que no se traduzca.


El viento arrecia. Los sauces añosos crujen y los álamos rozan unas ramas contra otras. Por un momento siento que alguien mira… Ucero…


Hasta que se adentran en el agua, siguiendo las huellas de un corzo.


Nombrar el vacío. Qué cosa. La exuvia. Decir la nada. Como postulaba Vicente Haya una y otra vez. Un haiku es una exuvia. Un algo que fue y ya es otra cosa. Y un alguien que pasa por allí le da su palabra. O la busca.


Lánguidamente, la corriente sumerge por momentos las flores de ranúnculo acuático.


Siempre me ha gustado Wild Theme. Imagino una playa. Y la noche estrelladada en la que no pasa nada. Y está todo. Me gusta estar aquí, con los pies en el agua y aguardando la lluvia, o el sol, o lo que tenga que venir. Me gusta lo salvaje. Me gusta lo que no conozco.


A veces da miedo. A veces da miedo la profundidad del lodo que aprisiona las botas. El olor a metano. Los pétalos del espino que huele tan intensamente y que se pegan a todo tu cuerpo. Flotar, flotar vacío...


A veces no sé quién soy…


Recogiendo el sedal, sobre el agua remansada arrastra pelusas de chopo.


“Sin el menor significado”. Vicente Haya tradujo así uno de los versos del famoso haiku de Bashô del caparazón de cigarra que cae de lo alto del árbol. Siempre me ha sobrecogido esa traducción. No sé lo que imagino.


Las huellas de nutria entran en el río y vuelven a salir.


En un antiguo meandro del río las junqueras lo cubren todo. El croar de las ranas también. Cómo me gusta la llamada. Aunque me quede atascado en el barro por momentos.


Las ranas. Creo que el primer haiku que leí versaba sobre una rana. Y no era de Bashô. Creo que algunos de mis primeros días más felices transcurrieron corriente abajo, jugando de niño con mi hermano a perseguir ranas.


El cielo nublado, a contraluz, un pájaro que no distingo cambia de dirección.


Justo al borde de un campo de cereal las grandes troncas de sauces se arraciman desordenadas sobre la tierra. Lo que fue y lo que se convirtió en otra cosa. ¿Será ese el destino de todas las cosas? ¿Será esto la exuvia de los sauces y sus sombras? ¿Sin el menor significado?


Siento que a cada momento fui y ya soy otra cosa. Siento el barro pegado a las suelas de mis botas y el ligero cimbrear de la caña mientras camino. Siento ahora que el vacío que me constituye vibra sin posibilidad de nombre científico.


Sobre las hojas de menta la cáscara de una libélula. Hacia el norte, aclara el cielo.


El brillo del sol recién aparecido se extiende sobre el agua y todas las cosas que toca. Por un momento creo que puedo olerlo. Oler la luz. Una pareja de pinzones juguetea alrededor de un abedul. Cruzan el río y vuelven. Y vuelven a cruzar. En un instante.


Adherida a mis dedos la blancura de la corteza del abedul. Por momentos, el rumor del río se hace más intenso.


El caparazón, este sí, de un cangrejo azulea entre las piedras que dejó atrás el río. Lo miro y remiro. Parece caminar todavía intentando sobrevivir dios sabe a qué. A todo, imagino.


Me gustaría caminar, vacío ya de todo, hacía donde sé que debo ir. Me gustaría dejar atrás lo que no soy, una cáscara dura que no sirve ya para nada, y reconocerme en otra cosa que intuyo, que no entiendo.


Me gustaría volar sobre la corriente de un río.


Comemos charlando de lo que fue y lo que ya es otra cosa. Reímos. Un aguilucho pálido planea sobre los campos recién brotados un poco más allá.


Charlamos, mi hermano y yo. Reímos, dos ríos surgidos de la misma fuente.


Amo lo salvaje que hace lo que somos, lo que fuimos. Amo la tarde junto al río que nos mira y sin palabras pronuncia nuestros nombres, nuestros verdaderos nombres. Amo la tarde junto al río, cuando todo es diferente y nada ha cambiado, aunque a veces me dé un poco de miedo y no sepa por qué.


La nada dejada atrás por una libélula que se hizo en una noche de primavera. Sobre las hojas de menta.































06 mayo 2021

Primeros vencejos


Los primeros vencejos de la primavera. Hoy sí.

Creo que hace unos días mientras iba al trabajo vi una pareja justo después del amanecer. No sé. Quizá no. Una mañana de primavera con poca primavera. Nubes, llovizna, frío.

Esperar a los vencejos sin pensar en nada.

Como hace un año, en la primavera sin nosotros.

Creo que a veces he imaginado el mundo aquel a vista de vencejo. Las ciudades calladas, el aire hueco desde el suelo al cielo. Los chillidos de los gorriones y el silencio de los gatos.

El eco de su propia voz atravesando la luz de la mañana.

Una ciudad sin gente es como un cielo sin vencejos. ¿Esperarían también ellos de alguna manera la risa de los niños? Sin esfuerzo alguno, de aquí para allá, suspendidos del aire.


El aire… y la transparencia del aire. La patria de los vencejos y de los que esperan a los vencejos. De los que sin saber por qué a veces no piensan en nada.

En el aire… recuerdo el silencio de mi voz buscando el eco de los otros en aquella primavera sin los otros.


Creo que estos días pensé en una primavera sin vencejos.

Creo que tardaron en llegar por la lluvia. Creo que sí. Esta primavera fue la lluvia, se alargó en amaneceres fríos cubiertos de nubes.

Ellos aguardan la primavera, con mucha primavera, en algún rincón del aire. Sin prisa. Sin necesidad siquiera de batir las alas.


Hoy sí. Los primeros vencejos de la primavera. También nosotros.

Un eco en otro eco, sombras que se aguardan.


Sin nada que decir, sin esfuerzo alguno, suspendidos de la trasparencia de los días.

Viajeros del vacío, dos caminos que se encuentran en el aire.





primeros vencejos,
un gato entreabre los ojos
al sol de la mañana












俳句 brotes de legumbres

 





como niños que son
mirando cómo crecen
los brotes de legumbres