·

さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


29 marzo 2021

La llamada del afilador

 

Me gustaría tocar el mundo con la serena parsimonia con la que ella se ata las botas. 

Las moras que ha lavado lluvia temprana aguardan a la vera del camino. En los hinojos caracoles recogidos en su espiral de silencio. 

- Recuerdo la llamada del afilador en las mañanas de verano. Los vencejos, los libros por leer. La quietud de las estanterías cuando no había colegio. 

Ella habla distraídamente. Un bote en la inmensidad del mar. Qué pequeño. Apenas una ola más. En el bosque el recuerdo de la lluvia todavía perdura en el aire, suena, aquí, allá, de hoja en hoja, sobre plantas sin nombre. 

- Creo que realmente nunca llegué a verle. Mi madre bajaba alguna vez. Yo me quedaba en casa. Tantas veces lo oí que me parecía un vecino más. Uno que iba y venía, de calle en calle, de día en día. 

En las telarañas gotas de lluvia. Qué brillo. Callamos. ¿Era aquello un pájaro? ¿El bosque? ¿La lluvia, su llamada? ¿Su silencio? 

- Recuerdo el tacto del papel amarilleado por los días. Lo recuerdan mis dedos, como si lo tocaran. El olor de la tierra de los helechos del salón recién regados. 

Amo su soledad. La mía. La soledad perfecta de este momento, de nuestra niñez. 

Ella es un secreto. 

La imagino ahora, mientras canta ese pájaro, o calla, pequeña en la inmensidad de una mañana de verano y aguardando la llamada del afilador. Los vencejos como guadañas en el aire y todos los días por venir. La imagino sin colegio y sin palabras, como si la tocara. Como si nunca la llegara a ver, como si la escuchara dentro de mí. Aguardando ya esta lluvia, el camino. Su llamada. 





al mirar atrás 
lluvia retenida 
en las huellas del camino














































































Publicado en el libro Senderos, Editorial Doente. 2019

http://surimidala.blogspot.com/2020/06/senderos.html










24 marzo 2021

Le revenant

 Salir al frío. Forrado con todo lo que tengo y sentir como el viento gélido me corta la cara. 

Estoy vivo. 

Algo pequeño que renace de pronto. 

Un fantasma.


El milano, la picaraza, con este viento ¿cómo es posible que vuelen? Por momentos parece que lo hacen hacia atrás.


Cardos secos prendidos del pelaje de su tripa, sin mirar atrás el mastín que se cruza conmigo en el sendero.

En líneas casi paralelas, surcando los rastrojos la nieve de anoche.

En cuanto abandono el sendero y camino campo a través empiezo a hablar solo. O con alguien, no sé.
¿Con quién hablo cuando no hablo con nadie? 


Al llegar a lo alto del monte me encuentro con el viento. Me congela las manos en cuanto me quito los guantes. Abro la mochila, ahora sí que me pongo todo lo que tengo. Ni aun así. El viento atraviesa el gorro, el cuello alto, los guantes...

Traspasa mis huesos y luego vuelve a salir al aire, más blanco.


Apresuro el paso para llegar al bosque cuanto antes, qué frío. Los quejigos, recogidos sobre sí mismos, tienen menos hojas.

Vaguada arriba veo un corzo. No parece muy preocupado por mi presencia. Luego veo alguno más. Solo intuidos entre la espesura del bosque.

Me siento sobre el suelo muy muy lentamente. Están a poco más de veinte metros. Miro cómo me miran entre las ramas de pinos y quejigos. Sé que están a nada de huir.

Me ladran.

Desaparecen. 


Durante un buen rato continúo aquí, en el mismo sitio, así. Esperando. Chispea nieve. En la lejanía las montañas están ya blancas.

Una luminosidad extraña, como si el sol solo brillara allí, las envuelve. Saco los prismáticos.


Unos buitres giran sobre el valle del río. Uno, dos… tres… Qué gris el cielo.

La nieve, qué pequeña, no deja de caer.


Aguardando a los corzos, aquí sentado, encogido de frío, un poco, siento que soy. Que soy algo, que pertenezco a algún lugar, por fin. La corriente se ha detenido por un momento.

No sé en qué remolino se perdió la angustia que venía conmigo. No sé de dónde la traje. No está. Ahora no está.

Como la nieve tan ligera de la noche pasada. Sobre las setas y las hojas caídas de los quejigos.


Una ardilla baja al suelo a remorder una piña. El soniquete de un pájaro carpintero que no logro ver…


Pienso de pronto en el corcino que vi hace unos días. Era tan pequeño que al principio lo confundí con un zorro.

Lo vi solo un momento. Intenté acercarme con todo el cuidado del mundo, en silencio, pero desapareció en la espesura. Simplemente desapareció.

Me pareció tan frágil, tan solo…

¿Estará bien?


Pienso y no pienso, no sé… Una ligereza tan fría y blanca como la luz sobre la nieve de las inalcanzables montañas. Un fantasma que retorna de algún lugar al que pertenezco desde siempre. Le revenant.

Todos lo somos.

Pienso…

Pero no escribo. Por no sacar la libreta de la mochila. Qué frío.


El viento es brutal en el camino de vuelta a casa. Corta lo que soy y lo que fui. Piso la tierra húmeda y miro la huella de mi bota.

Estoy vivo.

















11 marzo 2021

luz tenue

 

 Como a los corzos, a mí también me gusta la luz tenue. Quizá sea su reflejo sobre las hojas ocres, quizá las nubes que pasan, no sí, pero en los pequeños valles donde crecen los quejigos la luz cambia.

Es un paso vacilante, el de la luz que pasa de los pinos a los quejigos.

No sé qué vengo a buscar aquí. Una y otra vez. Volver. Empiezo a dudar. Alguna vez debí encontrar algo aquí. Debió ser así.




En la vertiente contraria del barranco un corzo entra y sale de la ligera sombra de las encinas. Qué parsimonia. Luego aparece otro. A pesar de la distancia parece que me miran, no sé. Con los prismáticos yo sí los veo bien. Primero uno, luego otro, unos pocos pasos, desaparecen muy despacio entre las sombras del bosque.

Amenaza lluvia pero no cae ni una gota. Por momentos una luz tamizada que viene y va, el sol que pasa entre las nubes.



Una pareja de cernícalos juegan a posarse y levantar el vuelo alrededor de un árbol seco. Qué hermosos son. Qué ligeros. Ni lo pretenden y sin embargo escapan una y otra vez al foco de mi mirada.

Abajo, en la vaguada, un hombre con su perro, un perro con un hombre, por el sendero. No hacen ruido. Parecen ir hacia el río.



Adentrándome en el bosque noto que la luz ha cambiado con respecto a la última vez que anduve por aquí. Partes del bosque van clareando de semana en semana. El otoño…

Pensé que era un pico picapinos pero no, el repiqueteo que seguí a través del bosque resulta ser de un trepador azul. Qué gracioso. Sube y baja de cabeza por el tronco del árbol buscando larvas a picotazos.

Como invisible. Como algo que clarea hasta hacerse transparente, así me gusta estar aquí. Sentirme solo una mirada que apenas está.




Descanso sentado sobre suelo y sí, para mi sorpresa la mancha oscura entre los quejigos, al otro lado del valle, resulta ser un corzo. Echado sobre las hojas secas que cubren el suelo.

No sé muy bien por qué pero por un momento me preocupo. ¿Estará bien? Lo miro con los prismáticos una y otra vez. Parece que sí. De vez en cuando mueve las orejas.

Ahora mira hacia un lado, parece muy atento. No veo nada hacia allí… Ahora está de pie. Me inquieto de verdad.

Algo. Entre el sol y la sombra de las nubes. ¿Un movimiento? ¿Llueve? ¿El crujir de las hojas de los árboles a punto de caer?

¿El viento?

Es el viento…. Es solo una ráfaga de viento.

Miro. El corzo ha vuelto a echarse. Me tranquilizo.

Qué hermoso es. Parece tan delicado. Como él, me gustaría caminar sobre la tierra con pies como de sarmiento, de puntillas, en silencio.



Cresteando un pequeño cerro un perro desciende hacia la quebrada, vuelve a subir por la ladera contraria. Se detiene un momento y mira hacia atrás. Sigo su mirada con los prismáticos. No hay dueño, no hay gente. El perro continúa su camino a media ladera hasta que se pierde de mi vista.



鹿の足よろめき細し草紅葉

shika no ashi yoromeki hososhi kusamomiji

Con la misma ligereza, balanceándose al unísono las patas del ciervo, la hierba color del otoño.

Solo una ráfaga de viento…

Mi corazón a media luz.

El otoño.




¿De qué tienes miedo? Vacilante, sin saber por qué, sin buscar nada, una y otra vez la luz tenue volverá aquí, sobre las hojas ocres de los quejigos, transparente.

Y te encontrará.



Vuelvo a casa, de espino en espino se hace y deshace un bando de cardelinas.









 

 

08 marzo 2021

senderos

 

Senderos que se pierden en la maleza. Entre los árboles de la ribera la luz de la tarde. Junto al río, aquí era, creo…


El gran abedul con las ramas como un candelabro hebreo.

-Menorah- papá, -se llama menorah.

Enormes. Qué ramas. Yo de pie con la teckel en brazos sobre las ramas más bajas mientras mi padre hace fotos. Y mi madre ríe. Y detrás el río.


Qué curioso. Siempre que llego, vuelvo, paso, por aquí recuerdo aquella tarde y un haiku de Buson. Así, al alimón.


El sendero aquel que se deshacía entre perejil asilvestrado. Creo recordar.

Aquella risa que era como el río que está y ya no, ya no, se va. Un destello. Se pierde como la luz de la tarde sobre la corriente.


Casi sin querer, bajo las ramas del gran abedul, busco la navaja de pesca que mi padre perdió en el río aquella tarde. Aquí fue, sí.



Mi padre y yo pescábamos junto al abedul, el gran abedul, a menudo. Mañanas al alba, con el agua del río haciéndose hielo en el sedal bajo el puntal de la caña. Tardes buscando sombra, con la temporada ya entrada, charlando, callando, compartiendo mirada… dos libélulas pugnan sobre la corriente, origami, ala contra ala, nada, zigzag de la luz…


Siempre, siempre que pescábamos junto al abedul mi padre y yo buscábamos aquella navaja. Al llegar o tras el almuerzo. O justo antes de marchar, cuando ya los murciélagos rozan el agua que se oscurece.


Qué navaja… con las cachas blancas, amarillentas, y el filo así así… no valía nada. La recuerdo perfectamente, como una joya.


¿Qué hora de la tarde es esta en la que todo huele de otra manera? Aquí era. Deshechos todos los senderos. Estoy seguro.





un destello 
truchas desovando 
corriente abajo

 






Publicado en el libro Senderos, Editorial Doente. 2019

http://surimidala.blogspot.com/2020/06/senderos.html