Tu palabra es una lámpara para mis pies. Guíame, luz bondadosa, en medio de la oscuridad circundante. Guíame.
La noche es oscura, y yo estoy lejos de casa. Guíame tú, para seguir.
Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz. La luz es conocimiento. La luz es vida. La luz es luz.
En algún lugar de Market St., San Francisco, entre entonces y ahora, recuerdo las palabras de las personas amadas, que son, que fueron. Que están. Ahora, bajo la atenta mirada de las lechuzas de luz. En Navidad.
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Como cuando echa la semilla en la tierra y se va a dormir. Y pasa la noche y el día. Y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo.
Me ha venido a la memoria. Tras el chasquido de la piña que trajimos del bosque. La que recogimos junto a la cueva prehistórica. Estaba bien compacta entonces, perfecta, como recién dejada por alguien sobre la hierba.
Desde ese día se va abriendo poco a poco. Inesperadamente. El chasquido solo le he escuchado otra vez. El día en que me di cuenta de lo que era. Mientras estaba escribiendo algo que ya no recuerdo.
A veces, cuando no puedo dormir, pienso en la piña abriéndose en la oscuridad de la noche. Sin que nadie mire, sin que nadie escuche. En todas las cosas dejadas por nadie sobre la tierra. Perfectas. Abriéndose poco a poco a lo que son. Imperceptiblemente. Sin que nadie sepa cómo.
Como la luz de la tarde. Sobre la roca. Al final del viaje. De pronto, como la luz de la tarde la luz de esta mañana, llenando poco a poco con su calor la pequeña plaza junto a la iglesia bizantina.
¿Por qué fluye ahora aquello que no tiene nombre? ¿Dónde está la fuente de la que mana? Ahora. Justo en el momento en el que todas las cosas son. Y puedo verlas.
No hay esfuerzo, no hay intención.
Como la luz de la tarde la luz de esta mañana. Sobre la hierba todavía blanca de los prados. Qué frías las hojas de hierbabuena. Qué trasparente su olor. Su delicado brillo bajo el primer sol de la mañana.
De vez en cuando el vaho junto al hocico del poni. Qué quieto. Qué peludito. Sobre su costado apenas el movimiento de una delgada sombra. Ramitas de un árbol joven.
La ligereza de un murmullo en el arroyo, de todo lo que con él va… Sin más. El arroyo…
Al final del viaje. La luz de la mañana. Algo que fluye, algo que se muestra y se esconde. La blancura de las columnas de más dos mil años sobre la roca, de las ramas de los abedules extendiendo su brillo más allá del agua.
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