Como a los corzos, a mí también me gusta la luz tenue. Quizá sea su reflejo sobre las hojas ocres, quizá las nubes que pasan, no sí, pero en los pequeños valles donde crecen los quejigos la luz cambia.
Es un paso vacilante, el de la luz que pasa de los pinos a los quejigos.
No sé qué vengo a buscar aquí. Una y otra vez. Volver. Empiezo a dudar. Alguna vez debí encontrar algo aquí. Debió ser así.
En la vertiente contraria del barranco un corzo entra y sale de la ligera sombra de las encinas. Qué parsimonia. Luego aparece otro. A pesar de la distancia parece que me miran, no sé. Con los prismáticos yo sí los veo bien. Primero uno, luego otro, unos pocos pasos, desaparecen muy despacio entre las sombras del bosque.
Amenaza lluvia pero no cae ni una gota. Por momentos una luz tamizada que viene y va, el sol que pasa entre las nubes.
Una pareja de cernícalos juegan a posarse y levantar el vuelo alrededor de un árbol seco. Qué hermosos son. Qué ligeros. Ni lo pretenden y sin embargo escapan una y otra vez al foco de mi mirada.
Abajo, en la vaguada, un hombre con su perro, un perro con un hombre, por el sendero. No hacen ruido. Parecen ir hacia el río.
Adentrándome en el bosque noto que la luz ha cambiado con respecto a la última vez que anduve por aquí. Partes del bosque van clareando de semana en semana. El otoño…
Pensé que era un pico picapinos pero no, el repiqueteo que seguí a través del bosque resulta ser de un trepador azul. Qué gracioso. Sube y baja de cabeza por el tronco del árbol buscando larvas a picotazos.
Como invisible. Como algo que clarea hasta hacerse transparente, así me gusta estar aquí. Sentirme solo una mirada que apenas está.
Descanso sentado sobre suelo y sí, para mi sorpresa la mancha oscura entre los quejigos, al otro lado del valle, resulta ser un corzo. Echado sobre las hojas secas que cubren el suelo.
No sé muy bien por qué pero por un momento me preocupo. ¿Estará bien? Lo miro con los prismáticos una y otra vez. Parece que sí. De vez en cuando mueve las orejas.
Ahora mira hacia un lado, parece muy atento. No veo nada hacia allí… Ahora está de pie. Me inquieto de verdad.
Algo. Entre el sol y la sombra de las nubes. ¿Un movimiento? ¿Llueve? ¿El crujir de las hojas de los árboles a punto de caer?
¿El viento?
Es el viento…. Es solo una ráfaga de viento.
Miro. El corzo ha vuelto a echarse. Me tranquilizo.
Qué hermoso es. Parece tan delicado. Como él, me gustaría caminar sobre la tierra con pies como de sarmiento, de puntillas, en silencio.
Cresteando un pequeño cerro un perro desciende hacia la quebrada, vuelve a subir por la ladera contraria. Se detiene un momento y mira hacia atrás. Sigo su mirada con los prismáticos. No hay dueño, no hay gente. El perro continúa su camino a media ladera hasta que se pierde de mi vista.
鹿の足よろめき細し草紅葉
shika no ashi yoromeki hososhi kusamomiji
Con la misma ligereza, balanceándose al unísono las patas del ciervo, la hierba color del otoño.
Solo una ráfaga de viento…
Mi corazón a media luz.
El otoño.
¿De qué tienes miedo? Vacilante, sin saber por qué, sin buscar nada, una y otra vez la luz tenue volverá aquí, sobre las hojas ocres de los quejigos, transparente.
Y te encontrará.
Vuelvo a casa, de espino en espino se hace y deshace un bando de cardelinas.
¡Qué extraña y grandiosa mezcla de matices!
ResponderEliminarTu mirada nos aporta pinceladas, aquí y allá, de un ambiente impresionista, pero el cuadro que aparece es como el de aquellas estupendas pinturas chinas donde un hombre o una casa son como diminutas hebras, nada llamativas, que no desentonan con el resto de la composición. Están integradas. El más perfecto anti-antropocentrismo.
Desaparecer. El alma sin peso sosteniéndolo todo. Cualquier búsqueda es un error. Ya está todo, ya está. Todo reluce perfecto cuando no hay intención. Y, sin embargo, la intención queda dentro. ¿El viento del corazón es el que la debe mover?
Qué poderoso ese armónico intención-vida, y qué difícil de hallar.
¡Ahhh!
Muchísimas gracias por tu comentario. Hermoso y profundo. Muchas gracias de verdad.
ResponderEliminarUn abrazo grande