Como la luz de la tarde. Sobre la roca. Al final del viaje. De pronto, como la luz de la tarde la luz de esta mañana, llenando poco a poco con su calor la pequeña plaza junto a la iglesia bizantina.
¿Por qué fluye ahora aquello que no tiene nombre? ¿Dónde está la fuente de la que mana? Ahora. Justo en el momento en el que todas las cosas son. Y puedo verlas.
No hay esfuerzo, no hay intención.
Como la luz de la tarde la luz de esta mañana. Sobre la hierba todavía blanca de los prados. Qué frías las hojas de hierbabuena. Qué trasparente su olor. Su delicado brillo bajo el primer sol de la mañana.
De vez en cuando el vaho junto al hocico del poni. Qué quieto. Qué peludito. Sobre su costado apenas el movimiento de una delgada sombra. Ramitas de un árbol joven.
La ligereza de un murmullo en el arroyo, de todo lo que con él va… Sin más. El arroyo…
Al final del viaje. La luz de la mañana. Algo que fluye, algo que se muestra y se esconde. La blancura de las columnas de más dos mil años sobre la roca, de las ramas de los abedules extendiendo su brillo más allá del agua.
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