kaki kueba kane ga
Cuatro palabras, una foto, un vídeo. El sonido de una campana…
Un amigo. Y una ciudad: Nara.
Es verdad, qué poco hace falta para entenderse con un amigo. Es como inevitable.
Un vínculo. A veces extraño, como un valle cubierto de hierba y una ciudad antigua, como el sabor de un caqui y el sonido de una campana.
柿くへば鐘が鳴るなり法隆寺
kaki kueba kane ga naru nari Hôryûji
mientras como un caqui
suena la campana
del templo Hôryûji
Cuentan que Shiki estuvo en Nara los días 24, 25 y 26 de octubre de 1895. El médico que lo trataba de su enfermedad le administró la medicación necesaria para que pudiera hacer ese viaje. Quizá pensó, o no, solo lo pienso yo por él, que tal vez fuese esa la última oportunidad de visitar la ciudad.
Durante esos tres días escribió bastantes haikus, incluyendo, cómo no, algunos sobre caquis, su fruta preferida, convertida casi en obsesión culinaria.
No deja de llover, aquí, no en Nara, como una obsesión. Parece más profundo el verdor del valle. Intuyo el olor de la hierba mojada al otro lado de los cristales. Abriría la ventana si no fuese por el temporal. No me atrevo…
Shiki, mientras comía un cuenco de caquis que le había traído la criada de la posada donde se alojaba, escuchó el sonido de la campana de Tôdaiji, un templo cercano, señalando el comienzo de la noche.
Dicen que quedó tan enamorado de ese momento que le faltó tiempo para alquilar un rickshaw para poder ir al templo de Hôryûji, su preferido, a la mañana siguiente.
A comer caquis, quizá, o no, y solo lo imagino yo por él.
Me gusta comer algo cuando salgo al campo, a la montaña, y no llueve obsesivamente. Me gusta sentir que hago algo. Algo sencillo. Como vivir. Sentarme a comer unas almendras, o unos cacahuetes. Como la cardelina comería semillas entre las espigas de avena salvaje.
Hôryûji no está cerca de Tôdaiji. Quizá Shiki quería reencontrarse con un momento preciso. Los caquis, la campana de Hôryûji, los haikus… Como reencontrarse con un amigo. Un reencuentro buscado, querido.
Supongo que Shiki no se encontró con el tañido de pronto, esta vez no al menos, como cuando justo al abrir el paraguas deja de llover o te encuentras a un amigo por la calle. Shiki disfrutó de cada bocado y de cada sonido de aquella campana. De la presencia de un amigo con el que has quedado. Cada minuto, con sus palabras y sus silencios.
En Japón, las campanas de los templos son enormes y cuelgan en el exterior del edificio, en un lugar especial. Se golpean desde fuera con un poste (pesa lo suyo a fe mía) y su sonido es más parecido a un gong que a nuestras campanas de por aquí. El sonido reverbera durante largo tiempo y va perdiendo intensidad poco a poco. Es entonces cuando se tañe de nuevo.
Diferente el sonido de la campana en la lluvia de la mañana. Aquí, no en Nara. Aquí suena la campana de una iglesia cercana, la del pueblo, dando las horas y las medias. Una campanada. La media. Reverbera un poco. Siempre me sorprende. Nunca comiendo caquis.
Quizá Shiki saboreó cada bocado al pausado ritmo de la campana. O no. Y solo lo imagino. Quizá solo en Japón sería yo capaz de terminar las doce uvas de Nochevieja.
Amaina la lluvia. El canto del mirlo cuando miro para otra parte.
Debe ser hermoso, sí, sí que lo es, darse cuenta de los vínculos que unen las cosas y los sucesos. Mientras comes caquis o almendras. Mirar el cielo sin entenderlo del todo. Con la confianza de un amigo.
Nara es una ciudad hermosa. Y la mirada de los ciervos de Nara. Es hermosa también. Cuando te miran. ¿Qué pensarán?
Qué pensaría Shiki. Con sus caquis y su campana. Y sus haikus. Con sus amigos. Allí solo.
Hay una campana, en algún lugar, que reverbera desde hace mucho mucho tiempo. La presencia. La presencia de lo que está y de lo que no está. De lo que es y ha sido. De lo que será.
Natsume Soseki, un amigo cercano de Shiki, que probablemente había financiado su viaje a Nara, de regreso a Tokio había publicado unas semanas antes un haiku en el periódico de Matsuyama.
鐘つけば銀杏ちるなり建長寺
kane tsukeba ichoo chiru nari Kenchooji
caen las hojas de gingko
mientras suena la campana
Templo Kencho-ji
Así que el haiku de Shiki pudiera ser una respuesta a Soseki, a quien había enseñado haiku en Matsuyama. Quizá. O no.
Ahora sí, ahora no. El brillo del sol en la lluvia que arrastra el viento.
Quizá siempre respondemos a algo o a alguien. Queriendo o sien querer. Sin darnos cuenta.
Quizá sea irremediable, hermoso, ser presencia de otra presencia más grande, más profunda. Responder a su llamada. Como a la de un amigo. De corazón. Sin más.
Cuatro palabras. El silencio. Un haiku.
Es verdad, qué poco hace falta para decir la nada. De corazón a corazón. Solo un haiku.
Es como inevitable. Estar aquí, en este preciso momento en que suena una campana en alguna parte.
¿Pensaría Shiki en la campana de Hôryûji cada vez que volviera a comer caquis? ¿Volvería a su boca el dulce sabor de los caquis al oír sonar una campana? ¿Se acordaría de su amigo? ¿Una y otra vez reverberaría en su memoria aquel momento?
Bocado a bocado, campanada a campanada, en el templo de Hôryûji.
Vinculado con lo más profundo de su ser. Ser en el ser. Como un valle con su verdor o el eco de una campana con una ciudad antigua
Como inevitable.
Somos el kigo de otoño y primavera, de invierno y verano, del Año Nuevo que nos une y remite a todo lo demás. La luz que reverbera.
kaki kueba kane ga
Cuatro palabras para decir nada, Porque nada hace falta decir. Aquí, en este momento. Entre amigos.
Gracias a Masuhiro Yufu por las fotos y el vídeo, por su hermosa amistad.
Qué bonito, Félix. Tu escrito me ha traído gratos recuerdos de cuando, hace ya bastantes años, tuve ocasión de visitar Hôryûji. No me surgió ningún haiku entonces; ya le surgió a Shiki. Qué bueno, gracias al vídeo, poder escuchar el sonido de la campana del templo. 27 segundos dura. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias José Luis. Sí, ya lo creo, Nara, su parte monumental, es una ciudad hermosa. Hôryûji, Tôdaiji...
EliminarLa campana te resuena dentro ¿verdad?. Mi amigo Masu estuvo de viaje por allí y me envió el vídeo porque también es un aficionado al haiku y ya me conoce :)
Un abrazo grande.
¡¡Maravilloso!! Qué remosura de texto para ver, oír, oler, saborear y sentir. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti Elías. Tú sí que eres maravilloso :) Un abrazo grande.
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