"No tiene ningún sentido ir más allá, estos son los límites del cultivo"
Así decían, y así lo creí. Aré mi tierra y sembré mi cosecha.
Y construí mis graneros y mis cercas en el pequeño puesto fronterizo.
Escondido al pie de las colinas donde se agotan y detienen los senderos.
Hasta que una voz, tan mala como la conciencia, sonaba diferente una y otra vez.
Un eterno susurro repetido día y noche.
"Hay algo escondido. Ve y encuéntralo. Ve y mira detrás de las montañas.
Hay algo perdido detrás de las montañas. Perdido y esperándote. Ve."
J. R. Kipling
Apenas a una hora y media caminando desde mi casa, detrás de la montaña, las ciervas pintadas en la profundidad de la cueva.
Hay algo escondido aquí, en el interior vacío, enorme, de la cueva, al pie del arroyo que fue, que la atravesaba hace decenas de miles de años.
Cuenta la guía que a veces vuelve. El agua. Con la lluvia incesante que cada muchos años anega la montaña. Vuelve el agua y vuelve su rumor.
Hay un tiempo de los hombres, hay un tiempo de las montañas.
Una vez, no lejos de aquí, sentados en las rocas frente al mar, mi padre me dijo que imaginara al mar retirándose de allí, mostrando el fondo. “Qué habrá ahí”. Lo decía muy serio. Mirando muy lejos.
Sonaba diferente entonces. Hace ya tiempo. En el tiempo de los hombres.
Hubo un tiempo, en el tiempo de las montañas, en el de las ciervas salvajes, en el que el mar estaba bastante más lejos que ahora. Hubo un tiempo, hace un instante, en el que sonaba diferente el eterno rumor del agua.
En las apacibles tardes de verano en las que mi padre y yo contemplábamos las ciervas más allá del agua. En lo profundo. Unas comían. Otras levantaban la cabeza.
Antes de que el mar se acercara a la montaña. Antes de que el arroyo callara.
El agua que llega, que se va. Sin aviso. Sin pesar.
La obstinada llamada. Día y noche.
Llenas de agua, nuestras huellas en el interior de la cueva.
¿Hacia dónde miran las ciervas? ¿Qué ven? Hay algo perdido aquí dentro, Aguardándonos. Detenidos todos los senderos. Agotado todo esfuerzo.
Cada gota de agua, cada silencio que la sucede, apunta hacia el corazón de la montaña. Al misterio que la sostiene. Indistinguible. El agua que aguarda en las raíces de la montaña, del mar.
En lo profundo.
Me esperaban, llamando en silencio día y noche, apenas a una hora y media caminando desde mi casa, detrás de la montaña. Las ciervas salvajes.
Me esperaban, y yo no lo sabía.
Ciervas pintadas. Cueva El Pendo, Cantabria.