“Cae la nieve. Cae sobre ese solitario cementerio en el que
Michael Fury yace enterrado. Cae lánguidamente en todo el universo. Y
lánguidamente cae como en el descenso de su último final. Sobre todos los
vivos, y los muertos.”
Dublineses, The Dead en el original, peliculón de John
Huston. Recuerdo perfectamente la escena final. Me llegó, me llegó... Gretta sollozando mientras recuerda a su amor
adolescente, el sensible y enamorado Fury de ojos oscuros y voz clara. Recuerdo
a Gabriel, su marido contemplándola “Qué pequeño papel he representado en tu
vida, es casi como si no hubiera sido tu marido. Como si nunca hubiéramos
convivido como marido y mujer.
¿Cómo eras entonces?
Para mí tu cara sigue siendo preciosa, pero ya no es aquella por la que Michael Fury dio su vida.”
¿Cómo eras entonces?
Para mí tu cara sigue siendo preciosa, pero ya no es aquella por la que Michael Fury dio su vida.”
Y la nieve. Sobre todo recuerdo la nieve que cae… “cubriendo toda Irlanda. Cae sobre toda la
oscura llanura central. Sobre las colinas despobladas. Suavemente sobre los
pantanos de Allen, y más lejos, hacia el oeste. Cae suavemente sobre las
oscuras y revueltas aguas del Shanon”.
No sé por qué escribo esto ahora. En realidad debería estar en silencio. O cambiando mi avatar del Facebook, o rezando. No sé. Yo solo sé rezar
en silencio y con el silencio y mi avatar del Facebook suele ser una tontería
que no soy yo, como todas mis tonterías. Y eso quiero creer.
Ayer me desperté con la noticia. Y no supe qué hacer. Qué decir. Qué pensar. Cómo se pensará la nada... Ayer fui a la biblioteca
como casi todos los sábados. Ayer el sol resplandecía de una manera sincera,
ajena a todos nosotros. Como siempre. Allí seguí con mi lectura de los cómics
de Alfonso Zapico sobre Joyce. Me gusta su estilo directo y socarrón. Yo llegué a Joyce
por la película de Huston, lo confieso, y a Zapico por Joyce, esto no sé si hay
que confesarlo o no. Y quizá he empezado a escribir, cuando en realidad lo que
debería y anhelo es guardar silencio, por él. Y por mi amigo Luis Carril. Él no
dibuja pero su palabra es tan directa y socarrona como el trazo de Zapico.
Inteligente y claro como el perfil de un alfil negro.
Las tribus. Mi tribu, tu tribu, su tribu. Vaya declinación
patética, ramplona. Los ellos que ni siquiera son vosotros. Siempre ellos. Ahí fuera. Como círculos concéntricos nos
alejamos de lo que somos y los que nos importan para dejar de ser y de ver.
Guerra. La guerra. De nosotros contra ellos, de ellos contra
nosotros. Por qué siempre nosotros, los verdaderos nosotros, los muertos, nunca
nos enteramos de que estuvimos en guerra. Por qué nosotros, los que compramos
verdura en un mercado de Beirut o tomamos una cervecita en un café de París
nunca sabemos quiénes son ellos.
Después de mirar los periódicos sigo leyendo “La Ruta Joyce”
de Zapico. Por una claraboya entra la luz del mediodía, de un mediodía de un
noviembre increíblemente caluroso, en la biblioteca. Sentado en un sillón
estiro las piernas para que el sol no se vaya de mis pies. Recuerdo a Santôka y
su famoso haiku. Recuerdo las portadas en guerra de los periódicos. Quiero
volver a pensar en las sandalias de junco de Santôka, expuestas dulcemente a un
sol como este… no puedo…
Los recuerdos caen sobre los recuerdos, blandamente, sin
ruido, como la nieve. Hace un mes nació mi sobrino. El primero. Ekaitz. La
vida. Él, tan pequeño. Él, tan puro.
Recuerdo volver a casa del hospital, después de días de angustia
por los problemas, aquellos malditos problemas, y respirar. Por fin. Recuerdo
esa noche amar la vida como pocas veces la he amado.
Sí Luis, existimos en círculos concéntricos. Es amar lo
cercano lo que nos hace amar lo lejano. La vida, como el amor, no se puede
compartimentar. Es única y para todos. Sin gradaciones ni adjetivos. Esa noche
no hubiese sido capaz de matar un mosquito que me atravesara la piel aunque me picara
mil veces. Entiendo que Issa, con su
inmensa tragedia personal, solo fuese capaz de escribir un haiku cuando la picadura de un mosquito le atormentara la
noche entera.
Que dura es a veces la piel, y fría, como la nieve. Quizá
nuestra tribu necesite sentir el frío lacerante atravesar la carne hasta el
tuétano, como Santôka expuesto al camino, para saber. Para saber que nieva en París, y en Beirut,
sí, aunque nos parezca increíble, y en Ramala, y en el Congo y en….
Según escribo estas memeces pienso en los familiares, en la
tribu, y en su dolor. ¿Estaré relativizando sin darme cuenta? Si soy idiota es sin mala intención, como
todos los inocentemente idiotas. Tribu, banda, clan… ¿qué significaría todo eso cuándo las palabras aún no eran palabras? A veces pienso que personalmente
no he sido capaz de pasar del paleolítico. Este mundo me sobrepasa. Este periódico
mundo. Un idiota magdaleniense, eso es lo que debo ser.
La luz del sol se ha retirado de mis pies,
imperceptiblemente y sin ruido, como la marea. Alzo la mirada hacia la
claraboya. La luz.
A Joyce le gustaban los bares. Como a mí. Amo los bares y la
gente de los bares. Amo sus intrascendentes conversaciones y sus risas tontas.
Amo la fútil humanidad de ser humano. Mirando la luz atravesando la claraboya y
alejada de mis pies pienso en nosotros. Pienso en un tal Rashid, en un tal
Félix, charlando en una cafetería. Me gustaría conocerte. La verdad es que sí,
que me gustaría. Es donde deberíamos estar ¿verdad? Aquí, en París o en Alepo.
Mirando la luz del sol sin miedo a que cayeran bombas del cielo o los kalashnikov
aplacaran el son de la música, esa que a los dos nos emociona y nos deja sin
palabras. Cómo somos ¿verdad? Nosotros, los muertos, a los que nos gusta un
buen café y jugar con la nieve sin saber por qué, como cuando éramos niños. Como
dos idiotas hablando sin más. Nosotros con nuestras tribus y nuestro dolor.
“Piensa en todos los que alguna vez han vivido desde el
principio de los tiempos. Y en mí, transeúnte como ellos, fluctuando también
hacia su mundo gris. Como todo lo que me rodea. Este mismo sólido mundo en el
que ellos se criaron y vivieron se desmorona y se disuelve.”
Dublineses. Qué bueno. Mientras vuelvo a casa siento todo el peso de
las horas que caen como piedras. Imposible volver a levantarlas de la tierra.
Como lápidas que pasan. Dublineses en el año 14 del pasado siglo, al filo de la guerra
que acabaría con todas guerras. Ceniza. Solo son-somos ceniza. Nieve una mañana de
marzo. Nada.
Debería estar callado, en silencio, o cambiar mi avatar, o rezar. Pero duele. Y solo
escribo. Vaya. A veces me pasa. Y no sé por qué. Una vez alguien me dijo: escribe.
Escribe como terapia. Escribe para que el dolor no quebrante tu espíritu.
Solo sé escribir haiku y seguir caminando, decía Santôka.
Con su sombrero de junco y sus sandalias raídas. Yo tengo un sombrero de junco
en casa, de cuando anduve sin mucho rumbo por el Kumano Kodô. A veces me lo
pongo, me miro al espejo, y lo vuelvo a
colgar. Y sigo. Caer, dejarse caer, delicadamente. Como la nieve.
Dublineses. Europa es un gran pequeño Dublín al borde del
14. Anquilosado y frío. Niños. Somos niños desorientados, jugando, de piedra en
piedra sobre la corriente.
Y esto cada vez se parece más a uno de esos monólogos del
Ulises que siempre acabaron venciéndome.
Vuelvo a casa y en la tele la noticia. Al final la
saturación de testimonios y crueldad y desesperación y tristeza y sangre y
horror y no saber qué por qué para qué es tal que cambio de canal. Busco y
busco hasta dar con un pescador de pelo cano al borde un río marrón. “Monstruos
de río”. Qué paradójico, pienso. Llamar monstruo
a los peces de tez plateada y ojos de agua. Qué pensarán ellos de
nosotros, desde su mundo en silencio y misterioso.
¿Será egoísmo? ¿Será supervivencia? No quiero saber más. No
quiero hablar más. No quiero más ellos ni nosotros.
La nieve. La nieve… Recuerdo una noche en Nagasaki mirar al cielo de la noche buscando los copos que caían desde la oscuridad. Todavía en el aire los mantras de los bonzos… Y una mañana, justo antes de Año Nuevo, caer sobre el bambú, combándolo con su frío peso hasta separarlo del muro, en el templo donde yo vivía en silencio, blanco y ligero.
La nieve sobre Dublín, sobre París, sobre Beirut… solo el
hombre cuando no es tal puede hacer que la nieve deje de ser blanca y en
silencio. Solo nosotros cuando no somos nosotros somos capaces de no reconocernos
como tales. Solo los idiotas como yo alargan
un poco más la tibieza del sol sobre los pies, estirando las piernas, mientras leen
un cómic sobre Joyce y el mundo gira sobre sí mismo ajeno a todo. Como el sol.
Gretta escucha una canción mientras baja la escalera al
acabar la fiesta en la casa de las hermanas Morkan. Mientras la nieve cae
afuera. Es “La doncella de Aughrim”, la canción que Michael Fury entonó para
ella una semana antes de morir. Gretta escucha absorta, literalmente fuera de
ella misma, fuera de esa Gretta que ya no es aquella, adolescente. Y sin
embargo algo queda…. algo. Como el olor a nuevo después de que se funda la
última nieve.
Pobre Gretta, pobre Michael, pobre Gabriel. Pobres todos
nosotros…
a punto de romperse,
el brillo de la nieva
sobre el bambú
a punto de romperse,
el brillo de la nieve
sobre el bambú
Artículo publicado en Japonismo: Sayōnara Kioto http://japonismo.com/blog/sayonara-kioto
Artículo publicado en Japonismo: Sayōnara Kioto http://japonismo.com/blog/sayonara-kioto
Sigue escribiendo, y compartiendo esos sentimientos que quieren ver la luz del sol.
ResponderEliminarEsta noticia a mi me sorprendió el viernes a la noche. No me puedo recuperar de ver tanto horror.
Felicitaciones por tu sobrino. Son maravillosos.
por fin has vuelto a publicar.....
Pues me temo que no tengo más remedio. Es lo que me sale, no hay opción. Escribir y caminar.
EliminarGracias Karin por estar siempre ahí.
Besines
Me entristezco con tu tristeza... que es la mía también. Me alegra tu alegría de ser tío... pienso y siento tus palabras tan cercanas, tan conmovedoras... Dios te bendice mi querido momiji con ese sobrino... el nacimiento de un alma pura, ese milagro de amor, esa felicicidad aquí y ahora, en este mundo donde la vida es también muerte, dolor y sufrimiento... Gracias senseiami por ser como eres... por escribir tus sentires y compartirlos con nosotros. Aprendo de tus silencios, de cada una de tus palabras... cocuyo en la oscuridad que devela un claro y que a veces titila bajo la cobija, del lado oscuro de la luna.
ResponderEliminarUn abrazo tan grande... que no me cabe aquí.
mai
Gracias amiga mía. Si yo soy como soy es gracias a buenas personas buenas como vosotros.
EliminarMe llega ese abrazo tan grande que no cabe aquí, tan ligero y claro que llena el aire.
Besos
Eliminar_/\_
_/\_
ResponderEliminarUn abrazo tomodachi! :)
EliminarUffff!!! Cómo me quedo Mo... Qué bien transmites ese estar sin estar. El ser diluido en un todo caótico que anhela paz y belleza. Gracias..._/\_
ResponderEliminarGracias a ti. Eso es lo que anhela el ser sí. Lo que de hecho es. No puede ser otra cosa que paz y belleza, aunque a veces nos empeñemos en no darnos cuenta.
ResponderEliminarBesos