Me gustaría tocar el mundo con la serena parsimonia con la que ella se ata las botas.
Las moras que ha lavado lluvia temprana aguardan a la vera del camino. En los hinojos caracoles recogidos en su espiral de silencio.- Recuerdo la llamada del afilador en las mañanas de verano. Los vencejos, los libros por leer. La quietud de las estanterías cuando no había colegio.
Ella habla distraídamente. Un bote en la inmensidad del mar. Qué pequeño. Apenas una ola más. En el bosque el recuerdo de la lluvia todavía perdura en el aire, suena, aquí, allá, de hoja en hoja, sobre plantas sin nombre.
- Creo que realmente nunca llegué a verle. Mi madre bajaba alguna vez. Yo me quedaba en casa. Tantas veces lo oí que me parecía un vecino más. Uno que iba y venía, de calle en calle, de día en día.
En las telarañas gotas de lluvia. Qué brillo. Callamos. ¿Era aquello un pájaro? ¿El bosque? ¿La lluvia, su llamada? ¿Su silencio?
- Recuerdo el tacto del papel amarilleado por los días. Lo recuerdan mis dedos, como si lo tocaran. El olor de la tierra de los helechos del salón recién regados.
Amo su soledad. La mía. La soledad perfecta de este momento, de nuestra niñez.
Ella es un secreto.
La imagino ahora, mientras canta ese pájaro, o calla, pequeña en la inmensidad de una mañana de verano y aguardando la llamada del afilador. Los vencejos como guadañas en el aire y todos los días por venir. La imagino sin colegio y sin palabras, como si la tocara. Como si nunca la llegara a ver, como si la escuchara dentro de mí. Aguardando ya esta lluvia, el camino. Su llamada.
al mirar atrás
lluvia retenida
en las huellas del camino
Publicado en el libro Senderos, Editorial Doente. 2019
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