Con las sandalias en la mano. Caminando sobre el campo de margaritas que llega hasta el mar.
Aquí arriba, sobre el acantilado, pega el sol pero bien. Tiene algo de dulce languidez contemplar cómo vuelan las gaviotas, dejándose llevar por la brisa marina, arriba y abajo, como niños deslizándose sobre monopatines, sobre las olas. Parecen aupadas tan solo por la luz del sol. Una y otra vez.
La hierba es suave. El viento tibio. Si dejara deslizar mi pequeña mente sobre toda su blancura podría ahora mismo ver cómo crecen las flores.
Un milano traza círculos, enhebrando el aire justo sobre el borde del acantilado. Dos abubillas levantan de pronto el vuelo al borde del bosque que apunta detrás de las pequeñas dunas. Los zarcillos de la zarzaparrilla se enroscan sobre mismos abrazando el aire junto al viejo eucalipto seco. Qué grande es. Apenas ya un esqueleto que se deshace poco a poco en esponjosas virutas blancas junto a la senda costera. Siempre lo toco cuando paso junto a él. Es una atracción extraña y triste. Suave.
Las flores crecen. Ya está. Siempre. En algún lugar las flores están creciendo, siempre. Dejar crecer las flores. No hacer nada más.
Un cormorán cruza volando frente a mí, casi roza las pequeñas olas azules.
A veces, cuando la luz es la correcta, no puedo evitar pensar-recordar en mí mismo ascendiendo despacio una cuesta no muy pronunciada que lleva a un templo en lo alto de la montaña. Atravieso con delectación las luces y sombras que los esbeltos y altísimos cedros japoneses que cubren la ladera producen sobre el camino.
Nunca he sabido si lo soñé o lo leí en alguna parte. Hace tiempo.
Quizá siempre haya tenido vocación de extranjero. En el fondo, de mí mismo. A veces me pregunto qué hubiese sido de mi vida en otra vida. ¿Estaría ahora mismo aquietando palabras para no ser pronunciadas, sobre un papel iluminado por el sol?.
Escribir. Sentir que comienzo algo, que devano vanamente un zarcillo que se enrosca sobre sí mismo abrazando el aire, la luz, la nada.
Una pareja de azulones levanta el vuelo sobre el mar. Uno de ellos gira levemente y toca el agua con la punta de un ala.
Si pudiese estar sin más... Sin un solo pensamiento atornillando mi mente a la madera muerta, a la estupidez. Sin el mínimo rastro de un recuerdo enroscando cada momento presente a la arena que arrastró el viento. Sin voluntad. No la quiero. Ni una pizca. La escuálida voluntad que poseo solo me llevó lejos de mí mismo y de lo que debiera haber sido.
Solo ser una esponja marina. Algo primitivo. Algo sencillo y quieto, más agua que sí mismo.
Palabras junto al mar. Para no ser dichas. Solo escribir y lanzarlas al mar. Sacarme de mí mismo y volver al agua.
Contemplar cómo las gaviotas flotan en el aire, dejar que el sol brille, que las flores crezcan.
Maravilloso Momiji, muy entrañable, cualquier linea que se lea uno queda tocado.
ResponderEliminarMuchas gracias, abrazos.
Gracias a ti. De verdad.
ResponderEliminarBesos