Me
acosté sin componer poesía pero no pude dormir. Recordé el poema chino sobre
Matsushima que Sodo me regaló al abandonar mi choza. También Anteki Hara me
había dedicado un tanka con el mismo tema. Abrí mi alforja e hice de esos dos
poemas los compañeros de mi insomnio. Había también los haiku de Sampu y
Dakushi.
Es extraño no saber quién eres cuando te reconoces
en todas las cosas. Matsushima. Si una palabra llenó todas mis horas durante un
tiempo, de sueño y sueños, esa fue Matsushima, “las islas de los pinos”.
Es extraño recordar a Bashô recordando. Aquí,
donde él mismo se acostó sin componer nada, como yo. Hoy, más de cuatrocientos
años después, él es mi compañero de insomnio…
Él y Takano sensei, y el señor Sato, y Hasekura y
toda su samurái amabilidad…. Y Matsushima…
y todas estas cosas.
No puedo dormir. A cada vuelta en mi futon noto el
aroma del tatami que cubre el suelo. No resisto la tentación de extender un
poco el brazo y rozar su tersura con mis dedos. Frío y suave. Recuerdo la
kaza-hana, la nieve ligera como pétalos de flores que arrastra el viento del
invierno, que caía cuando llegamos este mediodía a Matsushima. Me recuerdo a mí mismo almorzando en la
posada donde se hospedó Bashô la noche que pasó aquí, después de visitar Ojima.
Pobre Bashô, con ganas de visitar a los eremitas que habitaban allí y detenido
en seco por la luz de la luna.
Regresé a la playa y me hospedé en su
parador. Mi cuarto estaba en el segundo piso y tenía grandes ventanas. Dormir
viajando entre nubes, mecido por el viento. Extraña, deliciosa sensación.
Ese parador se llama hoy Tsukimi no Yakata, la posada para contemplar la luna, y sí, desde
sus ventanales se contempla la bahía de Matsushima con su infinidad de islas,
formas, colores, sombras y luces, y nubes…
Dormir viajando entre nubes, mecido por el viento…
Amigo Bashô... qué cosas dices… qué bien que estés aquí ahora, conmigo….
insomne, envuelto en el aroma del tatami.
Esta tarde, esta tarde… sobre otro tatami, el del Kanran-tei, el pabellón para ver las
pequeñas olas, te prometo querido amigo que sentí cómo una nube se deshacía
dentro de mí hasta convertirse poco a poco en fina lluvia silenciosa.
Cuántos haikus, cuántos discípulos, amigos, colegas,
del maestro Takano, pasaron junto a mí, atravesaron mi alma, allí mismo, en el
pabellón desde el que se contempla el suave ondular de las olas.
Pero aquella ola... aquella maldita ola, amigo mío, que
se llevó amigos y familiares, historias y hogares, que se llevó todas las
cosas.
Descalzo sobre ese tatami, tan frío y suave como
los pétalos de nieve, escuché emocionado cada haiku que aquella buena gente de
Tohoku había escrito para mí. Para mí, amigo mío, para mí… No sé qué “mí” es el
mío cuando con el corazón sobre la mano, en cada haiku y en cada kanji, un
ancianito te dice que tiene que vivir por sesenta. Por las sesenta personas que
perdió aquella mañana… Te juro amigo mío que aquel haiku sobre mi mano era de
un peso tan profundo y ligero como el blanco corazón de la nieve.
Como a ti, a mí también me hubiese gustado conocer
mejor a aquellas personas, aquellas buenas personas buenas, que estuvieron allí
aquella tarde para homenajear a mi “yo” más pequeño y conmovido, a mi “yo” más
descalzo y transparente sobre el tatami más suave y frío junto al suave ondular
de las pequeñas olas de Matsushima. Como a ti a mí también me detuvo la luna.
Otra luna…
Insomne, viajero, nube, sin saber qué decir.
Extraña sensación la de no saber…
Fue solo un momento. No sé por qué pero en un
momento dado, después del acto de homenaje, me quedé solo en la sala. Quizá porque pasé
rato colocando todas las tablillas con los haiku y dibujos que me habían
regalado, allí frente a las magníficas pinturas murales con fondo dorado de más
de cuatrocientos años. Me volví y estaba solo. Frente a mí las tazas vacías de
té matcha sobre las bandejas de madera, más allá las puertas shôji abiertas al
exterior, y más allá el suave, muy suave, rumor del oleaje. Mis dedos, sin
saber por qué, sin resistirse a la tentación de quien se mece en el viento,
rozaron despacio, muy despacio, la tersura, fría y suave, del tatami…
llegando
del mar
renace
de isla en isla
la
luz del alba
*Los dos párrafos en cursiva son palabras de Matsuo Bashô. Sendas de Oku en la versión de Paz y Hayashida.
* Kanran-tei "el pabellón para ver las ondas del
mar" fue originalmente una casa de té en el castillo de Hideyoshi Toyotomi
en Fushimi-Momoyama, cerca de Kyoto. Ofrecida como regalo a Date Masamune en el
siglo XVI , la trasladó y reconstruyó en su mansión de Edo. Su hijo Tadamune,
el señor feudal siguiente, ordenó que se trasladara a su actual ubicación junto
al borde mismo del mar, frente a la bahía de Matsushima, insistiendo en
que ni uno de los pilares de piedra se alterarse en el proceso. Las pinturas,
realizadas por Sanraku Kano, directamente sobre las paredes, están declaradas
Bien Cultural Importante de Japón y aún brillan con todo su esplendor frente a
la bahía de Matsushima.