Parece que estemos en el interior de una criatura fabulosa. Algo orgánico. La piedra, fluyendo sobre sí misma, precipitándose hacia la oscuridad de la cueva.
El Castillo. La cueva prehistórica y el monte que le da nombre. Arriba. En la ladera cubierta de árboles.
Esta mañana, al despertar, no sabía dónde estaba. Soñé tan vivamente que era niño y estaba en mi casa de niño... con mis padres… Olía tan realmente a esa casa…. No recuerdo el tiempo que hacía que no olía ese olor…
Sentado en el suelo, estuve mirando las plantas del jardín. A ras de suelo. Su no-movimiento, a mis ojos. El verdor penetrando en el verdor. Después recordé la cueva. No sé por qué.
El oscuro eco, constante, de las gotas de agua filtradas de la montaña. Estalactitas, estalagmitas, formándose. Gota a gota, milenio a milenio. Los charcos en el suelo, en los que no me reflejo.
Camino al sol de la mañana. Dejándome arrastrar, un poquito, por el viento cuando sopla más fuerte. Sentir mi vida como algo que fluye, naturalmente. La extraña sensación de que otro es el que me lleva. Alguien que habla con los gatos y acaricia las flores.
Sin saber por qué.
Qué verdes son los valles aquí. Justo a la salida de la cueva. Las montañas cubiertas de nieve. El cielo. Parece como si algo aguardara.
Con todo el tiempo del mundo. Todo en el que el mundo ha sido.
El tiempo y el agua. Y la piedra.
Casi de noche, un azulón inmóvil sobre un charco del prado. Su reflejo. El canto de los sapos parteros cada vez más intenso, cada vez desde más sitios.
El tiempo y el agua. Mi vida, que fluye.
Hay algo… Algo inevitable... Como seguir con la mirada los giros de un milano en el aire. Como caminar haciendo equilibrios sobre un bordillo cuando nadie mira.
Los ciervos y los bisontes. Los caballos salvajes. El ocre rojo sobre la roca. El sonido de la oscuridad. Gota a gota, fluyendo en el interior del inmaculado corazón de la montaña.
Cuando era niño y el mundo también lo era, pensaba cosas de niño. Y olía como los niños saben oler. El mundo que se estaba construyendo entonces. El mundo que alguien dibujaba en la oscuridad. Un mundo hecho de tiempo y agua. Y piedra. Y sueños.
Sin saber cómo ni cuándo. Sin saber dónde.
El Castillo. La cueva prehistórica y el monte que le da nombre. Arriba. En la ladera cubierta de árboles.
Esta mañana, al despertar, no sabía dónde estaba. Soñé tan vivamente que era niño y estaba en mi casa de niño... con mis padres… Olía tan realmente a esa casa…. No recuerdo el tiempo que hacía que no olía ese olor…
Sentado en el suelo, estuve mirando las plantas del jardín. A ras de suelo. Su no-movimiento, a mis ojos. El verdor penetrando en el verdor. Después recordé la cueva. No sé por qué.
El oscuro eco, constante, de las gotas de agua filtradas de la montaña. Estalactitas, estalagmitas, formándose. Gota a gota, milenio a milenio. Los charcos en el suelo, en los que no me reflejo.
Camino al sol de la mañana. Dejándome arrastrar, un poquito, por el viento cuando sopla más fuerte. Sentir mi vida como algo que fluye, naturalmente. La extraña sensación de que otro es el que me lleva. Alguien que habla con los gatos y acaricia las flores.
Sin saber por qué.
Qué verdes son los valles aquí. Justo a la salida de la cueva. Las montañas cubiertas de nieve. El cielo. Parece como si algo aguardara.
Con todo el tiempo del mundo. Todo en el que el mundo ha sido.
El tiempo y el agua. Y la piedra.
Casi de noche, un azulón inmóvil sobre un charco del prado. Su reflejo. El canto de los sapos parteros cada vez más intenso, cada vez desde más sitios.
El tiempo y el agua. Mi vida, que fluye.
Hay algo… Algo inevitable... Como seguir con la mirada los giros de un milano en el aire. Como caminar haciendo equilibrios sobre un bordillo cuando nadie mira.
Los ciervos y los bisontes. Los caballos salvajes. El ocre rojo sobre la roca. El sonido de la oscuridad. Gota a gota, fluyendo en el interior del inmaculado corazón de la montaña.
Cuando era niño y el mundo también lo era, pensaba cosas de niño. Y olía como los niños saben oler. El mundo que se estaba construyendo entonces. El mundo que alguien dibujaba en la oscuridad. Un mundo hecho de tiempo y agua. Y piedra. Y sueños.
Sin saber cómo ni cuándo. Sin saber dónde.
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