Me encuentro justo en el borde
de 32000 años. Hace más de 32000 años alguien, en la profundidad de una cueva, colocó un cráneo de oso sobre una roca. Aún
sigue allí.
En el anuncio que vi a cuenta
de eso del fin de semana de los museos decía algo así como que el Investigador y artista plástico, Gilles Tosello, disertará
sobre 'La cueva Chauvet: Arte Prehistórico para el siglo XXI'. Gilles Tosello
es investigador asociado al laboratorio TRACES - Centre de Recherche et d'Etude
pour l'Art Préhistorique (Centre Cartailhac), en Toulouse, Francia. Y ameno, simpático y cercano tipo, añado yo.
Hablando un español esforzado que uno tiene casi que completar en cada frase.
Apenas
veinte personas en una sala pequeña, a la luz tenue de las diapositivas. De la
oscuridad de la sala a la oscuridad de la cueva. Alguna tos, algún murmullo
inoportuno. Me acerco, lo que puedo, nada, estirándome en la butaca hacia la
luz de las fotos, hacia la oscuridad profunda de esa montaña.
Chauvet.
Quizá junto con Lascaux, más al oeste, formen el sumun del arte paleolítico en el sur
de Francia. La más antigua de Europa con esa calidad y profusión de paneles y
representaciones de animales. Más de 32000 años. En realidad, para nuestro
efímero sistema mental, es casi imposible digerir y procesar esas montañas de años. Bueno, las montañas en
general.
En
el corazón de la montaña, en su vientre calizo, como uno de esos tesoros míticos
guardado por los enanos, habitan todavía manadas de caballos salvajes y rinocerontes lanudos (parece el nombre un
peluche, pero no), de uros y bisontes
acechados por leones de las cavernas. Y manos humanas. Silueteadas o formando
ellas mismas siluetas de animales. En esa cueva, en esa cueva que es hermosa en
sí misma, plagada de estalagmitas y estalactitas, y formaciones minerales de
colores.
Uno,
como las montañas, tampoco puede procesar ni digerir una naturaleza formidable
en la que uno es uno más. Qué sentirían aquellos que fuimos ante tal despliegue
de fuerza, de misterio y belleza. ¿Pintarían en la oscuridad para representar
aquello que no comprendes? O para simplemente presentar, como nosotros con los
haikus, un mundo que te avasalla por todos los lados. Que te avasalla hasta que
te rindes a sus pies de aire, de agua y caliza.
Pies.
Todavía allí, las pisadas de los osos y los leones. De un humano. Solo uno.
Sobre el barro todavía húmedo. Qué humedad esa de milenios. Un barro tan
delicado que ya no lo pisamos. Nosotros, tan efímeros, podemos destruir con
nuestra mera presencia, sin ni siquiera darnos cuenta, lo que miles de años de soledad han guardado
sin más.
Tosello
explica la ingente labor de recrear la cueva original, no visitable, en otra
construida artificial construida cerca. Cada roca, cada marca, estalagmita y
estalactita. Cada pintura. Me recordaba a la Neocueva aquí junto a Altamira. Pero
a lo grande. Al hombre se le nota el entusiasmo en cada frase. Explica
profundamente pero sin tecnicismos toda la labor llevada a cabo. Todo el
detalle casi obsesivo en cada trazo. El orden en el que fueron pintados los
paneles, las técnicas con los carbones vegetales de pino negro (lo recuerdo
porque inmediata e irremediablemente volé con mi imaginación a los pinos negros,
magníficos, entre la nieve de las montañas de mi tierra, qué cosa la mente, efímera
o no). Explicó cómo el propio proceso de recreación propició la investigación,
el descubrimiento, por esa exigencia en el detalle, en la observación.
Yo
no sé, pero mi mente otra vez, qué volandera, será por la oscuridad, aterrizó
esta vez en el haiku. Pensé en la misma exigencia en el detalle y la
observación. En la inexcusable presencia. Cómo el escribir haiku, presentando
el mundo, nos hace presentes sin paliativos. En la obligación del trazo puro,
preciso, como la silueta de un pino negro sobre la nieve.
Uno
de los paneles, le llaman el de los leones, representa a un grupo de bisontes
que huyen del acecho de una manada de leones. Es una escena de caza y se nota
que el autor se ha esforzado en presentar todo el movimiento y tensión del momento.
Aprovechando las formas de la propia
roca esos bisontes trazan una curva en su huida y parecen salir de la pared en
dirección al espectador, a nosotros. Nosotros, que miramos a los leones, que miran a los bisontes que nos
miran. No pude por menos que imaginar a ese hombre allí pintando a la luz de un
pequeño fuego, en el oscuro corazón de la montaña, esa escena. Sentí un escalofrío.
El mundo nos está mirando. No deja nunca de observarnos mientras nosotros los
contemplamos.
Al
salir del museo, a la luz aún tibia de la tarde, un sopetón de ruidos olores trajines.
Gente de compras o junto a los escaparates, adolescentes pegados a sus móviles,
vociferios de la campaña electoral, terrazas, bares con gente dentro y gente
fuera. Gente y más gente. Y las cosas de la gente. Todavía con el corazón a media
luz no podía dejar de pensar en osos caminando a tientas, puliendo las paredes
al pasar rozándolas una y otra vez a lo largo de los años, en la oscuridad de la cueva. En el ser humano que trazó con su dedo la
silueta de un búho sobre el barro. Hubiese dado 32000 años de mi vida por haber
podido conocerle. Y trazar siluetas sobre el barro o la arena mojada de una playa.
Y dejar la concha vacía de un caracol marino sobre una roca. Y que allí
siguiera, sin más, miles de años después.
Es
curioso, pero pocas veces me he sentido tan cercano a mis congéneres como al salir
la otra tarde del museo. Huellas en el barro o sobre una pantalla de móvil. Un
boli o el carbón vegetal de un pino negro. Dedos manos pies pasos… Por un momento no supe si caminaba hacia mi
casa o hacia el profundo y oscuro corazón de la montaña. No supe si era yo
quien miraba este mundo formidable o era él quien me observaba a mí, justo aquí,
al borde de 32000 años.
32.000 años en una cueva oscura... en un universo lleno de estrellas...
ResponderEliminar_/\_
Gracias Gorka. Y ahí (aquí) seguimos... :)
EliminarUn abrazo grande
Es una delicia perderse en tus relatos y en tus haikus, gracias maestro.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Gracias a ti Leti, eres muy amable. Maestro maestro.... mmmmm.... Pintor de rinocerontes lanudos mejor :)
EliminarUn abrazo grande
Somos hoy ! y nuestra mente, efímera como nuestra vida, intentando abarcar todo lo posible del pasado, del presente... También dejaremos huellas que serán observadas, analizadas y quién sabe, tal vez dentro de milenios, no hayamos sido tan destructivos. Ojalá !
ResponderEliminarY en la vida siempre hay hilos invisibles que unen por aquí por allá las cosas. En la madrugada oí a alguien, que casi con certeza, aseveraba que aquel hombre en la cueva de Altamira, dibujando perfiles de bisonte, en ese silencio, acompañaría el momento... emitiendo alguna melodía. :)
Siempre el misterio de la mente presente.
Precioso, como nos tienes acostumbrados.
Besines
Gracias Mirta. Qué bien dicho y qué cierto. Yo también imagino a ese hombre silbando quizá, como yo mismo hago muchas veces mientras dibujo. En el silencio del corazón todo suena más claro y limpio. El mundo nos llama con su silencio, con un suave silbido....
ResponderEliminarUn abrazo grande