Hay un barco, un tiempo, que no sabe de confinamientos. Los confines de ese mundo aguardan siempre a ser explorados.
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28 abril 2020
navegando
Cuando no puedo caminar navego.
Hay un barco, un tiempo, que no sabe de confinamientos. Los confines de ese mundo aguardan siempre a ser explorados.
Hay un barco, un tiempo, que no sabe de confinamientos. Los confines de ese mundo aguardan siempre a ser explorados.
26 abril 2020
contando pájaros
Primer
muestreo. 26 Abril a las 9:21
Un ejemplar entra en mi campo de visión a unos cuarenta
metros de altura rumbo noroeste sureste. Al llegar a la altura del edificio
alto blanco comentado ayer ha dado una vuelta en espiral sobrevolándolo. Solo
una porque en ese momento ha aparecido con el mismo rumbo otro ejemplar y
ambos, uno detrás de otro, se han dirigido precisamente hacia la zona de los
antiguos escolapios mientras perdían altura. Se confirma pues la posible
zona de anidamiento en esa zona.
Contando pájaros. Voluntariado organizado por la SEO-Birdlife para realizar este fin de semana un censo de cernícalo vulgar en la ciudad.
Acompañado
de su padre, un niño de unos seis o siete años recorre con su patinete la acera
del otro lado de la calle. Parece inseguro, parece contento. Su padre también.
Vacilante traza curvas cada vez más cerradas hasta tener que parar. Casi se cae
al suelo.
Hacía mucho
que no veía niños en la calle. Cuánto. Cuántos días. Espirales de tiempo que no
soy capaz de sobrevolar. Hay algo de antinatural en una ciudad sin niños. Como una
primavera sin pájaros.
Primavera
sin primavera.
Segundo
muestreo. 12:05
Una pareja
de cernícalos sobrevuelan en círculo el edificio blanco antes mencionado.
Ganando altura y ampliando el radio de los círculos se han ido desplazando poco
a poco hacia el noreste. A algo más de altura he podido ver a otros dos
ejemplares, también trazando círculos aunque algo más erráticos.
Al final los
he perdido a todos de vista hacia el noreste, cuando han salido de mi campo de
visión. Al menos uno reclamaba de vez en cuando. Se le oía perfectamente en el
aire del mediodía.
Había algo de
Día de Reyes en la calle. Los niños en la calle, pocos, parecían celebrar algo.
Algo nuevo y bueno. Algo había en ellos que parecía tomar altura, un poco a
tientas, sin saber. También en sus padres.
Espirales en
el aire. Trinos de pájaros que no veo, risas de niños que no conozco.
¿Habrán
bajado a la calle los dos hermanos que algunas tardes juegan a perseguirse en
la terraza de su casa? ¿Se alcanzarán hoy corriendo por las calles vacías?
Fuera de la
hora de muestreo.
Un cernícalo
ha sobrevolado varias veces el pequeño descampado frente a mi casa. A no mucha
altura. Luego lo he perdido de vista porque ha sobrepasado mi tejado. Por un
momento parecía que iba a venir hasta mi ventana.
Eso he pensado. Por un momento.
Después, no
sé por qué, me he dado cuenta de que contaba recuerdos. Momentos como pájaros, en
espirales que venían y volvían sobrevolando algo que a veces creo que soy yo. Asomado
a una ventana.
Un niño
pedaleaba vacilante en una mañana de sol sobre una bici nueva. De carreras. Roja.
Aún con ruedines. Tenía hasta un bote verde sujeto bajo el cuadro para llevar
agua. Aquel bote era lo mejor. Todos los amigos pedían beber de aquel bote verde.
Había un
mundo vacío entonces. Por estrenar, como un cielo de primavera esperando a los
vencejos.
Las nubes de
la lluvia que viene ascienden ya por la ladera de la Sierra de Santa Ana. Se
van deshaciendo según toman altura.
En el cielo
una pareja de cigüeñas en dirección sureste, qué alto vuelan, se pierden en el
cielo que se curva más allá de la ciudad. Parece que flotan en el aire atravesando la luz de la tormenta.
23 abril 2020
piececillos
Pobrecitos pies míos. Quizá debería leer, el día del libro y todo eso, o pensar en algo. Pero no echo de menos mi cabeza. A mis piececillos sí.
Creo que amo más a mis pies que a mi cerebro. Mis descerebrados pies me han dado todos los caminos. Han dejado que germine en playas solitarias y ascienda y descienda montañas. Solo a través de mis pies el mar pudo acceder a mi corazón.
Mis pies... en la pocilla que en la bajamar cavó un niño.
Bailan. Ellos solos. Sin saber por qué. Al ritmo de ritmos que no oigo.
Creo que amo más a mis pies que a mi cerebro. Mis descerebrados pies me han dado todos los caminos. Han dejado que germine en playas solitarias y ascienda y descienda montañas. Solo a través de mis pies el mar pudo acceder a mi corazón.
Mis pies... en la pocilla que en la bajamar cavó un niño.
Bailan. Ellos solos. Sin saber por qué. Al ritmo de ritmos que no oigo.
(Necesito, necesito...)
18 abril 2020
kintsugi
俄雨瀬戸物売りは常の足
niwaka ame
setomono uri wa tsune no ashi
chaparrón
el vendedor de porcelana
mantiene el paso
Yo creo que
esta tarde había más gente en las ventanas. Yo creo que aguardaron más tiempo después
del aplauso. Quizá la tormenta. No sé.
Justo antes de
las ocho parecía que las nubes iban hacia poniente. Luego no. Parecía que
venían de allí. Qué cosas. Las nubes.
Hay veces
que me dan ganas de abrazar. Sin más. A la gente. A las nubes. Qué cosas, que van
y vienen, de aquí para allá.
Kintsugi.
Una costumbre japonesa, un arte, la de reconstruir cerámicas rotas con oro. Así
pues las grietas no se disimulan sino que se embellecen.
Qué cosas. Japoneses.
Grietas.
Parecían grietas los restos del cielo entre las nubes esta tarde. Justo antes,
y justo después, del aplauso de las ocho. La gente en las ventanas, con sus aplausos,
y los truenos en no sé dónde, lejanos, de vez en cuando. Y la luz de la tarde que no lo es del todo
atravesada por las fulguraciones de los relámpagos. Y el olor de las cosas que
comienzan. Ese olor...
Había
belleza en todo en ello. Da cierto pudor confesarlo. Es verdad. Pero es verdad
que aguanté en la ventana más allá de los aplausos y de los truenos. Y del
silencio que vino después.
Esas
ventanas abiertas que también aguantan las primeras gotas y su silencio. Quién.
Quienes sois. Quisiera llegar hasta allí y decir. O callar. Quisiera ser un pájaro blanquinegro que anida a la vista de todos.
Luego una
gota fue otra y otra. Y otra.
Luego
granizó.
Y después miré
cómo se había quedado sobre la hierba, retenido como los restos de una nevada imposible.
Y luego llamó
mi hermano por teléfono.
Reconstruyo un
recipiente para albergar un vacío que me da sentido. Con los hilos de un
atardecer que no entiendo, con el regreso de los pájaros blanquinegros que no
sé desde dónde llegan.
Justo hoy
llegaron los aviones, qué pequeños, a su nido bajo el alero de mi casa. Como
todas las primaveras. Y volaban aquí y allá, qué ligeros, ajenos a la herrumbre
de la tierra firme, atravesando la luz de la tormenta.
Ayer no
estaban. Hoy sí.
No sé. Qué
cosas. Pero es así. Todo. Ahora sí, ahora no. Blanco, negro. Conmigo, sin mí.
Era hermosa.
Sí. De verdad que sí. Esta tarde con las ventanas abiertas atravesadas de manos
de todos los tamaños. Esta tarde atravesada de relámpagos y aviones.
Kintsugi. No
sé qué reconstruir. Como todos supongo. No sé si reconstruir o construir. Con
oro o con pájaros. No sé. ¿Quién nos devolverá a nuestro ser? ¿Qué manos? ¿Qué
palabra? ¿Su silencio? ¿Brillarán nuestras heridas?
Relámpagos suturando la tarde que se va. En silencio.
Esta tarde
miraba la tormenta que ya pasaba, si es que se puede mirar eso, y pensaba sin pensar en lo
que soy. En lo que no soy. En lo que debería ser.
En la luz fulgurante que recompone el cielo. Y la tierra.
En la luz fulgurante que recompone el cielo. Y la tierra.
Luego las
gotas de lluvia fueron una.
Luego nada.
Luego vino
la noche.
Y pensé en
los aviones, tan pequeños. ¿Estarán bien?
Mantener el
paso.
Mantener el
paso cuando todo alrededor parece derrumbarse. Mantener el paso cuando sabes que
algo frágil y valioso depende de ti.
Caminar sin
más, bajo la lluvia súbita de primavera,
cuando aguardas sin saber por qué a los pájaros, lo abrazos, que vendrán.
03 abril 2020
nieve y sakura
Un día de
esta semana, uno cualquiera, mientras aquí nevaba a la mañana, cómo caía, pude ver los cerezo en flor. Qué lejos. Me
llamó una amiga japonesa por facebook. Una videollamada, por sorpresa.
Quería que
viera la sakura. Ella paseaba por un parque junto a su madre. Estaba preocupa
por las noticias que allí hablan sobre España. Es curioso, nunca sabemos quién
se asomará un día a la ventana pensando en nosotros. Tan lejos. Bajo los
cerezos en flor.
Yo le enseñé
la nieve. La de aquí, la de Soria. Qué hermosa. Extraño hanami. Cuando allí
caen las frágiles flores de los cerezos parece que nieva. Las calles se cubren
de pétalos rosados, casi blancos, y cuesta que no te cubran la cabeza, como a
un recién casado.
Es casi
imposible no pisar los pétalos de cerezo. No importa el cuidado que pongas.
La belleza
efímera de las cosas. La belleza que aparece de pronto, nos llena el alma, y
desaparece sin más, sin hacer ruido. Una belleza real, sincera. Mucho más
hermosa que la inventada y confinada por nosotros.
A la tarde
me sentía raro. Mi pensamiento vagabundo, inconfinable, iba y venía una y otra vez más allá de mi casa.
Rondaba errante por las riberas marinas y los senderos que sinuosos atraviesan
los bosques. .
Tengo un
sombrero de junco, de esos que llevan los peregrinos budistas en Japón con
kanjis escritos, poemas, sentencias… y sin
saber muy bien por qué me lo puse. Luego me lo quité, me sentía ridículo. Pensaba en Santôka, en Bashô… Luego en mí… Luego
me lo puse otra vez. Me lo ponía y me lo quitaba sin más. Y miraba el cielo de
la tarde, sin aviones.
Era justo antes de los aplausos de las ocho.
Los que
cuidan y lo que son cuidados. La pesada quietud de una habitación que no es la suya.
La esperanza de nuestros corazones asomados a las ventanas.
Qué frío. Se
me quedaron las manos heladas. Aún quedaba bastante nieve, aunque ya hecha
corros, numerosos, como los pétalos caídos al suelo de unos cerezos invisibles.
Me he metido
en casa, y con mi sombrero de peregrino otra vez puesto he buscado la tienda de
campaña que no uso desde hace años y la he extendido sobre el suelo del salón.
Jope, no sé si era real pero a mí aún me olía a campo.
Por un momento he visto de nuevo aquel chotacabras
sobrevolar nuestro campamento improvisado junto al río, como un relámpago fugaz
al borde del anochecer.
Aquel que esbozó
nuestra adolescencia, que nos quitó todas las palabras.
Los pájaros
me recuerdan que puedo volar.
Pienso en
los vencejos que vendrán. En las hierba creciendo en los senderos. Necesito el aire libre, la lluvia, y las hojas de los
árboles, los grillos y el silencio que viene después. La suavidad de la brisa,
su tibieza, mi piel, de una noche de verano.
Que vendrá.
Que ya está viniendo.
Quizá estos
días cada uno acampamos donde podemos. Quizá hay un campo primordial que nos
vio correr cuando éramos niños y aguarda nuestras risas. Las estrellas limpias
de las noches de verano nos esperan. Con todo el tiempo del mundo.
Alguien nos
llama en silencio.
Desde lo más
profundo y salvaje de esta noche.
Una noche
para acampar en la quietud de uno mismo. Una noche en la que la nieve son
pétalos de otros horizontes.