…Desde allí se ve al Kitakami, gran río que viene del sur; el río Koromo, tras de ceñir al castillo de Izumi, se le une bajo el palacio Takadate; las ruinas del castillo de Yasuhira, con el paso de Koromo, que está más adelante, guardan la entrada del sur y constituyen una defensa contra toda invasión. Aquí se encerraron los fieles elegidos. De sus hazañas nada queda sino estas yerbas. Recuerdo el antiguo poema:
Las patrias se derrumban,
ríos y montañas permanecen;
sobre las ruinas del castillo
verdea la hierba, es primavera.
Me
siento sobre mi sombrero y lloro, sin darme cuenta del paso del tiempo:
natsukusa ya tsuwamono domo ga yume no ato
hierbas de verano...
restos tan solo
del sueño de los guerreros
No sé por qué pero a pesar de que claramente Bashô habla de ascender la montaña para contemplar todo esto yo siempre imaginé las hierbas de verano meciéndose suavemente en una llanura. Quizá porque los campos de batalla son así en nuestra imaginación siempre. Llanos como la palma de una mano que no sujeta nada.
Camino de Hiraizumi el maestro Bashô se detuvo aquí para rememorar, tal vez soñar, gestas y hechos históricos de los antiguos héroes. Y los poemas en los que otros ya los contaron. Yo, como él, también me detengo aquí camino de Hiraizumi. Ahora es él el rememorado por mí, hoy, mañana de marzo siglos después, bajo esta nieve que cae lánguidamente sobre los ríos y las montañas.
No deja de ser extraño estar aquí, con las hierbas de verano, mientras cae la nieve.
El maestro Takano sonríe mientras le fotografío frente a la capilla. Fujiwara-san casi se descalabra ascendiendo las escaleras cubiertas de nieve talladas en la pendiente. Ella y yo jugamos a lanzarnos bolas de nieve como niños que ajenos a los héroes y las patrias corretean sobre un mundo blanco y nuevo.
Qué extraño es esto sí…
Qué extraño es esto sí…
El esplendor de tres generaciones de Fujiwara duró el sueño de una noche…
Takano-sensei y yo posamos frente al monumento que conmemora el famoso haiku de Bashô. Él como sorprendido, con las llaves del coche en la mano, yo encogido, siempre tan friolero, con la sonrisa de quien aún intenta asumir dónde está y por qué. Los copos de nieve, con la ligereza y la suavidad de mil años y un sueño, vienen a posarse sobre nosotros, las piedras y las palabras.
Ahora todo es blancura, solo blancura.
unohana ni kanefusa miyuru shiraga kana
Que viaje tan maravilloso. Me lo has hecho vivir a mi también, incluso ahora siento ese frío y esa nieve que caía.
ResponderEliminarUn saludo
Hermoso, momiji.
ResponderEliminarGracias por compartir este momento del viaje.
El paisaje, la historia, tu evocación conmueven. Como siempre.
Un gran abrazo desde mi otoño.
Precioso, Félix, como todo lo que escribes. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias a los tres. Rememorar sobre el terreno lo que uno ha leído tantas veces en el inmortal Sendas de Oku, lo que de hecho hacía el propio Bashô cuando lo escribió, es difícil de transmitir, muy difícil. Salvo cuando uno ya no intenta nada y escribe lo que surge, sin más.
ResponderEliminarMuchas gracias ya os digo. Un abrazo muy grande.
Gracias Félix, una verdadera delicia leer estos momentos de tu viaje.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que magnífico relato. Me gustó también el haiku final.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias Leti y elias. Sois muy amables, de verdad.
ResponderEliminarUn abrazo grande
¡Me gusta leerte! Aprendo y conozco...¡muy interesante todo! (un abrazo)
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