·

さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


20 enero 2023

Salí a ver los arroyos llenos


Salí a ver los arroyos llenos. A ver cómo volvía el agua a la hierba, a la tierra. En la mañana que no paraba de llover. El repiqueteo de las gotas sobre el paraguas, las rachas de un viento que de pronto cambia de dirección. En la piel la humedad del aire que parece recién nacido.

Llenos los arroyos y arroyos donde antes no había nada. El olor de la tierra mojada.

Sí, es nieve, allá, en las montañas. No tan lejanas. En la misma dirección que mi mirada el vuelo decidido de un cernícalo atravesando la lluvia. Como dejándose caer hasta el agua las ramas de los sauces, sus troncos surgiendo de la tierra anegada. Debajo de su reflejo, sus raíces invisibles.

Nada en el aire, salvo el sonido del agua por todas partes. Una extraña luz que no sé de dónde viene.

Mojadas por la lluvia, una de las ovejas mira hacia la montaña.

El tacto de la lluvia. Más pronunciadas las formas de los troncos mojados. Un claroscuro de arrugas y relieves. La espiral oscura que en silencio busca el cielo, la lluvia.

Nada queda de mí caminando bajo la lluvia.

Huellas de pájaros que no distingo deshaciéndose en el barro.

Salí a ver los arroyos llenos. Una sola nube son todas las nubes. De la misma agua todas las gotas.

Volviendo la vista atrás. La llamada de un mirlo a través de la lluvia.









17 enero 2023

La campana de Hôryûji


kaki kueba kane ga


Cuatro palabras, una foto, un vídeo. El sonido de una campana…

Un amigo. Y una ciudad: Nara.

Es verdad, qué poco hace falta para entenderse con un amigo. Es como inevitable.

Un vínculo. A veces extraño, como un valle cubierto de hierba y una ciudad antigua, como el sabor de un caqui y el sonido de una campana.



柿くへば鐘が鳴るなり法隆寺  

kaki kueba kane ga naru nari Hôryûji



mientras como un caqui

suena la campana

del templo Hôryûji




Cuentan que Shiki estuvo en Nara los días 24, 25 y 26 de octubre de 1895. El médico que lo trataba de su enfermedad le administró la medicación necesaria para que pudiera hacer ese viaje. Quizá pensó, o no, solo lo pienso yo por él, que tal vez fuese esa la última oportunidad de visitar la ciudad.

Durante esos tres días escribió bastantes haikus, incluyendo, cómo no, algunos sobre caquis, su fruta preferida, convertida casi en obsesión culinaria.



No deja de llover, aquí, no en Nara, como una obsesión. Parece más profundo el verdor del valle. Intuyo el olor de la hierba mojada al otro lado de los cristales. Abriría la ventana si no fuese por el temporal. No me atrevo…



Shiki, mientras comía un cuenco de caquis que le había traído la criada de la posada donde se alojaba, escuchó el sonido de la campana de Tôdaiji, un templo cercano, señalando el comienzo de la noche.

Dicen que quedó tan enamorado de ese momento que le faltó tiempo para alquilar un rickshaw para poder ir al templo de Hôryûji, su preferido, a la mañana siguiente.

A comer caquis, quizá, o no, y solo lo imagino yo por él.



Me gusta comer algo cuando salgo al campo, a la montaña, y no llueve obsesivamente. Me gusta sentir que hago algo. Algo sencillo. Como vivir. Sentarme a comer unas almendras, o unos cacahuetes. Como la cardelina comería semillas entre las espigas de avena salvaje.



Hôryûji no está cerca de Tôdaiji. Quizá Shiki quería reencontrarse con un momento preciso. Los caquis, la campana de Hôryûji, los haikus… Como reencontrarse con un amigo. Un reencuentro buscado, querido.

Supongo que Shiki no se encontró con el tañido de pronto, esta vez no al menos, como cuando justo al abrir el paraguas deja de llover o te encuentras a un amigo por la calle. Shiki disfrutó de cada bocado y de cada sonido de aquella campana. De la presencia de un amigo con el que has quedado. Cada minuto, con sus palabras y sus silencios.



En Japón, las campanas de los templos son enormes y cuelgan en el exterior del edificio, en un lugar especial. Se golpean desde fuera con un poste (pesa lo suyo a fe mía) y su sonido es más parecido a un gong que a nuestras campanas de por aquí. El sonido reverbera durante largo tiempo y va perdiendo intensidad poco a poco. Es entonces cuando se tañe de nuevo.



Diferente el sonido de la campana en la lluvia de la mañana. Aquí, no en Nara. Aquí suena la campana de una iglesia cercana, la del pueblo, dando las horas y las medias. Una campanada. La media. Reverbera un poco. Siempre me sorprende. Nunca comiendo caquis.



Quizá Shiki saboreó cada bocado al pausado ritmo de la campana. O no. Y solo lo imagino. Quizá solo en Japón sería yo capaz de terminar las doce uvas de Nochevieja.


Amaina la lluvia. El canto del mirlo cuando miro para otra parte.


Debe ser hermoso, sí, sí que lo es, darse cuenta de los vínculos que unen las cosas y los sucesos. Mientras comes caquis o almendras. Mirar el cielo sin entenderlo del todo. Con la confianza de un amigo.

Nara es una ciudad hermosa. Y la mirada de los ciervos de Nara. Es hermosa también. Cuando te miran. ¿Qué pensarán?

Qué pensaría Shiki. Con sus caquis y su campana. Y sus haikus. Con sus amigos. Allí solo.

Hay una campana, en algún lugar, que reverbera desde hace mucho mucho tiempo. La presencia. La presencia de lo que está y de lo que no está. De lo que es y ha sido. De lo que será.



Natsume Soseki, un amigo cercano de Shiki, que probablemente había financiado su viaje a Nara, de regreso a Tokio había publicado unas semanas antes un haiku en el periódico de Matsuyama.


鐘つけば銀杏ちるなり建長寺

kane tsukeba ichoo chiru nari Kenchooji


caen las hojas de gingko

mientras suena la campana

Templo Kencho-ji



Así que el haiku de Shiki pudiera ser una respuesta a Soseki, a quien había enseñado haiku en Matsuyama. Quizá. O no.



Ahora sí, ahora no. El brillo del sol en la lluvia que arrastra el viento.


Quizá siempre respondemos a algo o a alguien. Queriendo o sien querer. Sin darnos cuenta.

Quizá sea irremediable, hermoso, ser presencia de otra presencia más grande, más profunda. Responder a su llamada. Como a la de un amigo. De corazón. Sin más.

Cuatro palabras. El silencio. Un haiku.



Es verdad, qué poco hace falta para decir la nada. De corazón a corazón. Solo un haiku.

Es como inevitable. Estar aquí, en este preciso momento en que suena una campana en alguna parte.



¿Pensaría Shiki en la campana de Hôryûji cada vez que volviera a comer caquis? ¿Volvería a su boca el dulce sabor de los caquis al oír sonar una campana? ¿Se acordaría de su amigo? ¿Una y otra vez reverberaría en su memoria aquel momento?

Bocado a bocado, campanada a campanada, en el templo de Hôryûji.

Vinculado con lo más profundo de su ser. Ser en el ser. Como un valle con su verdor o el eco de una campana con una ciudad antigua

Como inevitable.

Somos el kigo de otoño y primavera, de invierno y verano, del Año Nuevo que nos une y remite a todo lo demás. La luz que reverbera.


kaki kueba kane ga


Cuatro palabras para decir nada, Porque nada hace falta decir. Aquí, en este momento. Entre amigos.








 




Gracias a Masuhiro Yufu por las fotos y el vídeo, por su hermosa amistad.






13 enero 2023

La noche y los viajeros de la noche


Siéntate con tus amigos, no regreses a dormir.

No te hundas como un pez en el abismo.

Como el mar, álzate, no te disperses como la tormenta.

Las aguas de la vida fluyen desde la oscuridad.

Busca en la oscuridad, no huyas de ella.

Los viajeros nocturnos están llenos de luz,

tú también: No abandones su grata compañía.

Se una vela vigilante en palmatoria de oro,

que no te absorba la tierra como absorbe al mercurio.

La luna aparece para los viajeros de la noche,

permanece vigilante, cuando la veas llena.



-Rumí-





Creo que me despertó la lluvia. O su silencio. Llovía, sí. En la noche. En algún momento.

Hay una paz aquí, en la oscuridad. Hay una luz justo por llegar.

Un silencio aquí, en este momento. Un silencio que parece surgir de mí mismo.

El trino oscuro del mirlo. Brillante. Un retazo más de este silencio.



Una llamada. Creo que recordé una llamada. O fui recordado por ella.



Escucho cómo el pueblo va despertando. El ladrido de un perro, una persiana, los gorriones…

El curso de un ancho río que, profundo, se sosiega curvándose en la llanura. Dejándome llevar. Sin rostro me asomo al agua, justo antes del amanecer.

Cuando en la paz sobrevenida no piense en nada más será señal de que veo. Con los años que no tengo. Con los que nunca he tenido. Poder ver lo que Tú ves.



En silencio, preparar a tientas el café. La luz del alba.










06 enero 2023

Regalos


Sol de la mañana, atajando por el prado donde cazaban las garcillas.


Los regalos. Salir al aire libre, al sol. A por regalos. Las ramas bajas del limonero rozando la hierba. El cielo, las montañas cubiertas de árboles.

Camino con los regalos que me hicieron. Desde que era niño. Todos ellos. Siguiendo la pequeña corriente de un riachuelo que se pierde entre los prados. Como si la hierba diera el relevo al agua. Cómo brilla.

Cómo brilla lo que parece que recuerdo. En todos estos trinos que no sé de dónde vienen. Desde cuándo estaban aquí. Entre las ramas lacias del sauce que llegan al agua. Todos estos trinos que llenan el aire, por todas partes.

De pronto la mirada de un faisán entre la hierba. Un instante. Vuela. Y otro más que no vi.

Camino entre la hierba tan verde, en el regalo de ser aquí. De ser el regalo de alguien. De todos los que me amaron.

Ni me daba cuenta.

El verdor de las colinas, compartimentado tras el ramaje de un árbol sin hojas. El vuelo de una cardelina, ondulante, el instante que media entre un trino y el siguiente. En dirección a la luz del sol.

¿Cuántos años tenía cuando no sabía contar? En el tiempo de los regalos. ¿Cuántos serían los trinos y los días? Con la inmortalidad de las abejas.

Primero las gaviotas, luego las garcillas, abandonan el prado. Más allá, el brillo de la hierba recién cortada.

Echado sobre la cadena que lo ata, un perro dormita al sol.

Este aire… Por un momento siento la soledad de las montañas, de un niño abriendo el primer regalo de Reyes. El silencio del instante que solo abarca el cielo. Vacío. Transparente.

Junto a un buzón, medio deshecho por la lluvia de otras noches, un catálogo de juguetes.

Esta luz…

Siento anegado algo dentro de mí. Una lluvia antigua que sigue empapándome justo ahora. A pleno sol. En esta mañana luminosa en que camino sin rumbo, con la inercia transparente del agua. Mientras sin apenas darme cuenta me convierto en otra cosa.



Ser regalo. Desde la primera luz. Abandonarme, dejarme solo ser un regalo. Vacío como el aire. Como esta luz.

Si así fuera… No necesitaría hacer nada más. Estar. Ser.

Si así fuera…

Aguardar sentado al aire libre, contemplando como mengua la luz del día y el aire se hace más fresco.

Y esperar un poco más. Mientras unos trinos son relevados por otros.