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さて、どちらへ行かう風がふく

bien... ¿a dónde ir...?
...el viento
sopla...


En el temblor de la roca


Primero llegó el agua. Horadando la montaña, disolviendo la roca. El río ahondándose en la piedra durante millones de años. Después, en el aire dejado atrás por el agua, habitaron aquí los neandertales. Noventa mil años. El río ya entonces discurría doscientos metros más abajo de la entrada de la cueva.

Llegamos al silencio que ellos dejaron atrás hace al menos veintidós mil años. Una gota de agua cae sobre mi hombro. Después el silencio es tan hondo como la oscuridad. Cuatro personas y el guía. Agachados en algunos tramos.

Cuando las ciervas comen reunidas en el bosque algunas de ellas vigilan con la cabeza levantada, el cuello estirado. Esas son las que graban con piedra sobre la piedra. El guía dice. Luego calla.

A veces hace titilar la linterna. Como sería con las lámparas de tuétano. La roca despierta. Las sombras giran sobre sí mismas tras las estalactitas, en los bordes de las coladas de calcita. Asoman de las oquedades, descienden de los techos.

Siempre han estado aquí. Los caballos, las ciervas y los uros. Los bisontes.

Después la oscuridad. El silencio.

Roto por las gotas de agua, cayendo desde hace millones de años. Una y otra vez. Grabando la roca. El tiempo.

Huesos hechos piedra. Piedra que parecen hueso.

La cueva se estrecha, siento en el casco el roce de la roca. Escondido, a la vista de todos, la silueta de un caballo en el corazón de la montaña.

Desde la más profunda oscuridad el aliento del agua. El frío cristalino de una sola gota de agua atraviesa justo ahora los doscientos mil años que me constituyen.




En la humedad de la roca las ciervas atisban algo que se nos escapa. Los caballos salvajes miran este instante en el que todos nosotros habitamos esta cueva. A plena oscuridad.

Todas nuestras hazañas y desdichas. Todos los niños y los muertos. La luz entera.

¿Dónde están las palabras que lo contaron? ¿Serían como estas? ¿Titilaban?

Grabando el aire con el aire.

En el corazón de la montaña habitan todas las palabras. Las que no es necesario nombrar.

Un apunte, un haiku, para reconocer en la roca lo que siempre estuvo allí. Su temblor.

Una gota de agua sobre la piedra. Todo el silencio que llega después.





frente a la boca de la cueva
unas sobre otras 
las húmedas hojas de otoño







Caballo grabado. Cueva Hornos de la Peña. Cantabria. 













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