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La pequeña Setsuko le pregunta a su hermano Seita la razón de lo incomprensible. Los bombardeos norteamericanos de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial les han arrebatado todo. El fuego ha devorado todo su mundo y la indiferencia de sus semejantes amenaza con arrebatarles incluso su dignidad.
Los dos hermanos se refugian en una cueva y para mitigar la negrura de la noche allí dentro se les ocurre cazar unas cuántas luciérnagas junto al río y soltarlas dentro, al otro lado de la mosquitera con que protegen la entrada.
A la luz mágica de esos animales imaginan un mañana mejor. Sus pensamientos, como el vuelo errante de las luciérnagas, va y viene, sube, baja, traza figuras en la oscuridad…
A la mañana siguiente, todas las luciérnagas han muerto.
Setsuko excava una diminuta tumba y las entierra. Ella parece entender entonces la desaparición de su madre, de tantos, quizá su propio futuro…
Por qué, nos preguntamos todos, por qué la belleza y la felicidad duran tan poco.
El anime de los estudios Ghibli suaviza, aún sin renunciar a toda su crudeza, la tremenda historia semi-autobiográfica de Akiyuki Nosaka en su novela “La tumba de las luciérnagas”. La novela carece del lirismo del anime y no da concesión alguna al lector.
Recuerdo haber leído ese libro, uno de los más duros que he leído nunca, con el corazón en un puño.
Desde entonces, cuando veo una luciérnaga junto a la orilla del río siempre recuerdo a la pequeña Setsuko, que “tenía una belleza elegante y digna de compasión”.
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Hace unos días yo encontré de nuevo una luciérnaga junto al río. No he visto muchas en mi vida. Cada vez menos.
Cuando yo era un niño recuerdo haber visto luciérnagas junto a mi propia casa. Cuando mi barrio aún no estaba totalmente sepultado por asfalto y hormigón. Recuerdo aquella noche como si fuera ayer. Dios, pareciera que aquella luciérnaga que sostuve en mi pequeña mano, con su luz verde y fría, aún esperara ahí. Ahí mismo. Pero en la mañana de mi vida actual mi cándida niñez desapareció como una luciérnaga agotada sobre mi mano.
Una vez, Ella dijo que cuando una persona ve una flor y piensa “qué hermosa” ya sabe que Dios es amor, aunque no se dé cuenta.
Ella. Hace unos días yo encontré de nuevo un titilante resplandor junto a mi casa. Tan lejano y tan frío como una estrella que se apaga. A lo largo de la noche las estrellas en el cielo van y vienen, suben, bajan, trazan figuras en la oscuridad… qué hermosas.
¿Nos dimos cuenta entonces?
A veces, sólo a veces, miro por la ventana en las noches cálidas de verano, noches como esta noche, y espero ver aquella luciérnaga. Aquella luciérnaga con su belleza elegante y digna de compasión. Entonces miro mi mano y no veo nada salvo la propia noche.
Y entonces te pregunto, sí, porque antes incluso de que amanezca lo sé…
¿Por qué mueren tan pronto las luciérnagas?