El camino hacia la tormenta es fácil. Se prolonga blanco, recto como una flecha, delante de nosotros hasta más allá de donde alcanza nuestra vista.
El
camino comienza hoy, tan blanco, en esta primavera que parece otoño, a veces
invierno.
Nubes,
claros, claros, nubes… las cimas nevadas de la sierra brillan cuando la lluvia
que se mueve sigue también su camino. A veces una alondra canta en el aire,
aletea sin parar, sube, baja, baja, sube… y su canto va y viene con el viento.
Caminamos
solos, ligeros a pesar de las mochilas, con la blancura de un camino por
estrenar. Los grandes robles, tan quietos, con las ramas extendidas al cielo
cuajadas de musgo. A veces hablamos, a veces no. Cuando el viento llega hace de
nuestras palabras viento. Y parece que alguien nos sigue, o nos acompaña.
Un
paso, otro. Y otro. Y las vacas tumbadas en un prado nos miran pasar sin dejar
de rumiar. Reímos y hacemos como que rumiamos muy serios. Y volvemos a reír.
Una pareja de patos levanta el vuelo de pronto. Trazan una curva en el aire
limpio de la mañana... “¡hasta la vista, buen camino!” Salimos del camino y nos acercamos al lugar
de donde salieron. La tierra húmeda se expande bajo nuestros pies. Y brilla.
Comienza
a llover. Otra vez. El chubasquero no me cubre entero. Ella ríe. Yo trajino con
la capucha, la mochila… y el olor de los pinos y el espliego bajo la lluvia nos
envuelve. Y una alondra sigue cantando en algún lugar mojado del cielo. Su
canto… más allá del sol o la lluvia, de las nubes o los claros. Pienso en su
diminuto corazón incansable. Tan puro como este olor, como esta luz que no es
lluvia ni sol, invierno ni verano.
La
lluvia es breve. Justo antes de que el camino se meta en un pinar un ave grande
que parece una cigüeña pero no lo es sobrevuela en círculos sobre nosotros.
Dos, tres veces, y se va. Qué será… “yo creo…”, “pues yo creo…” Nosotros
creemos, nosotros somos. Silencio. Ahora sí solo silencio caminando ente los
altos pinos. Una cierva salta entre las espesura, apenas un instante su cola
blanca y desaparece. Nos detenemos. Recojo una pequeña piña para llevar a la
Cruz de Hierro. No hablamos. No hay nada que decir. La nada no se dice.
De
nuevo en la llanura, de nuevo la tormenta delante de nosotros. Aquí no hay nada
ni nadie salvo el cielo y la tierra. No hay nada y está todo. Bajo la lluvia
fina, ella come un cacho de bocadillo. Quedó de ayer. No quiere detenerse,
sigue caminando. Como la alondra que canta entre la lluvia, aleteando con su
salvaje corazón.
Perplejos
ante el camino que nos lleva solo cabe aceptar. Contemplamos las primeras
flores y el trigo joven. Contemplamos el relámpago que nos estremece y el olor
a tierra mojada. Contemplamos el sonido de nuestros pasos sobre el camino y la
frescura de la lluvia en los labios. Contemplamos… ¿qué? Verdaderamente… ¿qué
es esto que estamos contemplando? ¿cuál es su nombre?
Es
fácil caminar hacia la tormenta. Es fácil. El camino sigue. El camino, tan
blanco, se extiende hasta más allá, lejos, más lejos que el lugar en donde cantan
las alondras.
Nubes,
claros, claros, nubes… lluvia, sol….
sin poder evitarlo
el silencio del corazón
tras la lluvia
Camino de Santiago, Abril - Mayo 2012
Si poder evitarlo una sonrisa tras la lectura...
ResponderEliminar:)
Gracias Félix _/\_
Sin poder evitarlo, el silencio del corazón tras tu haibun. Un abrazo, compañero.
ResponderEliminarHermoso, Félix.
ResponderEliminarLas palabras de tu haiku lo condensan todo: silencio, corazón, lluvia...
Gracias por pasar por "Hojas de Haiku" y detenerte.
Un abrazo otoñal, amigo.